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martes, 1 de junio de 2010
Formación Política: Entre dos fuegos
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Introducción
El trabajo Entre dos fuegos fue terminado de redactar por nuestro Secretario General el 6 abril de 1983, en la prisión de alta seguridad de Herrera de la Mancha. En él se recogían en forma polémica las tesis que viene defendiendo el PCE(r) en relación al problema de la estrategia de la lucha armada en España y sobre la organización de la insurrección armada popular.
Sobre este particular se han escrito varios artículos y folletos que resumen las experiencias de la lucha obtenida por el PCE(r) en el curso de los últimos años, pero en ninguno de esos trabajos, como era lógico, podían abordarse esos temas de forma tan completa y sistemática. Fue precisa una lucha prolongada, mil veces dura y de una complejidad extraordinaria, para poder ver con toda claridad y dejar bien sentadas toda una serie de ideas que antes sólo habían podido ser apuntadas. De este modo, la práctica vino a corroborar, en unos casos, y a enriquecen y matizar, en otros, lo que en un principio no era más que una aproximación teórica al tema realizada en base a los clásicos del marxismo-leninismo y a una experiencia política limitada.
La Respuesta a una crítica acerca de la guerra revolucionaria, redactada por el camarada Peña, despertó un enorme interés en el seno del Partido por cuanto recogía, de forma seria y razonada, una de las pocas críticas de este tipo que se hicieron a las posiciones teóricas y a toda la trayectoria política y práctica del Partido y del movimiento de resistencia. El escrito de Peña se presentaba como una respuesta a la crítica hecha al folleto que lleva el titulo La guerra revolucionaria que nos fue remitida por el camarada Lari, y si bien es justo reconocer que en la primera parte de su respuesta, Peña sale al paso de los argumentos que esgrime Lari contra las tesis expuestas en el referido folleto, el resto de su trabajo -más de las dos terceras partes- se puede decir que no tienen otra finalidad que refutar las mismas tesis que al principio parece defender, y proponer, a cambio de éstas, las suyas propias. De manera que nos hallamos ante un fuego cruzado: de una parte la critica de Lari, de otra la de Peña. En esta discusión, ¿de qué parte está la razón: de parte del camarada Lari, de la de Peña o de la nuestra? Es lo que vamos a comprobar.
Toda la crítica del camarada Lari se puede resumir en unas pocas palabras: su empeño está puesto en demostrar la ausencia de leyes en las guerras modernas, en general, y en las guerras revolucionarias en particular: Comenzando, pues, por Clausewitz, hay que decir que lo verdaderamente importante en él es el principio de que la guerra es la continuación de la política por, otros medios, precisamente por los medios violentos. Aparte de esto, Lari no concede mayor importancia a la teoría de la guerra, e incluso ese mismo principio clausewitziano lo interpreta de un modo restrictivo, puesto que, viene a decir, dada la complejidad de las guerras y la frecuencia con que éstas se transforman en política y la política en guerras es absurdo, en nuestros días, pretender establecer ningún principio o ley que permita al Partido arrojar, siquiera sea, un poco de luz sobre ese caos, intentar descifrar lo indescifrable y poder conducir así, en el menor tiempo y costo humano posible, ese fenómeno que es la guerra.
Hoy -afirma Lari- la interacción recíproca entre guerra y política hace que la misma noción de guerra se encuentre difuminada, ya que las guerras no se inician con una declaración formal de las mismas ni terminan con la firma de los acuerdos de paz, ya que éstos ni existen muchas veces. De ahí a considerar que lo que no existe realmente es la guerra como tal, no hay más que un paso. Pero como resulta que la guerra, con todos sus horrores, está ahí, es un hecho cotidiano que transforma la vida de los pueblos y sacude la conciencia de centenas de millones de trabajadores, necesita ser explicada, siquiera sea en sus leyes más generales, y eso en interés de esos mismos trabajadores y como condición indispensable para poner fin a todas ellas. Precisamente, esa interacción recíproca que hoy se observa con toda nitidez entre guerra y política, el hecho de que éstas no comiencen ni acaben con declaraciones formales, sólo demuestra una cosa, a saber: que la mayor parte de las guerras de nuestros días, sea la del Líbano, la de Namibia o la del Salvador, no pueden ser catalogadas ni medidas por los viejos patrones. De manera que si enfocamos la cuestión desde este punto de vista, inmediatamente caeremos en la cuenta de que lo único que aparece realmente difuminado es la vieja noción de guerra. Efectivamente, la noción de guerra no parece estática, sino que, al igual que todas las cosas y fenómenos, se desarrolla y transforma a medida que van apareciendo nuevos tipos de guerras. Con arreglo a esto es lógico también que nazca y se desarrolle una nueva concepción de la guerra y una nueva estrategia. Para nosotros, esta nueva estrategia no es otra que la Guerra Popular Prolongada, que es lo que trata de negar en su escrito el camarada Lari.
¿Destruyeron las intervenciones yanquis en Nicaragua y Guatemala las fuerzas revolucionarias? -pregunta con una candidez estremecedora- ¿lograron la paz realmente o únicamente prolongaron la guerra bajo nuevas formas? Lo mismo podemos decir de la Guerra Nacional Revolucionaria en España: no trajo la paz ni la destrucción de las fuerzas revolucionarias, ya que la lucha prosiguió en forma de guerrilla hasta mediados de los años sesenta en que aparece y se generaliza nuevamente bajo la forma de guerrilla urbana. Y bien, ¿qué viene a demostrar Lari con esta larga perorata? Como acabamos de ver, justo lo contrario de lo que pretendía, o sea, la existencia de una Guerra Popular Prolongada en todos esos países que ha mencionado, incluida España. De sus mismas palabras se desprende que, no obstante la considerable superioridad de fuerzas con que cuentan el imperialismo y la reacción, no han podido ni podrán derrotar a las fuerzas revolucionarias populares si éstas persisten en la lucha armada y que, al final (como ha ocurrido ya en Vietnam, en Nicaragua y en tantos y tantos países), las fuerzas imperialistas y reaccionarias serán derrotadas por la lucha armada que le oponen los pueblos sublevados. Esta es la tendencia general que se observa hoy día en todo el mundo. Pero para eso habrá que seguir acumulando fuerzas y debilitando las del enemigo mediante la estrategia de la guerra de guerrillas y la Guerra Popular Prolongada. Mientras no se produzca un cambio en la correlación de fuerzas netamente favorable, mientras persista la debilidad de la guerrilla, no se podrá infligir una derrota definitiva a las fuerzas reaccionarias. De ahí que la guerra se prolongue en el tiempo, hasta tanto no cambie esta relación. Son estos dos factores, que se entrelazan y se condicionan mutuamente: por un lado, el relativo poderío con que aún cuenta la reacción y el imperialismo y, por otra parte, la debilidad, también relativa, de las fuerzas revolucionarias, los que determinan el carácter prolongado de la lucha. No nos detendremos a analizar todos los aspectos que intervienen en la Guerra Popular Prolongada. Bástenos, por el momento, constatar el reconocimiento -aunque inconsciente del camarada Lari-, de que esa realidad objetiva que denominamos Guerra Popular Prolongada que hoy se da en numerosos países y zonas del mundo.
Apostamos por el futuro
Sigamos con la exposición de las ideas del camarada Lari: Pero el mayor error del trabajo a mi juicio, consiste en la institucionalización de la Guerra Popular Prolongada como fundamento universal de la revolución, lo que a su vez proviene del error de estimar que hasta Mao no se desarrolló una teoría acabada de la revolución. Esto es falso -prosigue- ya que Lenin estableció los principios generales de esa teoría, incluso de la teoría guerrillera y sus principios. Lo que ocurre es que Mao generalizó estos principios para aquellos países en los que no existe en absoluto posibilidad de trabajo entre las masas proletarias, tal y como se puede dar en los países capitalistas. Aquí, evidentemente, se confunden dos cosas diferentes, como son la teoría de la revolución válida para los países capitalistas y para un período histórico determinado, -que, por cierto, sólo a un necio se le puede ocurrir pensar que saliera acabada de una vez para siempre (como Minerva de la cabeza de Júpiter), como el mismo Lenin no se cansaba de repetir-, y la teoría de la Guerra Popular Prolongada, que si bien es cierto que estuvo estrechamente vinculada a una etapa del desarrollo de la revolución popular de China y sus principios son generalizables a aquellos países que se encuentran en parecidas condiciones, no es una teoría completa ni siquiera de la revolución de aquel país, por lo que difícilmente podía ser considerada por nosotros como el fundamento universal. Como veremos eso es algo que nos ha atribuido gratuitamente el camarada Lari para poder hacernos luego responsables también de muchos otros errores.
Qué duda cabe que Lenin estableció una teoría general de la revolución proletaria, pero no es menos cierto, y existen declaraciones de él que apuntan en ese sentido, que en lo que respecta al terreno de la guerra, a las cuestiones militares, lo dejó casi todo por hacer.
Ha sido a Mao a quién ha correspondido llenar esta laguna de la teoría marxista. Esto se explica porque a Lenin le correspondió dirigir la primera Gran Revolución Socialista en la que los problemas de la guerra y su estrategia ocuparon un lugar muy secundario respecto a los problemas relativos a la lucha política de las masas y a su táctica, en un país y en una época en que el desarrollo de la revolución no dependen del desarrollo de la lucha armada y la organización militar, a excepción de algunos cortos períodos. Y esto porque, efectivamente, existía un proletariado numeroso y la posibilidad de desplegar un trabajo político, sindical y parlamentario, pero también porque Rusia se hallaba entonces en vísperas de una revolución democrático-burguesa que ofrecía posibilidades de desarrollo del capitalismo. En los países donde no se dan esas condiciones, y tal es el caso de los países semifeudales y coloniales (y allí donde domina una dictadura fascista), la lucha de clases ha tendido a adoptar la forma de lucha armada de liberación nacional-revolucionaria, en que la lucha por los derechos y la salvación nacional se ha vinculado de forma muy estrecha a la lucha por la realización de las transformaciones democráticas y socialistas. En todos estos casos la lucha armada que han librado y siguen librando los pueblos ha tomado la forma de una guerra de guerrillas y de Guerra Popular Prolongada.
Mao, al que correspondió dirigir la más importante de estas revoluciones, ha generalizado las experiencias fundamentales de estas luchas y formulado una teoría de la estrategia de la guerra de guerrillas y de la Guerra Popular Prolongada que tiene un valor tan universal como la lucha revolucionaria que se libra hoy en día en todo el mundo, sin excluir a Europa Occidental. Por esta razón, no se puede salir ahora, tal como hace el camarada Lari, con las enseñanzas de la insurrección de Moscú de 1905, y menos aún tratar de contraponer esas enseñanzas a las que se desprenden de las innumerables revoluciones que posteriormente han tenido lugar en los cinco continentes. Lenin analizó aquellas experiencias, y las tesis que extrajo de ellas siguen siendo válidas, pero son insuficientes, no reflejan la compleja realidad del proceso revolucionario que se opera en nuestros días en toda una serie de países. La tarea asignada por Lenin a los destacamentos guerrilleros de proclamar la insurrección, dar a las masas una dirección militar... crear puntos de apoyo para la plena libertad de las masas, propagar la insurrección a las zonas cercanas, asegurar la plena libertad política -aunque sólo sea por el momento en una pequeña parte del país-, iniciar la transformación revolucionaria del corrompido orden autocrático (1), son funciones que se corresponden a un movimiento de tipo insurreccional, limitado, por tanto, a un espacio de tiempo relativamente corto, y se basan en una estrategia ofensiva y de dirección inmediata de las masas en el terreno político-militar. Muchos de estos planteamientos siguen siendo válidos, sobre todo para la última fase de la Guerra Popular, pero no hay que dejarse deslumbrar por ellos. Hoy día no es posible sorprender, salvo en raras excepciones, a ningún gobierno con un movimiento insurreccional que estallara en un momento dado y se extendiera rápidamente por todo el país. Y para probar este aserto, basta con referirnos a la Doctrina de la Seguridad Nacional, y a las leyes de emergencia, a las leyes antiterroristas y a todo ese arsenal de instituciones y aparatos represivos de que se han dotado los Estados capitalistas. Por todo ello, las guerras revolucionarias que se vienen librando (en medio de las crisis y la bancarrota del sistema capitalista) desde hace ya bastante tiempo en toda una serie de países, esas guerras atraviesan por distintas fases bien delimitadas -según las condiciones y la fase de desarrollo en que se encuentran en cada país- y en ninguna de ellas, salvo que las masas populares estén ya a punto de tomar el poder tras un largo proceso de resistencia y de acumulación de fuerzas, puede ser adoptada la ofensiva como principio estratégico, so pena de exponerse a recibir, casi con toda seguridad, muy serios reveses. Esta realidad, que ha terminado por imponerse, ha modificado profundamente la concepción marxista-leninista del arte de hacer la guerra, recuperando del olvido las teorías clausewitzianas que demuestran la superioridad de la defensiva estratégica y de otros importantes factores como el ideológico, el apoyo de las masas del pueblo, etc.
El camarada Lari nos recuerda que Lenin escribió que la guerrilla es una forma de lucha engendrada por un determinado período histórico, para decir a continuación que esta tesis de Lenin no puede circunscribirse a las colonias ni a las luchas de liberación nacional ya que las raíces se hunden en el capitalismo monopolista, en el imperialismo, y tiene toda la razón del mundo al hacer esta afirmación, pero no podemos aceptar el abuso que él hace de esa tesis de Lenin, ya que, interpretada de esa manera, viene a decir, tal como puede verse a simple vista, que incluso en las colonias y en las luchas de liberación nacional, la guerrilla es engendrada sólo en determinado período histórico, lo cual es a todas luces falso. Es indudable que Lenin, al escribir aquella frase, estaba pensando en los países capitalistas y sólo para éstos, como la experiencia ha demostrado, eran absolutamente justas hasta entonces. Pero si se emplean en un sentido más amplio, es decir, entendiendo el fenómeno de la guerrilla como algo que surge en el período histórico en que el capitalismo hace tiempo que ha alcanzado la última fase de su desarrollo (el monopolismo) y se halla en acelerado proceso de descomposición, entonces no tenemos nada que objetar. Pero en tal caso, Lari tendría que aceptar también como válida esta misma tesis para los países capitalistas, y no sólo para las colonias. Sólo así la idea de que las raíces de la guerrilla se hallan en el capitalismo monopolista, en el imperialismo, adquieren todo su significado.
Por nuestra parte, no tenemos la menor intención de retirar este argumento que el camarada Lari ha tratado de esgrimir contra nuestra concepción y con el que, tal como acabamos de ver, no ha conseguido otra cosa sino reforzarla, ratificarnos aún más en ella.
Desde que Lenin formulara sus tesis acerca de la guerrilla y la lucha insurreccional ha corrido mucha agua bajo los puentes, y si hoy cabe decir algo acerca de sus ideas al respecto, es que dichas ideas sí que no tienen, ni podían tener, un carácter absoluto, que fueron formuladas en unas condiciones muy concretas y para una etapa dada del desarrollo social, y que hoy día lo correcto es hablar de Guerra Popular Prolongada como concepto estratégico básico, fundamental, válido para todos los países del área capitalista. Es en este sentido como debemos entender las siguientes palabras de Lenin que cita el camarada Lari: Intentar admitir o rechazar el método concreto de lucha sin sin examinar detenidamente la situación concreta del movimiento de que se trate, en el grado de desarrollo que haya alcanzado, significa abandonar por completo el terreno del marxismo (2). No hace falta insistir mucho para darse cuenta de que eso mismo, salirse del terreno del marxismo, es lo que hace el camarada Lari cuando interpreta de manera tan torcida y harto limitada estas claras ideas de Lenin: Estamos por el futuro y no nos aferramos exclusivamente a las formas pretéritas del movimiento. Preferimos un trabajo largo y difícil para lograr lo que promete el futuro, en vez de la fácil repetición de lo que ya ha sido condenado por el pasado (3). A nosotros no nos cabe duda de que esa apuesta por el futuro a que hace Lenin referencia no es otra cosa que la nueva estrategia de Guerra Popular Prolongada, el trabajo largo y difícil para lograr lo que promete futuro, y no la estrategia insurreccional, la fácil repetición de lo que ya ha sido condenado por el pasado.
La guerra particular de Peña
Encargamos a Peña -ya que se había mostrado muy interesado en el tema- que defendiera las tesis del Partido ante las críticas de que ha sido objeto por parte del camarada Lari, y se levanta airado contra la acusación lanzada contra nosotros por Lari de pretender institucionalizar, como fundamento universal de la revolución la Guerra Popular Prolongada. Asegura por su parte que no se trata de buscar la piedra filosofal sino de aceptar o no que ya estamos viviendo un proceso de Guerra Popular Prolongada y de lo que se trata es, al fin y al cabo, de que el factor subjetivo aprehenda esta realidad para adecuar los planes y la actividad revolucionaria a ella, evitando de esta manera caer en errores irreparables. Queda claro que el subjetivismo de Peña no se propone institucionalizar ningún fundamento universal, sino algo tan simple y humano como sin duda lo es ofrecernos las soluciones que nos permitan adecuar los planes para que de esa manera podamos evitar caer en errores irreparables. Con este sano propósito revela en su escrito, además de los errores, toda una serie de leyes o cualidades en la estrategia de la Guerra Popular Prolongada (que por lo visto habían pasado desapercibidos para nosotros) que la convierten de hecho, por arte de su magia, en una auténtica panacea. Como es natural, para conseguir este producto milagroso de su exclusiva invención, ha tenido que manipular algunos datos, ocultar cosas esenciales y mezclar en la retorta elementos tan incompatibles como son el nacionalismo pequeño burgués y la ideología proletaria.
Peña nos defiende -es cierto- contra la acusación de querer convertir la Guerra Popular Prolongada en fundamento universal, asegurando por su parte que nosotros no defendemos esta estrategia en el sentido de que sea aplicable a todos los países por igual, para pasar a continuación a enumerar toda una serie de particularidades (la importancia del campesinado, el papel de la guerrilla rural, la táctica del cerco a las ciudades) propias del movimiento revolucionario de los países semifeudales y coloniales que no se dan en los países capitalistas y que él rechaza tanto como nosotros. Pero evita mencionar otras, esto es, no quiere reconocer como otras tantas peculiaridades de aquellos países las que se refieren a los métodos casi exclusivamente militares de lucha y organización, así como la que determina el carácter democrático, unas veces, y nacional-liberador, otras, que tienen allí las revoluciones.
La razón de que no mencione en esta parte de su trabajo estas peculiaridades tan esenciales, determinantes, en muchos aspectos, no es otra sino porque Peña va a convertirlas, como tendremos ocasión de comprobar más adelante, en el fundamento mismo de su concepción militarista y nacionalista de la Guerra Popular Prolongada.
Este planteamiento de la cuestión Peña lo va a extraer de un pasaje, que cita extensamente, de Problemas de la guerra y la estrategia, obra escrita por Mao en 1938. En este trabajo se narran las diferencias entre la estrategia de la lucha que se debía aplicar en los países capitalistas -cuando éstos no son fascistas, matiza Mao- en los que el partido del proletariado debería educar a los obreros, acumular fuerzas a través de un largo proceso de lucha legal, y prepararse así para el derrocamiento final del capitalismo, en tanto que, en los países semifeudales y coloniales, como China, donde no existe un proletariado numeroso ni instituciones democráticas y que, además se hallan bajo la dominación del imperialismo, la forma principal de lucha es la guerra, y la forma principal de organización es el ejército. Obsérvese que Mao analiza esta cuestión situando en el primer plano el problema de la acumulación de fuerzas revolucionarias, o sea, desde el punto de vista de las condiciones en que ha de tener lugar la preparación de las masas obreras y populares para el derrocamiento final del capitalismo. Pero, por lo que se ve, este pequeño detalle no ha merecido la atención de Peña, preocupado como está en resaltar el objetivo de la toma del poder sin llegar a comprender que de esa forma, con sólo proclamarlo, si no se buscan los mecanismos y las vías que habrán de llevarnos hasta él, no se dará jamás ni un sólo paso efectivo en esa dirección. Esto es lo que le ha desorientado por completo, hasta el punto de convertir la guerra y la organización militar, no en las principales formas de lucha y organización, como aparecen en Mao, sino en las únicas posibles. Sobre esta base va a erigir Peña su teoría de la Guerra Popular Prolongada.
Para ello, como es lógico, se ve obligado a tener que hacer abstracción de las condiciones reales, objetivas, en que se desarrolla actualmente la lucha de clases en la mayor parte de los países capitalistas en que aparece el nuevo movimiento revolucionario.
Una fantasmada
Así de serio y así de claro lo ha escrito Peña, negro sobre blanco: El nuevo fantasma atravesó la frontera del Estado español de la mano de las organizaciones ETA y FRAP-PCE(m-l). Fueron estas dos organizaciones las pioneras del nuevo movimiento revolucionario. La primera todavía continúa en la brecha, convertida en la vanguardia del proletariado revolucionario vasco. En cuanto a que ETA sea la vanguardia del proletariado revolucionario, no se sabe tampoco muy bien de dónde lo ha sacado Peña; de los propios militantes de ETA es seguro que no. Y si no, que vaya a preguntárselo. Otra cuestión, que no vamos a entrar a discutir ahora, es si ETA ha jugado el papel de vanguardia en la lucha del pueblo vasco por sus legítimos derechos nacionales y por qué lo ha venido jugando, en ausencia de un verdadero destacamento de vanguardia del proletariado vasco. La mente de Peña está demasiado saturada de nacionalismo para poder atender siquiera estos simples razonamientos. Es por los mismos motivos por los que se ve precisado a considerar al FRAP como a la pionera del nuevo movimiento, con una sola salvedad: en el caso del FRAP, a diferencia de ETA, la pequeña burguesía española se vestía con el ropaje del marxismo-leninismo y, lucha amada en ristre, se lanzaba a liberar a su nación de la opresión extranjera. Esto se hacía al tiempo que se negaba a las naciones oprimidas dentro de su Estado, el derecho a independizarse y constituirse en Estado libre, concediéndoles únicamente el derecho a federarse como recompensa generosa a su participación en la liberación de España. Así destila su odio un nacionalista pequeño burgués contra otro nacionalista no menos burgués, es cierto -y hasta imperialista-, que el anterior. Pero dejemos este aspecto de la cuestión, ya que la mezquindad y estrechez de miras de tales argumentos es tan evidente que se denuncian por sí solos.
Como ha podido apreciarse, la única preocupación de Peña, y lo que le lleva a descalificar al FRAP como vanguardia del proletariado revolucionario, no es otra cosa, en realidad, que su no aceptación de la independencia de las nacionalidades oprimidas y su pretensión de imponerles la federación. ETA, en cambio, es un modelo que Peña llama a imitar por muy diversas razones, pero sobre todo porque no acepta las posiciones del Partido en relación con el problema nacional y menos aún, como tendremos ocasión de comprobar más adelante, el proyecto de unidad, de creación de un Partido único de todo el proletariado revolucionario de España. Por eso ha organizado Peña esta mascarada sacando a relucir a ETA y FRAP, para tratar de establecer un paralelismo de signo negativo en el que aparezcan enfrentados, por un lado ETA y su proyecto nacionalista-militarista (cosa que, por lo demás, es bastante coherente), y por el otro lado, el FRAP y todos los que no estamos dispuestos a aceptar su planteamiento. Peña, en realidad, no hace distinción alguna entre las posiciones del FRAP -organización que él no duda en calificar de pequeño burguesa y nacionalista- y las posiciones del PCE(r), y de la misma manera que acusa a esos nacionalistas de pretender utilizar a los pueblos de las nacionalidades oprimidas para liberar a su nación de la opresión extranjera a cambio de las migajas del derecho a federarse, acusa al Partido, aunque no lo diga abiertamente, de querer hacer algo parecido, sólo que en nuestro caso lo que vamos a ofrecer -ya lo venimos haciendo, de ahí su oposición cerrada- a cambio de esa ayuda que recibimos para liberarnos de la explotación y la opresión capitalista, no va a ser el derecho a federarse, sino algo aún peor para la clase cuyos intereses representa Peña en estos momentos: vamos a ofrecer a los obreros y a todos los trabajadores de Galicia (campesinos, marineros, etc.) el derecho a autodeterminarse no sólo de nuestro Estado, sino también de la tutela que pretende imponerle su propia burguesía, pues sólo de esta manera es como se podrá unir a los trabajadores de las distintas nacionalidades, derrocar al Estado explotador y opresor y edificar una sociedad verdaderamente libre y socialista de la que será erradicado todo vestigio de explotación y opresión social y nacional.
Peña enmascara sus temores y la profunda desconfianza que le inspira este proyecto comunista, proponiendo por su parte un plan de lucha y organización descabellado. Él no puede ignorar que el fracaso del FRAP y de otros grupos políticos afines no reside tanto en sus posiciones políticas e ideológicas nacionalistas, en su negativa a conceder el derecho a la autodeterminación (y que nos disculpe Peña si le corregirnos, aunque sólo sea de paso, en este punto), como en el de pretender fundamentar su estrategia en una alianza del proletariado con una burguesía nacional inexistente en España (al menos como clase políticamente diferenciada de la gran burguesía financiera monopolista), proyecto de alianza que los fraperos han tratado de hacer extensivo a todo el Estado. La posibilidad de esta alianza del proletariado con ese sector de la burguesía fue posible en otra época, en la época en que aún seguían pendientes de realización en España una serie de importantes transformaciones en el orden económico, político y cultural de tipo democrático-burgués.
Pero esa época ya pasó. La guerra del 36 al 39 y el subsiguiente desarrollo industrial y monopolista la han enterrado para siempre, y con ella al sector de la burguesía que se hallaba más identificada con aquella etapa democrática. Es cierto que el desarrollo del capitalismo nos ha dejado en herencia un buen cúmulo de problemas por resolver, entre ellos el problema nacional. Pero este problema, por las razones que ya hemos indicado, no corresponde resolverlo hoy más que al proletariado, que es verdaderamente la única clase interesada y que puede resolverlo en conformidad con la voluntad y las aspiraciones de todos los pueblos. Por eso, debilitar al proletariado, escindirlo según su nacionalidad, no sólo supone una traición a la causa nacionalista, sino también a la causa nacional popular en España.
Debe quedar claro que cuando digo España, me estoy refiriendo al Estado como una entidad que existe realmente, independientemente de que numerosos ciudadanos deseen o no pertenecer a ella. Esta entidad aparece en la historia integrada por cuatro naciones y, entre ellas, una de las cuatro, la que está formada por los territorios y las poblaciones de lengua castellana, viene imponiendo a las demás una política explotadora y opresora en nombre -hoy día- y con el consenso de la clase explotadora de todas las nacionalidades. Los más perjudicados por esta política -apenas hace falta decirlo- es el proletariado y otras extensas capas de trabajadores de todas las nacionalidades que integran el Estado.
El proletariado no puede defender ningún exclusivismo, ningún privilegio nacional de su nación respecto a otras naciones, y por lo mismo tampoco puede estar junto a su burguesía en la opresión que ésta ejerce sobre los pueblos de otras naciones, por la sencilla razón de que con ello contribuiría a perpetuar su propia opresión.
Por todo esto, al igual que por muchas otras razones, siempre nos hemos opuesto y hemos denunciado las absurdas pretensiones de los fraperos de concederles a esos pueblos el derecho a federarse; y todo esto lo sabe Peña tan bien como nosotros. Sin embargo, en honor a la verdad, hemos de decir que también para los del FRAP España es un Estado -eso sí, con peculiaridades nacionales- pero un Estado que se ha convertido (o lo han convertido) en una colonia del imperialismo yanqui; de manera que, desde este punto de vista y en su perspectiva política, los congéneres del FRAP de las otras nacionalidades, para ser coherentes, tendrían que plantearse muy seriamente sus proposiciones, ya que no les queda más que esta elección: seguir bajo la bota de los dos imperios, o la de uno sólo. Como se ve, el ofrecimiento del FRAP no puede ser más generoso. Claro, que tales ofrecimientos, al igual que su proyectada revolución nacional, habrían de tropezar con un escollo imposible de salvar: el nuevo movimiento revolucionario de la clase obrera en España, que en todas partes se viene enfrentando resueltamente, aunque no con la misma intensidad, a la burguesía pequeña, media y grande en la perspectiva de la revolución socialista. Este enfrentamiento ha hecho imposible la reconciliación del proletariado con la llamada burguesía nacional de cualquiera de las nacionalidades, y es lo que ha tirado por tierra una y otra vez los coqueteos y los vanos intentos de los fraperos y otros grupos por poner en pie sus fantasmales montajes. El hecho de que ETA haya encontrado un terreno más propicio no cambia esencialmente el fondo del asunto que tratamos, dado que tanto unos como otros parten de los mismos presupuestos políticos e ideológicos y están, por tanto, condenados a sufrir, más tarde o más temprano, el mismo fracaso. Pero Peña no lo entiende de este modo y por eso quiere repetir la experiencia. Muy bien, no nos oponernos. Sólo deseamos que no imite a los fraperos en los rabiosos ataques que dirigen contra el Partido.
Peña, para presentar a las organizaciones nacionalistas pequeño burguesas como pioneras del nuevo movimiento revolucionario, ha tenido que distorsionar muchas cosas, pero antes de nada ha debido escamotear la tesis del Partido según la cual los precursores del actual movimiento revolucionario, de los cuales nosotros nos sentimos -y así lo hemos proclamado- sus herederos y continuadores, fueron el Partido Comunista que encabezara José Díaz y el movimiento guerrillero de los años 44-50, que traicionara Carrillo y su pandilla.
Así pues, no podemos aceptar, por todo lo que venimos diciendo y porque es una completa falsedad fácilmente demostrable en todos los demás aspectos, que esa corriente nacionalista pequeño-burguesa que se ha abierto paso aprovechándose de las momentáneas dificultades por que atraviesa la organización revolucionaria del proletariado, no podemos aceptar que pueda ser considerada por ningún miembro del Partido como la pionera en ningún terreno de la actividad encaminada a la revolución socialista; y no lo aceptamos, además, porque el movimiento revolucionario organizado surge y se abre paso, entre otras cosas, en lucha contra esa corriente. No verlo así sólo puede llevar -y es lo que hace Peña- a hacer del PCE(r) una lamentable caricatura, un comparsa de esa mascarada que él ha montado; y para ello tiene que presentarnos como si no hubiéramos hecho otra cosa en los últimos años que ir a remolque de aquellos grupos en un proceso que se nos escapa de las manos y del que no hemos cosechado nada más que fracasos. Hasta el momento -escribe- llevamos perdidos un buen número de valiosísimos cuadros dirigentes [en] un proceso en el que poco a poco se fueron sacando importantes conclusiones. He ahí la valoración que le merece a Peña la labor realizada, el fruto amargo de toda la actividad, amplia y multifacética, que ha llevado a cabo el Partido en los últimos años; los camaradas que llevamos perdidos y sus conclusiones. Veamos a continuación cómo se las ingenia en esto de sacar importantes conclusiones.
La línea masista y la lucha del Partido por la conquista de las masas
En junio de 1975 -escribe Peña- se celebra el Congreso Reconstitutivo donde se decide que: por consiguiente: el trabajo de masas, ir hacia ellas, pasa a ser la tarea central de todo el trabajo del Partido en la etapa que se abre tras el Congreso, y prosigue: No sería hasta el III Pleno del Comité Central, celebrado en noviembre de 1976, cuando se plantea teóricamente la cuestión de la lucha armada de una manera firme... En aquel Pleno Arenas presenta un Informe donde plantea que: En España los problemas no pueden solucionarse ya mediante votos, y es en el terreno militar donde se plantea inevitablemente el combate y la victoria.
Salta a la vista en esos párrafos transcritos del trabajo de Peña, sus esfuerzos en presentar como algo contradictorio la resolución aprobada en el I Congreso del Partido, tendente a orientar toda su labor hacia el trabajo de masas y el Informe presentado por Arenas al III Pleno del Comité Central, Informe donde, ciertamente, por primera vez se hizo un planteamiento teórico firme de la cuestión de la lucha armada. Claro que él no menciona las consideraciones que llevaron al I Congreso a adoptar aquella importante resolución y no otra; no habla de la labor realizada por la OMLE durante un largo período encaminada a echar las bases ideológicas, políticas y orgánicas, así como que el Congreso consideró que ya habían sido creadas, en lo esencial, las condiciones internas que garantizaban la existencia del Partido, lo que en buena lógica tenía que traducirse, a partir del Congreso, en el trabajo de masas, en ir hacia ellas, y de ahí también que esto se convirtiera, en la etapa que se abre tras el Congreso, en la tarea central del Partido.
Peña deja en la sombra todas estas consideraciones para que aquel por consiguiente pueda ser interpretado como mejor cuadre a sus concepciones. Pero no le vamos a dar esa oportunidad, porque si bien es cierto que en el Informe se plantea muy claramente la necesidad e importancia de la lucha armada, dadas las condiciones económicas y políticas imperantes en España, ni en ese importante documento programático del Partido, ni en ningún otro, se ha afirmado nunca, ni siquiera dejado entrever, que el trabajo de masas del Partido entre en ningún momento en contradicción con la lucha armada.
Sucede, como tendremos ocasión de comprobar más adelante, que el Partido viene sosteniendo justamente lo contrario, o sea, que la actividad desplegada por nuestras organizaciones y militantes dentro del movimiento revolucionario de masas y la lucha armada guerrillera se complementan y se apoyan mutuamente. Y esto aparece tan claramente expuesto en el Informe que cuesta trabajo creer, que haya pasado desapercibido para Peña. Porque, vamos a ver, amigo Peña, el que en España los problemas no puedan solucionarse ya mediante votos, no quiere decir que se vayan a resolver sin la actuación de las masas, éstas jueguen el papel fundamental y decisivo; y si bien es cierto que es en el terreno militar donde se plantea inevitablemente el combate y la victoria, no creo que a nadie mínimamente sensato se le pueda ocurrir la brillante idea de plantear este combate y disponerse a alcanzar esa victoria prescindiendo de las masas obreras y populares, sin plantearse al mismo tiempo un trabajo serio y persistente para ganar a las masas y llevarlas a la lucha más resuelta contra el Estado capitalista.
Si Peña hubiera dejado de pensar por un momento en sus fantasmas, hubiera puesto los pies en la tierra y se hubiera interesado en leer atentamente el Informe de Arenas que cita, se habría encontrado con más de una sorpresa; habría leído cosas tan interesantes como éstas:
En los últimos años la clase obrera no sólo ha recibido el plomo fascista y ha vertido decenas de veces su sangre, sino que también, con todos los medios a su alcance, ha combatido y hostilizado a las fuerzas represivas, les ha ocasionado numerosos muertos y heridos, les ha opuesto barricadas y todas las formas de lucha violenta. Eso ha venido acompañado de la imposición abierta de las asambleas, de comisiones de delegados, de la formación de piquetes y de otras muchas formas de lucha democráticas de verdad, del tipo más avanzado al margen y en contra de todo tinglado reformista y oficial. Por este motivo, un Partido que se esfuerce en dirigirla por este camino sin regatear esfuerzos ni sacrificios, que dote a las masas de una organización y unas fuerzas capaces de hacer la lucha más efectiva y de llevarla a un levantamiento armado general, podemos estar seguros de que no se aislará de ellas. Es más, estamos convencidos por una larga experiencia de que, en las condiciones de nuestro país, la única forma posible de forjar la unidad del pueblo, de crear organizaciones políticas de masas y de impulsar el movimiento de resistencia antifascista, pasa por el quebrantamiento del aparato represivo del fascismo, por la demostración de su gran vulnerabilidad; pasa por eliminar hasta los últimos vestigios del miedo y el terror que trata inspirar.
En otro apartado de este mismo Informe también se dice:
Al fascismo sólo puede vencerlo y destruirlo completamente un movimiento de masas que sea verdaderamente revolucionario. Organizar este movimiento es la labor más importante que tiene que acometer en estos momentos nuestro Partido. Sabemos que, en las condiciones de nuestro país, eso no resulta fácil. Tendremos que trabajar duro, desplegar una gran energía y mantenernos en todo momento unidos a las masas. Pero ante todo, para conseguir los objetivos propuestos necesitamos aplicar una táctica y unos métodos justos de lucha, acordes con la realidad política y con la correlación de fuerzas que determina la base económica de nuestra sociedad.
En otro trabajo de Arenas, titulado El nuevo movimiento revolucionario y sus métodos de lucha, que cita Peña en un intento de apuntalar sus tambaleantes posiciones, también se dice:
El recurso a la lucha armada es una de las características principales del movimiento revolucionario en nuestros días, en la época de la decadencia del sistema capitalista y de la revolución proletaria. Esta forma de lucha se destaca cada vez más como la principal, y a ellas se deben subordinar todas las demás.
Peña trata de deducir de esa cita que ya no es necesario prestar atención al trabajo de masas. De manera que de una de las características principales, que tiende cada vez más a destacar como la principal, él hace la única ya definitivamente establecida. Así cierra toda perspectiva al trabajo de masas del Partido.
Por lo que se ve, Peña tampoco ha leído hasta el final el trabajo que cita, si lo hubiera leído se hubiera encontrado con una desagradable sorpresa:
Desde ahora debemos ir familiarizándonos con estos dos conceptos: movimiento político de resistencia y lucha de guerrillas. Estos son conceptos que no nos hemos inventado nosotros, sino que designan dos partes complementarias de una misma realidad. Por movimiento político de resistencia entendemos el conjunto de huelgas, protestas, manifestaciones y otras acciones que se producen a millares todos los días y en todos los lugares de manera semiespontánea que escapan a todo control por parte de las autoridades y los partidos domesticados. De este vasto movimiento forman parte, como su punta de lanza, las actuaciones guerrilleras. Estas acciones no se producirían con la regularidad con que lo vienen haciendo y los grupos que las llevan a cabo no podrían mantenerse por mucho tiempo, no podrían resistir la represión, ni renovarse, si no se diera ese amplio movimiento político de resistencia y, por otra parte, es indudable que dicho movimiento de resistencia habría sucumbido hace tiempo a la represión o víctima de la desmoralización que crea la misma, si no encontrara en las organizaciones guerrilleras y en el tipo de lucha que practican una resistencia aún más firme, si no hallaran las fuerzas represivas y el gobierno que las manda una respuesta continua ante sus crímenes y si, en definitiva, la lucha armada no ofreciera al conjunto del movimiento de resistencia de las amplias masas populares la única salida que realmente le queda. En pocas palabras: el movimiento de resistencia de las amplias masas populares ha dado vida y nutre continuamente a la guerrilla, y ésta a su vez mantiene en pie y facilita el continuo desarrollo del movimiento popular de resistencia al sistema capitalista.
Tal es la concepción que ha forjado el Partido respecto a la lucha armada y su relación con el movimiento de masas. Este movimiento, como hemos podido ver y vemos todos los días en España, presta apoyo y nutre a la guerrilla y, ésta, a su vez, le allana el camino y lo estimula a seguir adelante. Juntos, guerrilla y movimiento de masas, forman un todo indisoluble, puesto que el uno sin el otro no podrían existir por separado. Esta relación es lo más importante del nuevo movimiento revolucionario que se desarrolla en España, lo que le dota de una característica nueva, totalmente desconocida en otras épocas, y que nosotros hemos denominado Movimiento de Resistencia Popular.
La vanguardia y la fuerza principal del Movimiento de Resistencia Popular está constituida por la clase obrera y, dentro de ella, el PCE(r) viene jugando el papel dirigente y animador de todo el Movimiento, que no es, como acabamos de ver, ni exclusivamente pacífico o legal, ni exclusivamente militar, sino que se da en el mismo una original combinación de los dos tipos de lucha: militar y legal, pacífica y armada. A largo plazo, ¿cuál de las dos formas de lucha prevalecerá? Esto va a depender de una serie de circunstancias, pero lo más probable es que termine por imponerse la lucha armada y que a ella se incorporen las grandes masas. Sin embargo, no debemos descartar la otra posibilidad, siempre que nos dispongamos y preparemos a las masas para afrontar y salir victoriosas con la primera.
Vista la cuestión desde este punto de vista, la guerra popular en España va a tener -está teniendo ya- un carácter prolongado. En este sentido esta guerra que venimos librando junto a las masas tiene que pasar por varias fases o etapas, pudiéndose decir que aún no hemos rebasado la primera. Para el Partido, en esta primera fase se trata, ante todo, de ganar a las masas, y para eso tiene que ir a ellas y tratar de organizarlas a fin de proseguir con más ímpetu la lucha. Para eso necesitamos ir a las masas, y vamos a ellas por la vía que ya nos hemos trazado, y de ninguna otra manera.
Peña no comprende esta relación o no quiere comprenderla; no distingue entre trabajo masista, seguidista, reformista, y el trabajo que debe realizar un partido revolucionario en las condiciones de nuestro país para atraerse a las masas, ligarse estrechamente a ellas y llevarlas a hacer la revolución, y esta incomprensión le hace decir los mayores disparates imaginables. Dice, refiriéndose a las discusiones que se vienen manteniendo en el seno del Partido en relación con la distribución de las fuerzas disponibles: El desenlace de esta pequeña batalla político-ideológica todavía está por ver, en lo que a nuestro Partido se refiere, pues en la situación de debilidad que padecemos, hay camaradas que añoran los viejos tiempos de la ODEA, el Socorro Rojo, los Círculos Obreros y otras organizaciones de masas que fueron barridas en los últimos años por la inevitable necesidad de reponer las fuerzas militares, de atender a la forma principal de lucha.
Peña no quiere decir por quién fueron barridas esas organizaciones, dejando la puerta abierta a la interpretación de que ha sido exclusivamente la necesidad de reponer las fuerzas militares. Dicho así, habría que concluir que también el Partido ha sido barrido por esa misma necesidad, puesto que, como es bien sabido, la organización armada (los GRAPO) se han venido nutriendo tanto de esas organizaciones de masas como del Partido. ¿Habrá que barrer, liquidar, también el Partido? Esta pregunta en modo alguna es gratuita. Se desprende directamente de la afirmación que hace Peña a continuación del párrafo que hemos transcrito más arriba: Estos camaradas (?) no comprenden que el error no consistió en liquidar aquellas organizaciones de masas, sino en haberlo hecho a regañadientes, saboteando, consciente o inconscientemente, el desarrollo de la actividad militar.
Detengámonos unos instantes en este problema, pues se trata de uno de los más importantes a que nos venimos enfrentando, y de su justo tratamiento van a depender muchas cosas para el futuro. Sabotaje y saboteadores Que padecemos una gran debilidad, acentuada además, por las grandes responsabilidades que hemos echado sobre nuestros hombros cuando apenas se había dado a luz al Partido, esto es algo que nunca hemos negado. También es verdad que siempre hemos mantenido que el Partido se crea y habrá de fortalecerse en el fuego de la lucha y no en un invernadero.
Así es como viene sucediendo, sin rehuir en ningún momento por nuestra parte los requerimientos de la lucha de clases. Esta posición nuestra nos ha acarreado numerosos problemas y la pérdida de numerosos cuadros dirigentes que han pagado con su vida la osadía de levantarse contra los enemigos de clase. De estas dolorosas pérdidas no nos vanagloriamos. ¿Pero es justo hablar, como lo hace Peña, de la entrega generosa de estos camaradas (¡de nuestros mártires!) hombres y mujeres, como si se tratase de algo inútil? No pretendemos tocar aquí la fibra sentimental o sensible de nadie, pero creemos legítima y plenamente justificada la indignación que se apodera de todos nosotros cuando Peña habla de estas muertes atribuyéndolas a unos supuestos errores que en todo caso serían atribuibles a los caídos. ¿En qué ha consistido ese error? Peña no nos lo explica ni queda aclarado a todo lo largo de su escrito; puesto que su caballo de batalla no es otro que la lucha armada que, según él, el Partido ha debilitado o no ha prestado toda la atención que merecía, cabe suponer que esas muertes, producidas, en su mayor parte, en el campo de batalla son atribuibles a esos mismos cuadros dirigentes que lo estaban dirigiendo desde la primera línea de fuego. Como se comprenderá, las opiniones de Peña no pueden ser más contradictorias. Pero no, el hecho claro, indiscutible, es que contamos con escasas fuerzas organizadas en relación con las grandes tareas que hemos tenido que asumir, de manera que si ha habido algún error, éste ha consistido en haber tomado el camino de la lucha y no el de la claudicación (tal como han hecho tantos y tantos partidos comunistas como pululan hoy por España); en esto ha consistido el error histórico cometido por el PCE(r): tomar el camino más difícil, el más escabroso, el que impone mayores sacrificios... pero también, estamos seguros, el único que puede abrir, y ya lo está haciendo, las puertas de un futuro luminoso y feliz a todos los trabajadores.
Detenciones, asesinatos, torturas, persecuciones sin fin, largos años de encarcelamiento en las peores condiciones imaginables... Todo lo hemos soportado con la mayor entereza (y Peña con nosotros, también hay que decirlo); y eso ¿por qué?: porque estamos profundamente convencidos de que nos hallamos en el camino justo y de que es ése, precisamente, el precio que tenemos que pagar, el precio que impone siempre toda revolución. Si no estuviéramos convencidos de todo esto, si fuera cierto lo de los errores a que alude Peña, qué duda cabe que hace ya mucho tiempo que se habría quebrado nuestra resistencia, la voluntad firme de lucha que nos anima a todos, y se habría producido más de una escisión. Pero nada de esto ha ocurrido hasta el momento presente (y todos sabemos cómo ha especulado el gobierno con esta posibilidad). Ahora bien, esto no quiere decir que no haya habido y siga habiendo lucha ideológica en el seno del Partido; pero que nosotros sepamos esa lucha jamás ha revestido el carácter de enfrentamiento, de lucha de tendencias, enfrentadas entre sí, que Peña se esfuerza en presentar.
Junto a nosotros, numerosos simpatizantes del Partido y otros demócratas han padecido también en su propia carne y en diverso grado los efectos de la represión. La mayor parte de estas personas se hallaban encuadradas en distintas organizaciones muy próximas al Partido, pero que no eran, propiamente dicho, organizaciones partidistas. Eran lo que llamamos organizaciones de masas. Estas organizaciones de masas se han venido abajo una tras otra a consecuencia de los golpes repetidos que ha dirigido contra ellas la represión. Esto era lógico suponer que sucediera, pues carecían de la ideología, de la estructura y la disciplina capaces de resistir las embestidas furiosas de la reacción, y que sólo en un partido proletario y aguerrido como el nuestro puede darse.
Además, hay que tener en cuenta que una de las tácticas utilizadas por la policía ha consistido, precisamente, en someter a los miembros de esas organizaciones a todo tipo de presiones, detenciones y chantajes, al objeto de restar apoyo a la guerrilla y tratar de aislarla, por lo que difícilmente podía el Partido, ni ninguno de sus militantes, secundar la labor represiva de la policía -como propone Peña- liquidando cuanto antes aquellas organizaciones de masas. Lejos de eso, el deber del Partido era -y sigue siendo- prestar apoyo a las organizaciones de masas de carácter democrático y antifascista, ligarse a ellas y hacer que se fortalezcan lo más posible, ya que ello no supone ningún obstáculo, sino que, por el contrario, supone una condición indispensable, precisamente, para el desarrollo de la actividad militar. Peña, como vemos, no puede andar más descarriado en este punto, al igual. que en todos los demás. ¿Se habrían mantenido las organizaciones armadas sin el apoyo que le han venido prestando las organizaciones de masas? ¿No es cierto que de estas últimas han salido un buen número de combatientes antifascistas? Es cierto también que esta incorporación a la guerrilla de los hombres y mujeres más decididos y destacados procedentes de las organizaciones de masas las fue debilitando, pero ha sido la represión policial la que realmente las ha liquidado (aunque no totalmente ni por mucho tiempo, tal como demuestra la experiencia, pues éstas surgen por otro lado y en las formas más diversas).
Todos estos factores, la debilidad numérica del Partido, la desarticulación por la policía de las organizaciones de masas vinculadas a nosotros, y la necesidad de proseguir el combate por el logro de nuestros objetivos a corto y más largo plazo, todo eso es lo que ha dado como resultado el barrido a que se refiere Peña.
Esto ha ido creando una contradicción entre la creciente demanda de militantes para llenar los huecos producidos por la represión, y la necesidad de proseguir realizando el trabajo de masas. Así, en numerosas ocasiones la Dirección del Partido se ha visto obligada a tener que tirar de militantes de base y de cuadros cuando éstos realizaban un trabajo de masas que prometía; ha tenido que elegir entre seguir prestando apoyo decidido a la lucha amada o centrar su atención en el trabajo de masas; y la decisión en la mayoría de los casos, no se ha hecho esperar: por encima de todo la lucha de resistencia, el combate contra el fascismo y sus secuaces, ya que de este combate ha dependido y sigue dependiendo el porvenir de todo el movimiento obrero y popular en España. Estas decisiones justas, absolutamente necesarias, han repercutido en el desarrollo del Partido. Todo ello ha venido a agravar (y a añadir otras nuevas) las dificultades a que nos veníamos enfrentando. No es nada extraño, pues, que en el seno del Partido se traten todos estos problemas, se discuta sobre ellos, a fin de hallar la mejor solución a los mismos desde nuestras posiciones de principios.
Pero sólo un ciego no puede ver lo que es evidente: que con nuestro trabajo, realizado en medio de enormes dificultades, y venciéndolas poco a poco, vamos creando las condiciones generales que habrán de permitirnos dar un gran salto en toda nuestra actividad: a nuestro trabajo entre las masas, en las tareas de apoyo a la lucha armada y un desarrollo y mayor consolidación del Partido. Estas son cosas que ya hoy las estamos palpando.
El precio que hemos tenido que pagar ha sido, ciertamente, muy alto; pero los frutos están ahí: tres gobiernos con sus respectivos presidentes y un buen número de ministros de la represión han caído por los suelos en muy corto período de tiempo, y no creo que haya dudas acerca del futuro que les espera a los Felipe González, Peces Barba y Guerra. El estercolero de la Historia les espera. La bancarrota de la política socialfascista de los psoístas está a la vuelta de la esquina. El partido carrillista y sus socios menores -los que no se han disuelto- son un cero a la izquierda. Se agrava la crisis económica y social; los problemas que sufren las masas obreras y campesinas, los estudiantes, las mujeres, las naciones oprimidas, etc., ya está muy claro que no hallarán solución mientras no sea demolido hasta los cimientos el régimen político y económico de la oligarquía, y las masas se están levantando en todas partes contra el gobierno y los grandes patronos. Todas estas luchas están siendo encabezadas por la clase obrera y en ello, qué duda cabe, está recibiendo el apoyo y el estímulo de la lucha guerrillera (en continuo aumento) y el ejemplo y las ideas de resistencia que le brinda el PCE(r).
En este marco general, el Partido y todas las organizaciones de masas de los obreros, los campesinos e intelectuales progresistas, etc., van a tener un nuevo auge y el Partido va a poder desarrollar ampliamente entre ellas su labor; va a extender enormemente su influencia y a consolidarse. De todo esto podemos estar completamente seguros. De manera que esa situación de debilidad y de graves problemas a que nos hemos estado enfrentando a lo largo de los últimos años cambiará. Al final también ocurrirá con nosotros lo que en la fábula china del viejo tonto que removió las montañas: el cielo se apiadará de nosotros y acudirá a prestarnos ayuda. Con ello terminarán también en el Partido las discusiones a que se refiere Peña en su escrito, las cuales no son otra cosa, en realidad, sino un reflejo en él mismo de esa situación que venimos atravesando.
Una ley y un decantamiento
Peña se niega a reconocer que el Movimiento de Resistencia Popular que se viene desarrollando en España desde hace muchos años es ya, en su primera fase, esa Guerra Popular Prolongada, algunas de cuyas características hemos esbozado. Pero aún nos queda por tratar el problema específico de la estrategia y la táctica militar, de su plan de organización, y va a ser en este punto donde Peña habrá de realizar sus más transcendentales y originales descubrimientos. También en este campo, como ya es costumbre, su voluntad no es otra que la de corregir el error que venimos cometiendo; lo que a decir de él proviene de no haber puesto suficiente atención (se entiende que ha sido el Partido quién ha cometido tamaño error) al trabajo militar, de seguir aferrándonos a la vieja concepción de la insurrección bolchevique, al trabajo de masas, etc. Para corroborar estas afirmaciones, Peña remite al folleto de los GRAPO Experiencias de tres años de lucha armada publicado en 1978, del que extrae el siguiente párrafo: Tanto por las condiciones como por el contenido popular de la lucha que llevamos a cabo, ésta tiene un carácter de guerra popular prolongada. Peña utiliza esta cita de comodín para introducirnos inmediatamente a los cuatro principios generales que definen su estrategia y su plan de organización. Pasemos, pues, antes de seguir adelante, a conocer dichos cuatro principios.
— Primer principio:
La guerra es la forma principal de lucha a la que se supeditan todas las demás. De ahí que el ejército sea la principal forma de organización de los revolucionarios.
— Segundo principio:
En la guerra las fuerzas revolucionarias parten de la debilidad pero llevan en sí el germen de la fuerza. Las del enemigo parten de una posición de superioridad militar, económica, etc. pero llevan en sí el germen de la debilidad [...] De ahí que la guerra tenga necesariamente un carácter prolongado.
— Tercer principio:
La guerra popular prolongada pasa inevitablemente por las fases de defensiva estratégica, equilibrio y ofensiva estratégica. Sin pasar por estas tres fases, independientemente de la duración de cada una, es inconcebible el final victorioso de la guerra revolucionaria.
— Cuarto principio:
Desde el punto de vista de los objetivos estratégico-políticos la Guerra Popular Prolongada puede adoptar la forma de guerra civil revolucionaria (guerra de clases) o de guerra nacional revolucionaria (guerra de liberación nacional) o las dos formas (sucesivamente o simultáneamente).
Estos cuatro principios, en los que lo único verdaderamente original es el añadido de la simultaneidad -ahora veremos a qué obedece-, Peña los ilustra con otras originales ideas de su propia cosecha entre las que destacan, de forma particular, las referentes a la necesaria supeditación a lo militar de todas las formas de lucha y organización, así como las que versan sobre el carácter nacional de la lucha, dado el peso específico que tienen las naciones oprimidas en el concierto estatal, la tendencia, con la incorporación de las masas a la lucha política (nacional), al desarrollo y florecimiento de la conciencia nacional. Es esto lo que, finalmente, le lleva a establecer nada menos que una ley específica de la Guerra Popular Prolongada en el Estado español, culminación, por lo que se ve, de todos sus desvelos y preocupaciones. La dicha ley, establecida por Peña según todas las reglas del método científico determinaría que por un período más o menos largo de tiempo no habrá un único centro de poder dirigente de las fuerzas revolucionarias. Verdaderamente, éste es uno de los casos en que el viaje merecía haber cargado las alforjas. Pero continuemos adelante, que aún nos tiene reservadas alguna que otra sorpresa. Peña remacha esa ley dictada por él asegurando que pretender organizar una insurrección clásica bolchevique o una guerra revolucionaria de corta duración, para lo que sería necesario antes unir al proletariado de todo el Estado (o por lo menos al peninsular) antes de decidirse a la lucha abierta por el poder, es utópico; nos conduce a la pasividad, nos aleja de la realidad y las masas populares y nos conduce inevitablemente al reformismo.
La palabra fatídica (reformismo) ha sido pronunciada. Ahora podemos entender mejor la insistencia con que repite en su escrito la frase: ¡lucha por el poder! Ahora podemos comprender también la premeditación y la alevosía con que viene procediendo Peña. Todo lo que no suponga aceptar el descabellado proyecto que nos presenta es reformismo, puesto que de una u otra manera conduce inevitablemente a él. Gracias a dios que nosotros tenemos una apreciación bastante distinta sobre las vías que conducen al reformismo de las que, desde luego, no está excluido ese izquierdismo rabioso, desmesurado, de que está haciendo gala Peña últimamente. Una línea de ‘izquierda’ -suelen decir los comunistas chinos- puede encubrir otra de derechas. Y así es, creo yo en este caso.
Guerra, organización militar, supeditación de todo a la organización militar, carácter nacionalista de la lucha... Tal es el esquema estratégico-político que nos ofrece Peña; algo muy simple, como puede comprobarse fácilmente, una vez despojado de todos los ornamentos; lo demás, los cuatro famosos principios, que ha calcado de Mao, no son más que el camuflaje con el que trata de introducir de matute en el Partido esas baratijas pseudo-revolucionarias.
Ya está claro que para Peña no son sólo las organizaciones de masas, sino, ante todo, el Partido de la clase obrera lo que está de más, lo que había que haber barrido antes que nada, pues supone el principal obstáculo que encuentra para su proyecto de crear esa organización militar de los revolucionarios a la que ha de ser sacrificado todo. Esto concuerda perfectamente con su concepción militarista, nacionalista y explica, por otra parte, ese desprecio con que trata a todos aquellos camaradas gallegos que no se muestran conformes con sus posiciones y critican resueltamente ese galleguismo estrecho y ramplón a que nos tiene acostumbrados. De ahí también esa ferviente admiración por ETA (de quien jamás se le ha oído hacer el menor comentario crítico): todo lo que hace ETA está bien, en cambio los GRAPO y el PCE(r)...
No dudamos, siguiendo el hilo de las ideas de Peña, de que, en ese sentido, éste tiene razón: una vez barridas las organizaciones de masas -de lo cual él se felicita-, ya sólo queda por dinamitar el Partido. Eso darla paso a la lucha armada como forma exclusiva -no sólo principal- y a la supeditación de todo el movimiento obrero y popular a la organización militarista nacionalista-pequeño-burguesa. El planteamiento no puede ser más coherente. Pero claro, para hacer que triunfe esta concepción -o al menos que llegue a confundir a algún incauto- Peña tiene que complementar su tarea con ataques a la línea y a la actuación del Partido y tachar de inútiles y utópicos los intentos de establecer una dirección única, centralizada del movimiento revolucionario en España. ¿A quién puede beneficiar todo esto? Está claro que a la clase obrera y al movimiento nacional democrático de Galicia no.
Peña, muy asentado en su línea de pensamiento, especula con lo que él llama dispersión de las fuerzas revolucionarias. Para él, el problema de la dispersión no es un problema, en realidad, sino una cosa natural en las condiciones del capitalismo, a la que hay que sobreponerse. Constituye la clave de su plan estratégico-político, lo que explica y sirve de base a esa ley de la que nos ha estado hablando más arriba. Por esta razón está obligado a defenderla y tiene que consagrarla dentro de sus principios generales. Está ya suficientemente probado que sin esa dispersión y sin la escisión del Partido que él prepara, no sería viable su proyecto de crear un grupo con todas las características de la pequeña burguesía radicalizada, a partir del cual ir decantando posiciones -son sus propias palabras- limitando las diferencias y coordinando las actividades. Así es como Peña tiene pensado rematar su obra. ¿Habrá todavía entre nosotros quién piense que estoy exagerando o que me dejo llevar por el apasionamiento de la polémica? Decantarse camaradas, después de lo que llevamos leído de las ideas y los proyectos de Peña, no significa otra cosa que escindir para después limitar diferencias y llegar a una coordinación. Pero ¿decantarse respecto a quién, limitar diferencias respecto a quién, coordinar actividades con quién? ¡¿No está Peña preparando el terreno y haciendo una llamada para la escisión del Partido?!
Peña, lógicamente, suaviza sus exposiciones, utiliza un lenguaje diplomático para tratar de engatusar a algún incauto y hacernos a nosotros bajar la guardia, pues de otra manera no podrá proseguir su labor de zapa. Pero tampoco este recurso le va a dar ningún resultado.
Es lo que siempre ha tratado de hacer la burguesía de todas las latitudes: servirse de la dispersión que ella misma siembra entre los trabajadores con cualquier pretexto -y para eso también sirve el de la nacionalidad- para confundirnos, profundizar aún más su división, enfrentarlo a su organización de vanguardia e impedir así -y por otros medios- que se haga la revolución socialista.
La originalidad de los planteamientos de Peña se manifiesta en el hecho de que ha intentado encubrir estos mismos propósitos con todo un plan guerrero, muy en la línea de sus compadres nacionalistas vascos. Lástima que, hace ya bastante tiempo, el proletariado revolucionario de Galicia viene actuando como la verdadera vanguardia del movimiento popular nacional, ha tomado sin titubeos el camino de la revolución socialista, el camino de la unidad de su clase y de la lucha en común contra los enemigos comunes (como son la oligarquía financiera y el Estado explotador y opresor), sin dejarse seducir por los cantos de sirena de su burguesía, dando así un magnifico ejemplo de internacionalismo al proletariado de las otras nacionalidades de España. Esta es la espina que tiene clavada en su pecho la pequeña burguesía gallega, su verdadera tragedia histórica, al igual que la de todos aquellos que aún suspiran por una tercera vía para la solución del problema nacional de España, una tercera vía que les ponga a cubierto de la revolución proletaria, y que finalmente van a cobijarse bajo el ala protectora que les brinda la gran burguesía monopolista, fascista y centralista española.
Guerra de clases por la liberación social y nacional
Peña no puede ver con muy buenos ojos que la clase obrera luche al mismo tiempo contra el capitalismo y por los derechos nacionales; no puede entender, desde las posiciones nacionalistas que ocupa, que el proletariado revolucionario, al librar una guerra de clases esté al mismo tiempo librando una guerra por la liberación de su patria de toda opresión y explotación. Por eso ha querido descubrir un principio especial, peculiar, en esa simultaneidad social y nacional que adopta la lucha de clases en España. Esta peculiaridad sirve a su propósito de establecer una separación tajante dentro del movimiento obrero revolucionario entre los que, según él, vienen librando una guerra de clases y los que libran una guerra de liberación nacional.
Esta contraposición no puede ser más absurda y equivale a negar el hecho claro, evidente para todo aquél que no cierre los ojos, de que el Partido viene sosteniendo la reivindicación del derecho a la autodeterminación de las nacionalidades oprimidas por el Estado español como uno de los puntos esenciales de su programa. Lo que sí es absolutamente cierto es que nosotros no defendernos la consigna de la independencia de esas nacionalidades y eso por la sencilla razón de que tal consigna no es aplicable a nuestras condiciones, sino que corresponde más bien a los países coloniales y a una etapa de la revolución democrático-burguesa. Esto no quiere decir que nos vayamos a oponer a la separación en el caso hipotético de que los pueblos de esas nacionalidades así lo decidiesen para formar un Estado aparte. Precisamente -y esto lo hemos explicado ya muchas veces- el derecho a la autodeterminación implica tanto una cosa como la otra, o sea, la separación o la unidad en pie de absoluta igualdad.
No es misión de la clase obrera decidir, cuál de estas dos posibles soluciones será la mejor. Esto va a depender de muchas cosas, y, en todo caso, serán los pueblos, y sólo ellos, quiénes lo decidan. Nuestro deber en estos momentos consiste en hacer una defensa consecuente de ese derecho que tienen todos los pueblos a decidir su propio destino, a no permitir que sigan siendo explotados y reprimidos por nuestra burguesía, pero también a hacer todo lo que esté de nuestra parte para impedir que el lugar del Estado de nuestra burguesía no sea ocupado por otro igualmente explotador y opresor para la clase obrera. Porque, si bien es verdad que en España no existe una auténtica burguesía nacional, no se puede descartar la posibilidad de que, ante una fuerte resistencia de las masas populares, la burguesía llegue a un acuerdo para establecer una independencia formal, pero que de hecho mantenga intactos los antiguos lazos de dependencia política y económica y de manera que queden garantizadas las relaciones de explotación (el caso de Irlanda respecto a Inglaterra, y de las posiciones del IRA -en el que sin lugar a dudas se inspira ETA- es muy ilustrativo de lo que decimos).
Nuestro deber internacionalista más cercano, o que más directamente nos afecta, consiste en ayudar al proletariado de esas naciones a librarse también -y liberarse al mismo tiempo que nosotros- de la explotación a que su propia burguesía trata de someterle. Esto es tanto más necesario por cuanto existen unos lazos comunes y unos intereses que se han ido anudando a través de la historia y, sobre todo, un enemigo común inmediato al que combatir, un enemigo común que se halla en todas partes y que viene actuando también de manera unificada en contra de la clase obrera.
No tener en cuenta todo esto sólo puede debilitar nuestra lucha y contribuir al mantenimiento de la actual situación que es, en definitiva, lo que queremos y necesitamos cambiar desde su misma raíz. El mismo hecho de que las mal llamadas burguesías nacionales estén colaborando activamente con el Estado en la represión del movimiento obrero y popular y no escatimen esfuerzos para descalificarlo, debería hacer pensar a Peña acerca del futuro que espera a la lucha de ETA, lucha que, por lo demás, está jalonada, como es bien sabido, de continuas escisiones obreristas en sus filas, debidas todas ellas a idénticos motivos.
Ejemplos de guerras de liberación nacional podemos citar muchos; también son numerosos los de guerras civiles. Pero no se podrá encontrar ni uno sólo en toda la historia donde se haya producido esa simultaneidad de que nos habla Peña. La razón de ello estriba en lo que acabamos de decir: para que se dé un movimiento de liberación nacional es imprescindible que exista una burguesía nacional o una situación de clara agresión extranjera. Pero en ausencia de uno y otro de esos factores, el movimiento nacional tiene que supeditarse, inevitable y necesariamente, al movimiento social de la clase más avanzada (la clase obrera), única que, por su posición y por su peso específico en la sociedad, puede y está realmente interesada en resolver este problema; y lo hará en España, qué duda cabe, sólo que no como pretende Peña, sino con arreglo a sus propios intereses inmediatos y más a largo plazo. En este sentido podríamos poner también algún ejemplo donde la guerra revolucionaria ha adoptado ese doble carácter, pero sin que la cuestión nacional primara o hiciese retroceder a un segundo plano la cuestión social, como a fuerza de querer ser original desea Peña que suceda en España.
Nos hemos alejado mucho de nuestro tema. Pero vamos a seguir.
Obreros utópicos y burgueses realistas
Peña sabe muy bien que el PCE(r) no se propone, nunca ha pretendido, ni pretende, organizar una insurrección clásica bolchevique o una guerra revolucionaria de corta duración; pero el Partido sí cree necesario -y eso él también lo sabe- antes de decidirse a la lucha por el poder, unir a la clase obrera y a las amplias masas populares, ya que sin esa unidad aquello resultaría una aventura condenada de antemano al fracaso. Por eso trabajamos por la unidad; y desde esa unidad -ya alcanzada en la parte más avanzada- con la vanguardia del proletariado luchamos contra la dispersión que indudablemente existe todavía en el movimiento obrero y popular.
Pero esta dispersión no existe solamente entre unas nacionalidades respecto a otras, sino que se da también en el seno mismo de cada nación. La burguesía se ocupa de crearla. ¿Vamos por eso a fraccionar el Partido, a crear tantos Partidos comunistas, tantos centros de poder revolucionario (como los llama Peña, pensando sin duda en el período post-revolucionario, o sea, en la separación a que aspira) como grupos hay? ¿O debemos trabajar desde ahora, incansablemente, por la unidad, para contrarrestar la labor de dispersión y confusión que viene realizando la burguesía dentro del movimiento obrero? El Partido hace tiempo que ha dado respuesta a ese interrogante, de ahí que esté trabajando sin desfallecimiento para alcanzar la unidad en la lucha, para dotar a las fuerzas revolucionarias de un solo Estado Mayor que haga mucho más eficaz la lucha y sin el cual ésta no podrá avanzar ni alcanzar sus objetivos. Y esto le venimos haciendo desde el Partido (desarrollando el trabajo político, ideológico y organizativo de la vanguardia del proletariado, denunciando los intentos de traicionarla que realiza la burguesía), y desde el movimiento de resistencia popular (impulsando la solidaridad, la ayuda y el apoyo mutuo, las acciones conjuntas, etc.) sin esperar a que antes se haya producido la unidad que buscamos. Será el movimiento popular el que, efectivamente, va a terminar por imponer la unidad de las fuerzas revolucionarias. Pero eso no ha de suponer una renuncia por nuestra parte a trabajar por acelerarla, y menos aún, como se comprenderá, a que hagamos un canto a la dispersión.
Por lo demás, Peña sabe muy bien que este trabajo, como la misma guerra revolucionaria que planteamos y estamos llevando a cabo, se inscriben en un proceso prolongado; sabe que aquí nadie ha hablado de organizar una insurrección clásica bolchevique o una guerra revolucionaria de corta duración. Esas son cosas que él se ha sacado de la manga para poder presentar como utópicos y alejados de la realidad todos nuestros objetivos y nuestros afanes.
Para la burguesía siempre han sido utópicos los objetivos y aspiraciones más sentidos por el proletariado; siempre ha considerado alejados de la realidad sus planes y proyectos revolucionarios (destinados a cambiar la sociedad para hacerla más justa), al tiempo que hace todo lo que está en su mano para sabotearlos. Nosotros no podemos evitar que la burguesía piense y se conduzca de esta manera. Pero sí tenemos una visión algo distinta de esa misma realidad y valoramos de otra forma nuestra capacidad para cambiarla. También tenemos nuestro propio concepto de la burguesía como clase y no nos vamos a espantar por los aspavientos que hace ante cada paso que damos ni por muchas sandeces que diga.
Un esbozo y algo más
Que el Partido no ha tenido una noción clara y precisa, plenamente consciente y asumida, como dijo Peña mas atrás, de la estrategia de la guerra popular prolongada, y que sólo en 1978 apareció, en el folleto de los GRAPO que un tímido esbozo de dicha estrategia, ésas son cosas que él se ha inventado.
En el referido folleto, ciertamente, aparece expuesta la tesis que Peña se ha dignado citar haciendo caso omiso de todo lo demás: Tanto por las condiciones como por el contenido popular de la lucha que libramos, ésta tiene un carácter de guerra prolongada. Esta es una definición exacta -y no sólo un esbozo de definición- que se ajusta perfectamente a las condiciones de España, y no la que hace Peña con sus famosos cuatro principios, con los que se hace obligado tener que recortar los pies para calzarlos. Esa tesis de los GRAPO aprehende los aspectos esenciales de la lucha, o sea, su carácter de guerra popular y de guerra prolongada. El primero de estos dos aspectos, el hecho de que la guerra tenga un carácter popular, justo, es lo principal y condiciona el segundo aspecto, hace que la guerra, dada la posición de debilidad militar en que se ven obligadas a combatir las fuerzas populares, tenga un carácter prolongado, antes de que puedan cambiar las condiciones objetivas, reales, de explotación y opresión en que se hallan las masas obreras y populares en España.
Para una organización militar como los GRAPO les basta con saber eso para comenzar a desarrollar sus actividades militares. Los GRAPO no han caído en ningún momento en el subjetivismo y el esquematismo que rezuma cada página del escrito de Peña; siempre se han atenido a la realidad, han partido de ella; sus conocimientos militares -como su armamento- los han obtenido combatiendo, y sólo sobre esta sólida base (la que da la experiencia, los éxitos y también, pero sobre todo, los fracasos) es como han ido generalizando y construyendo, asistidos por el PCE(r), una teoría de la Guerra Popular Prolongada adaptada a las condiciones de España. Este método de trabajo les ha permitido sortear muchos escollos, salir airosos de las situaciones más difíciles y adaptarse a cada encrucijada de la complicada lucha de clases. Así, entre los más serios peligros que han tenido que eludir los GRAPO se encuentra el de la fácil tentación del militarismo. Por eso, ya desde el principio, se fijó como tarea fundamental el ayudar al movimiento revolucionario de masas a fin de ganar su apoyo y proseguir juntos el combate con mucha más fuerza y decisión.
Los GRAPO no se atribuyen ningún papel político-organizativo especial, sino que se constituyen en el ejército revolucionario del pueblo, en el brazo armado que precisa la clase obrera y los demás sectores populares para derrocar al Estado capitalista y expropiar a los monopolios, unir sus fuerzas en el combate, asegurar la hegemonía de la clase obrera dentro del movimiento popular y la dirección del Partido de todo el proceso revolucionario. Estos planteamientos se inscriben en la estrategia de la Guerra Popular Prolongada, de la que el Partido, contrariamente a lo que afirma Peña, ha tratado hace ya bastante tiempo.
Así, en el Informe presentado por Arenas al III Pleno del Comité Central del PCE(r), en noviembre del 76, se dice sin ningún tipo de ambigüedades a este respecto:
Nosotros consideramos que para que triunfe el pueblo es indispensable, al mismo tiempo que se fortalece el Partido de la clase obrera y se impulsa la unión popular, desarrollar las fuerzas armadas de la revolución que habrán de convertirse, llegado el momento, en un verdadero ejército popular...
La lucha que se aproxima tendrá inevitablemente un carácter prolongado, pues no sólo nos oponemos a un enemigo que cuenta con un aparato estatal ramificado y centralizado, con medios relativamente poderosos y considerable apoyo del imperialismo internacional, sino que, indudablemente, está fuera de toda posibilidad pensar en organizar y educar a las masas dentro de la legalidad [...] En nuestros días los monopolios no permitirán a las masas concentrar sus fuerzas ni organizarse, ni se dejarán sorprender por una insurrección general que estalle en un momento dado. Es más, en las condiciones de España, si hay algo que el fascismo no va a permitir, es algún tipo de organización, mínimamente independiente de la clase obrera y demás sectores populares; no va a conceder la menor oportunidad en este sentido. Por eso, aquí sólo cabe la resistencia activa armada y, por lo que se refiere a la educación y organización de las masas, sólo puede entenderse en el sentido de demostrar que la lucha armada no sólo es necesaria, sino también posible y su victoria segura.
Esto exige aplicar una estrategia encaminada a acumular fuerzas mediante golpes parciales, hasta convertirlos en una verdadera guerra de guerrillas. Si no se ceja en la lucha ni se abandonan las armas y si nos basamos en nuestras propias fuerzas, la guerra popular triunfará inevitablemente porque se trata de una guerra justa y progresista que ganará el apoyo de las fuerzas de la paz, la democracia y el socialismo en el mundo entero.
Como vemos en este largo pasaje del Informe presentado por Arenas siete años antes (¡siete!) de la fecha en que Peña hace su descubrimiento, el Partido sí tenia, incluso antes de la publicación del folleto de los GRAPO, una clara visión de la guerra que se viene librando en España e hizo un planteamiento igualmente claro y concreto de la estrategia y la táctica que se debía seguir. En realidad, los GRAPO, en este trabajo que cita Peña, no hacen otra cosa que atenerse a estos planteamientos, que son los que han orientado sus actividades militares de forma muy distinta a como lo plantea Peña. Lo que ocurre es que, en el fondo, éste no comprende que el problema fundamental que trata de resolver con esta estrategia de que tanto habla, no es otro que el de la dispersión de las fuerzas que han de hacer la revolución, de cómo acumular esas fuerzas, de cómo educarlas y organizarlas en y para el combate, que viene a ser la base del problema de la estrategia que abordó y resolvió tan brillantemente Mao Zedong después de una serie sucesiva de fracasos sufrida por la revolución en China. En la práctica quedó demostrado que la estrategia de lucha y organización que tanto éxito tuvo en Rusia no valía para un país de las características de China (y ya hemos explicado por qué); de la misma manera podemos decir que la estrategia de lucha y organización que fue aplicada a las condiciones de un país semifeudal y colonial, por muchas semejanzas que tenga con la estrategia general que nosotros venimos aplicando, tampoco puede ser válida para España.
La revolución tiene sus propias peculiaridades en cada país y eso exige de nosotros, los comunistas, los que nos proponemos organizarla, encabezarla y dirigirla, que realicemos un gran esfuerzo para descubrirlas. En este sentido nos son muy valiosas las experiencias y enseñanzas que se desprenden de las revoluciones de otros países, pero no debemos copiarlas ni imitarlas ciegamente, sin discernir entre lo que hay de válido y de rechazable para nosotros. Nada puede sustituir nuestro análisis y nuestra propia experiencia, realizadas conforme a los principios del marxismo-leninismo, de su espíritu creador y siempre vivo, no de su letra muerta.
Así, una de las características fundamentales de nuestro país es el predominio del capitalismo monopolista, la existencia de una industria desarrollada controlada por el capital financiero y, por otra parte, de un proletariado muy numeroso y que cuenta con grandes tradiciones de lucha. De acuerdo con esta característica fundamental, la revolución en España sólo puede ser socialista. Otra característica fundamental de nuestro país es la existencia de un régimen político de dictadura de la burguesía financiera y otros sectores reaccionarios que impiden la organización y la lucha pacífica de los trabajadores para la defensa de sus intereses inmediatos y futuros; esto hace que la lucha de clases transcurra por cauces revolucionarios. Otra característica fundamental es la existencia de tres naciones oprimidas y una colonia, lo que origina un continuo enfrentamiento de las masas populares de esas naciones con el Estado opresor. Finalmente, otra característica fundamental consiste en que en España no existe una burguesía democrática o nacional que esté interesada en un cambio profundo y radical de la sociedad. Sólo quedan remanentes de esa burguesía y sectores y capas pequeño burguesas en acelerado proceso de ruina y progresiva proletarización. Desde este punto de vista, en la perspectiva de sus intereses futuros, todos esos sectores están objetivamente interesados en la revolución socialista, pero tienen miedo y vacilan continuamente entre las posiciones consecuentemente democráticas y revolucionarias del proletariado y el reformismo burgués. Entre estos sectores, los más próximos al proletariado son los pequeños campesinos semiproletarios cargados de deudas por los bancos; también los pueblos de las nacionalidades, los intelectuales, etc., están próximos al proletariado.
El proletariado es la clase más numerosa de la población y, por ello mismo, además de ser la clase llamada a dirigir, constituye la principal fuerza motriz de nuestra revolución. Junto a la clase obrera, en determinadas condiciones, todos aquellos sectores (o la mayor parte de ellos), pueden tomar parte activa en la lucha por el derrocamiento del capitalismo u observar una posición de neutralidad. Esto va a depender, en buena medida, de la labor que realice el Partido, de su justa línea política, de su táctica y la claridad con que plantee los objetivos en cada fase del proceso revolucionario, así como su decisión en la lucha.
El Partido orienta la mayor parte de sus fuerzas a trabajar dentro de la clase obrera. No me voy aquí a detener a detallar los distintos aspectos de este trabajo ni de la línea política del Partido (cosa que ya hemos hecho en un sinfín de artículos, folletos y documentos). Para nuestro objeto, lo que interesa destacar es que esta fuerza principal de nuestra revolución se encuentra radicada en las ciudades, donde padece todos los problemas y lacras sociales que crea el capitalismo en la época de su crisis general y su descomposición (paro, miseria, drogas, prostitución, etc.), y es ahí, en las ciudades, donde se enfrenta todos los días, a cada hora, a este sistema y a las múltiples formas de represión que genera -principalmente a la física o más directa-, organizándose de mil maneras, desde las formas de organización más elementales, como son las sindicales, en las fábricas, en las asociaciones de vecinos, pasando por las culturales, hasta llegar a las de defensa activa y a la guerrilla. Es lo que hemos denominado muchas veces el Movimiento de Resistencia.
Por todas estas características, por la propia organización social en que están insertas las masas, así como por la configuración del terreno y el tipo de problemas a que se vienen enfrentando (no se trata aquí de realizar una revolución agraria), las formas de lucha y de organización no son ni pueden ser en España, principalmente militares. De manera que, aunque no le guste a Peña, la acumulación de fuerzas revolucionarias, su educación y encuadramiento, a diferencia de como se hizo en China y en otro países agrarios, aquí se tiene que realizar de un modo diferente, o sea, de la forma que ya ha sido definida: mediante el Movimiento de Resistencia Popular, en el que se combina la lucha política de las masas, las huelgas, las manifestaciones, etc., con la lucha armada guerrillera practicada por pequeños grupos, todo ello organizado y dirigido por el Partido proletario. De manera que, junto a la lucha y a la organización de las masas (lucha y organización que no tiene por qué ser pacifica y legal en todos los casos) tenemos la lucha militar y la organización militar.
Va a ser en el proceso de lucha prolongada del Movimiento de Resistencia, como se tiene que dar la confluencia, el fortalecimiento la acumulación de fuerzas organizadas, la incorporación de las grandes masas a la lucha abierta por el poder. Esa confluencia se producirá en la última fase de la lucha. Entonces la estrategia de la Guerra Popular Prolongada, en la forma que veníamos describiendo, adoptará todas las formas de una insurrección al modo bolchevique; cuando llegue ese momento -que llegará, qué duda cabe, si algún milagroso acontecimiento no lo evita antes- la consigna clásica de ¡audacia, audacia y siempre audacia!, que orientaron las dos grandes insurrecciones populares de la historia, y que traducida a un lenguaje más inteligible o común para nosotros quiere decir: ¡ofensiva, ofensiva y nada más que ofensiva!; sólo entonces esa estrategia adquirirá todo su grandioso significado. Pero antes de que llegue ese preciso momento, es absolutamente necesario aplicar una estrategia de guerra defensiva, de resistencia, estrategia que, en sus líneas más generales, se asemeja a la que fue aplicada en la revolución china.
He ahí la original combinación que se deduce de las dos estrategias, de la aplicación de la teoría militar marxista-leninista a las condiciones específicas de la revolución en España.
Estrategia defensiva y táctica ofensiva
En cuanto al problema concreto de la estrategia y la táctica de la lucha y el combate militar, el Partido también le ha prestado la atención que merece y, por cierto, que lo ha hecho con bastante antelación a aquel feliz año 78 en que fue publicado el folleto de los GRAPO con el que trata ahora de sorprendernos Peña.
Veamos ahora lo que decía Bandera Roja, órgano central del PCE(r), en relación con este problema en un trabajo de Arenas publicado en los números de enero, febrero y marzo de 1977:
Lenin, basado en las ideas de Marx y Engels, analizó las experiencias de la insurrección de Moscú de 1905 y desarrolló genialmente la teoría general del marxismo a este respecto: ‘La técnica militar -apuntó Lenin- no es hoy la misma que a mediados del siglo XIX. Sería una necedad oponer la muchedumbre a la artillería y defender las barricadas a tiros de revólver. Kautsky tenía razón al escribir que ya era hora, después de Moscú, de revisar las conclusiones de Engels y que Moscú ha hecho surgir una nueva táctica de barricadas. Esta táctica -prosigue Lenin- era la guerra de guerrillas. La organización que dicha táctica imponía eran los destacamentos móviles y extraordinariamente pequeños, grupos de 10, 3 e incluso 2 hombres’.
Para Lenin, como este mismo trabajo de Arenas se preocupa en destacar, las experiencias de la insurrección de Moscú supusieron una grandiosa conquista histórica del movimiento revolucionario mundial, ya que con ella se puso de manifiesto que la guerrilla, el terror de las masas... contribuirá indudablemente a enseñarles (a los obreros) la táctica acertada para el momento de la insurrección. Como vemos, Lenin se refiere aquí sólo al momento de la insurrección, lo que resulta perfectamente justo en unas condiciones históricas en que todavía era posible en la mayor parte de los países capitalistas utilizar las instituciones burguesas contra las instituciones burguesas mismas, según la acertada estrategia política definida por Engels, educar y organizar a las masas mediante métodos pacíficos y legales, acumular y concentrar las fuerzas revolucionarias y disponerlas ideológicamente para que estuvieran preparadas a fin de librar el combate decisivo en el momento preciso. Esto, tal como hemos visto a lo largo de este trabajo, hoy día ya es imposible hacerlo de aquella manera, por eso se hace necesario también revisar las conclusiones de Lenin incorporando a ellas la nueva adquisición que supuso (para la estrategia y la técnica militar proletaria) la guerra revolucionaria de China, la estrategia de la Guerra Popular Prolongada.
En el trabajo publicado en Bandera Roja a que nos venimos remitiendo, Arenas analiza, además, las experiencias fundamentales de nuestra Guerra Nacional Revolucionaria de 1936-1939: Los gobiernos de la República no abordaron en profundidad el problema de la guerra y su estrategia -afirma-, no tuvieron en cuenta que se trataba, ante todo, de una guerra popular, que debía basarse en las masas y aplicar sus propias leyes. Analiza también las experiencias de las luchas de clase posteriores, para llegar a la conclusión de que no existe otra forma de combatir al fascismo que no sea con la lucha armada combinada con el movimiento de masas. Los que se impusieron con las armas y se mantienen en el poder con el sólo ejercicio de la violencia, sólo por la fuerza de las armas pueden ser derrotados.
Esta conclusión tiene por base el análisis de todo el proceso histórico, de las experiencias de la lucha de clases en nuestro país y su relación con las nuevas condiciones de crisis general por la que atraviesa el capitalismo, en que se produce un nuevo ascenso del movimiento revolucionario de masas. Ya Lenin habría de desarrollar en esta dirección sus ideas extraídas de la insurrección de Moscú de 1905 cuando, un año después, escribió en su trabajo sobre La guerra de guerrillas:
La lucha guerrillera es una forma inevitable en tiempos en que el movimiento de masas ha llegado ya, de hecho, hasta la misma insurrección y en que se abren intervalos más o menos grandes entre las grandes batallas de la guerra civil. La agudización de la crisis política, hasta llegar a la lucha armada y, en particular, la agudización de la penuria, el hambre y el paro forzoso en el campo y en la ciudad se destacan con gran fuerza entre las causas determinantes de la lucha que hemos descrito.
Y en esta situación estamos. Así puede decir Arenas en ese mismo trabajo que estamos citando:
A diferencia de los años 30, hoy el fascismo no podrá derrotar en el campo de batalla ni en ninguna otra parte a las fuerzas amadas del pueblo; no podrá derrotarlas porque esta vez no las va a tener a tiro de su artillería ni de su aviación: el ejército fascista se encontrará ante un ejército invisible; será el pueblo trabajador armado y organizado militarmente el que le va a combatir en todas partes. Como se comprenderá, a un enemigo como éste es imposible derrotarlo. Es cierto que el fascismo cometerá, tal como lo ha venido haciendo, numerosos crímenes y todo tipo de fechorías contra las masas, contra los combatientes de vanguardia y sus familias. Mas de ese modo sólo conseguirá ampliar el frente de lucha popular, sólo conseguirá avivar el odio y las llamas de la lucha, hacerla más radical y extensa.
En lugar de ser el fascismo quién tenga la iniciativa y conduzca la guerra conforme a sus planes, tendrá que hacerlo siempre en el terreno que elijan las fuerzas armadas populares. Esto no quiere decir, en modo alguno, que el ejército se encuentre ya acorralado, ni que esté defendiéndose en el terreno estratégico. Por el contrario, la lucha que ellos libran va a tener, por mucho tiempo, un carácter ofensivo estratégico, mientras que de parte de las fuerzas armadas populares la guerra será, también durante un largo período, una guerra de estrategia defensiva. Esta relación estratégica entre las fuerzas armadas revolucionarias y las fuerzas armadas reaccionarias viene determinada, esencialmente, por la enorme desproporción de fuerzas que actualmente existe entre ellas. Así pues, las fuerzas armadas del fascismo atacan y tratarán de aniquilar a las fuerzas armadas populares en el menor tiempo posible. Esto sucede en un plano general o estratégico. Pero en cada combate particular serán las fuerzas armadas populares las que ataquen y las fuerzas armadas fascistas las que tendrán que defenderse. De esta manera, las fuerzas populares transformarán su desventaja estratégica en ventaja táctica, irán logrando su objetivo de acumular fuerzas y debilitarán poco a poco las del enemigo. Tal estrategia de la guerra popular conducirá a un cambio de la correlación de fuerzas. Cuando la relación de fuerzas sea favorable al pueblo, entonces habrá llegado el momento de cambiar la orientación estratégica. El fascismo se colocará a la defensiva y nosotros atacaremos. Les asestaremos golpes de todo tipo y calibre. No sólo se combatirá en pequeños grupos, con pequeños comandos, sino que incluso se podrá enfrentar a las fuerzas principales del enemigo con fuerzas superiores y serán aniquilados. Cuando llegue ese momento ya se habrá creado un poderoso ejército de los trabajadores, las amplias masas dirigidas por el Partido y por otras organizaciones verdaderamente democráticas se unirán en el combate y derrotaremos para siempre al odiado régimen. En líneas generales, éste será el camino que siga la lucha armada revolucionaria popular en España.
Hasta aquí la concepción de la estrategia y la táctica militar que ha ido elaborando el Partido. No aparece expuesta ahí, sino en muy grandes líneas, la cuestión de las fases a que se refiere Peña en su escrito, o sea, la fase de la defensiva, la fase del equilibrio y la de la ofensiva. Se comprende que no se establezca esta división del proceso revolucionario ya que este proceso y las distintas fases o etapas en que se divide también tienen en España, como es lógico suponer, sus propias características, las cuales resultan muy difícil de determinar ahora, a no ser que nos arriesguemos a caer en los mismos tópicos en que con harta frecuencia suele caer Peña.
La transformación de la guerra prolongada en insurrección general
No obstante, al llegar a este punto de nuestra exposición hemos de reconocer la parte de razón que asiste al camarada Lari -del que ya nos habíamos olvidado casi por completo- cuando, después de prevenirnos de la catástrofe que nos espera de seguir la estrategia de la guerra prolongada y, una vez sentado que sin embargo hay que decir, y Lenin insistió en ello, que la guerrilla es una forma de lucha engendrada por un determinado período histórico, afirma a renglón seguido: Pero de aquí no se deduce que sea correcto hablar [...] que la guerrilla deba atravesar necesariamente por las tres fases de las que habla Mao. Por el contrario pienso que sólo se va a dar la primera fase, la fase de la defensiva estratégica, ya que cuando la guerrilla sea capaz de nivelar militarmente sus fuerzas, los demás factores harán que la balanza se incline rápidamente de su lado. Esos factores (políticos, económicos, morales, etc.) harán impensable una etapa larga caracterizada por la guerra de movimientos, la formación de columnas y unidades regulares, etc. Cuando militarmente se llegue al equilibrio de fuerzas será el momento de la insurrección y se deberán dar los preparativos necesarios para la misma.
Claro que el camarada Lari no nos sabe explicar cómo se llegará a alcanzar ese equilibrio de fuerzas militares ni cómo habrán de darse, para entonces, todos los preparativos necesarios para la insurrección, de ahí que naufrague en su propia hipótesis.
Para acercarnos tan sólo a la elucidación de este problema capital, tenemos que centrar nuestra atención en el mismo proceso de guerra civil prolongada que estamos viviendo, uno de cuyos primeros y más prolongados períodos ha sido ya atravesado, bastante largo, para entrar en otro enteramente nuevo, que será también, probablemente, bastante largo, aunque no tanto como el anterior. Es en este nuevo período que hemos entrado, en la fase final del mismo, donde se nivelarán las fuerzas militares en pugna, se crearán las condiciones y se harán todos los preparativos (políticos, ideológicos y organizativos entre las amplias masas populares), para la fase o etapa final, para la insurrección general que habrá de producirse en las ciudades industriales más importantes, ya que la guerrilla no cuenta, ni podrá contar por mucho tiempo, con bases de apoyo o zonas liberadas en el campo, donde poder concentrar una importante fuerza militar estratégica. Esta fuerza, ya lo hemos dicho, se encuentra en las ciudades, la forma el proletariado industrial, y cuando éste se levante, cuando se produzca la insurrección general de las masas trabajadoras, cuando caigan las ciudades, hay fundados motivos para pensar que, efectivamente, el asalto al poder se habrá cumplido.
De ahí que la misión de la guerrilla no puede consistir en estos momentos en limpiar territorios de enemigos para asentarse y retenerlos durante más o menos tiempo, sino que consiste en desarrollar sus actividades en las ciudades y centros industriales (en combinación con el movimiento huelguístico y la lucha revolucionaria de las masas, así como con el trabajo político, ideológico y organizativo del Partido), a fin de ir creando las condiciones para la insurrección armada general y el propio fortalecimiento de la guerrilla. De modo que, en lugar de tres etapas de la lucha, nos encontramos con dos: una primera (en la que estamos), caracterizada por la lucha del movimiento de resistencia popular dirigido centra el fascismo y la explotación monopolista interior y foránea. En el plano militar, esta lucha de resistencia se orienta por la estrategia defensiva y la táctica ofensiva, los golpes contundentes, rápidos y certeros de los pequeños grupos de combate. El movimiento político de resistencia popular combinado con la lucha militar de estrategia defensiva, irán creando las condiciones para un cambio radical en la relación de fuerzas actualmente existente entre el enemigo y nosotros, lo que hará posible y necesario pasar a una segunda etapa de la lucha, a la etapa insurreccional o de ofensiva estratégica, cuya duración no podemos ahora precisar.
En esta primera etapa, dada su larga duración, serán inevitables algunos intervalos más o menos cortos de treguas entre batallas grandes y medianas. Esto puede ocurrir por dos razones principales: primera, bien porque las fuerzas populares han sufrido una dura derrota, pero no han sido aniquiladas, ni pueden serlo jamás (tal fue lo que ocurrió en 1939); y segunda, o bien porque las fuerzas fascistas van perdiendo terreno, se sienten débiles y a punto de zozobrar, quieren ganar tiempo para prepararse mejor, etc., y por otra parte, las fuerzas populares tampoco se hallan en condiciones para asestar el golpe definitivo, necesitan también ganar tiempo para seguir acumulando fuerzas y prepararse mejor a fin de dar, con el máximo de garantías de éxito, las últimas batallas. En el siguiente apartado nos ocuparemos de este aspecto de la cuestión.
Las guerras revolucionarias de muchos países, y más concretamente las revoluciones latinoamericanas, parecen confirmar esta teoría de las dos fases de la guerra revolucionaria en las condiciones de países con una alta concentración urbana de población, y en los cuales la sublevación de las masas en las ciudades, en combinación con la guerrilla, han sido el factor decisivo de la victoria, inclinando la balanza de fuerzas definitivamente a favor de las fuerzas militares revolucionarias. Con ello han hecho triunfar en un plazo relativamente corto la revolución en todo el país.
Es lo que se desprende, de una manera muy clara, de las declaraciones hechas por Humberto Ortega, comandante del Frente Sandinista, que cita Peña en su escrito sin llegar a entenderlas. Extractemos nosotros, por nuestra parte, esa declaración:
La insurrección armada y popular sandinista es parte de todo un proceso de guerra revolucionaria a partir de la integración del proceso revolucionario de los años 30 [...] Para realizar estas acciones ofensivas fue necesario que nos desprendiéramos en nuestra conducta de determinado conservadurismo que nuestro movimiento mantenía en la práctica que lo llevaba a realizar una política de acumulación de fuerzas de manera pasiva [...] Entiendo por política de acumulación de fuerzas pasiva, la política de no participar en la coyuntura, de acumular en frío. Pasiva en la política de alianzas, pasiva en el sentido de pensar que se podía acumular armas, organización y recursos humanos, sin combatir al enemigo, en frío, sin hacer participar a las masas, no porque no quisiéramos hacerlo sino porque pensábamos que si sacábamos mucho las uñas nos iban a golpear y desbaratar [...] La verdad es que siempre se pensó en las masas, pero se pensó en ellas más bien como apoyo a la guerrilla, para que la guerrilla como tal pudiera quebrar a la Guardia Nacional, y no como se dio en la práctica: fue la guerrilla la que sirvió de apoyo a las masas para que éstas a través de la insurrección desbarataran al enemigo. Así pensábamos todos. Fue la práctica la que nos fue cambiando [...] Nos dimos cuenta que nuestra principal fuerza estaba en ser capaces de mantener una situación de movilización total: social, económica y política que dispersara la capacidad técnica y militar que el enemigo sí tenía organizada.
Por su parte, Cayetano Carpio, miembro de la Dirección del Frente Farabundo Martí (FMLN) y primer responsable de las Fuerzas Populares de Liberación de El Salvador, dice en unas declaraciones que también cita Peña con no mayor fortuna que la anterior declaración:
Se ha logrado combinar pequeñas y medianas acciones con campañas ofensivas periódicas. Se han combinado las acciones militares con el impulso del ánimo de las masas para las acciones insurreccionales.
Estamos convencidos de que nuestro pueblo va creando fuerzas verdaderamente poderosas. Fuerzas que van a ser capaces de dar un salto estratégico en lo militar y en lo insurreccional.
Nuestra guerra no es algo aislado. La guerra popular de liberación de El Salvador está inserta dentro de un proceso de lucha revolucionaria.
Y esta guerra la vamos ganando... según se va desarrollando, se están creando las condiciones -cada vez más favorables- para volcar en un momento dado la correlación de fuerzas a favor del pueblo, de sus fuerzas políticas y militares.
Cerco y contracerco
En la valoración política del período que venimos atravesando (período que Peña encuadra en lo que denomina campañas de cerco y aniquilamiento de nuevo tipo dirigidas por el gobierno contra nosotros) es donde éste desbarra de la manera más lamentable: Desde los tiempos de la OMLE -escribe en la última parte de su escrito- la cuestión de la lucha armada está en candelero para quienes, con el tiempo, protagonizarán la fundación del PCE(r) y los GRAPO. Sin embargo, para la OMLE, la lucha armada sólo se concibe para defender las conquistas de las masas... pero no se concibe este método de lucha como el principal ni se elabora una estrategia de Guerra Popular Prolongada. Será a partir del verano de 1975 y del 1 de Octubre de ese mismo año, prosigue Peña más adelante, cuando se realiza en el Partido el gran descubrimiento de lo mucho que puede hacer un pequeño grupo de comunistas si disponen del valor, la audacia y el talento político suficiente para servirse de la violencia revolucionaria en las condiciones del Estado español. Este importante descubrimiento se hace cuando ya se había celebrado el Congreso Reconstitutivo del Partido.
Lo cierto es que la OMLE no sólo no tenía muy clara la estrategia de la lucha armada, sino que carecía de ninguna otra estrategia; o sea, hasta que no hubimos creado el Partido (y por eso nos planteamos como tarea prioritaria la necesidad de reconstruirlo) no sólo la cuestión de la lucha armada, sino todas las cuestiones relativas a la línea política, a la estrategia y a la táctica de nuestra revolución estaban en candelero para los que, con el tiempo protagonizarán la creación del PCE(r) y los GRAPO. Era natural que no se plantearan entre nosotros todas estas cuestiones antes de comenzar realmente la lucha. Por otra parte, sólo a un idealista impenitente se le podía haber ocurrido la brillante idea de suponer que podíamos tener las ideas claras y toda una estrategia elaborada sin que mediara antes un período más o menos largo de lucha política y militar. Por este motivo, sólo después de celebrar el Congreso, y en base a las experiencias extraídas de la práctica así como el análisis de los acontecimientos políticos de la vida del país, el Partido pudo tener una concepción mucho más clara de la cuestión de la lucha armada y de otras muchas cuestiones de gran importancia; es así como pudo hacer el gran descubrimiento que no hizo ni podía haber hecho antes la OMLE.
Por lo demás, la orientación que siguió la OMLE (y los GRAPO en las primeras actuaciones) en este campo, como en todos los demás, fue esencialmente justa. Ha sido esa concepción de la lucha armada como instrumento al servicio del movimiento de masas la que han venido aplicando los GRAPO y han desarrollado conjuntamente con el PCE(r), en el curso mismo de la lucha. Ahora que, como Peña no está de acuerdo con esta concepción, no creo que haga falta insistir más en ello.
Sigamos con su exposición de los hechos: Serán los acontecimientos de Vitoria de 1976 -prosigue- los que nos llevan a dar el salto cualitativo de llamar públicamente a las masas a buscar armas y aprender su manejo. Ese año los GRAPO salen oficialmente a la luz pública mediante un comunicado que acompañaba a las acciones armadas del 18 de Julio. A partir de esa fecha el PCE(r) y los GRAPO y demás organizaciones vinculadas desencadenan una ofensiva político-militar que quita la iniciativa a la oligarquía en sus planes reformistas. Peña establece una analogía entre esta ofensiva político-militar con la estrategia insurreccional seguida por los sandinistas de la tendencia tercerista en los últimos años de la guerra revolucionaria de Nicaragua, de manera que, afirma, las más destacadas acciones militares de los GRAPO respondían a objetivos políticos de romper las maniobras del régimen e impulsar a las masas a la insurrección. Sentado esto, Peña ya puede permitirse el lujo de divagar a placer acerca del supuesto error que suponía haber lanzado semejante ofensiva insurreccional sin preparación alguna, sin contar con experiencia y con las fuerzas militares necesarias y faltando, además, sólidos lazos con las masas, lo que a decir de él, explicaría el desenlace desfavorable de aquella ofensiva que se saldaría con la recuperación de la iniciativa por parte del gobierno. Con esto se iniciará la primera campaña de cerco y aniquilamiento que culminaría con la detención del Comité Central del Partido en Benidorm en el verano de 1977. A esta primera campaña de cerco y aniquilamiento (eso sí, de nuevo tipo) seguiría otra a fines de 1977 y después otra y otra más, hasta quedar el movimiento hacia finales de 1979, prácticamente aniquilado. No obstante esta serie ininterrumpida de derrotas, el 17 de diciembre de 1979 se produce un suceso extraordinario: la fuga de Zamora que vendría a echar un jarro de agua fría sobre las ilusionadas cabezas de los capitostes del Estado; Suárez se sentiría de nuevo acorralado en el Palacio de la Moncloa. A pesar de este feliz suceso, Peña no duda en dictar su veredicto sobre la historia que nos ha contado y éste es: contra las campañas de cerco y aniquilamiento de nuevo tipo (que, por cierto, dicho sea de paso, no son sólo o exclusivamente militares, sino que comprenden otros aspectos, como los políticos y psicológicos, pero principalmente, la participación a fondo en las mismas de las cuadrillas socialfascistas de Carrillo, Felipe y demás ralea), contra tales campañas, nada puede la estrategia insurreccional. En consecuencia, la línea que viene aplicando el Partido es un fracaso completo -ya se ha visto- y por tanto habrá que sustituirla por la estrategia que propone Peña: por una estrategia que conduzca y consagre la división de los trabajadores y que no cuente con ellos nada mas que para subordinarlos a la línea de actuación militarista ya que, según explica Peña, ésta es la única manera de hacer frente a ese nuevo tipo de campañas de cerco y aniquilamiento que sólo se dan en su mente calenturienta.
Ya se ha hablado de las verdaderas concepciones que alumbraron esta ofensiva a que se refiere Peña en su escrito (y a otras muchas que la guerrilla popular ha llevado a cabo posteriormente) las cuales fueron expuestas en los trabajos publicados en Bandera Roja con anterioridad a las mismas, con lo que no nos vamos a detener en refutar, una vez más, las falacias de Peña. Tampoco nos proponemos hacer aquí un análisis detallado de todas las experiencias de luchas habidas en los últimos años. Eso es algo que escapa al alcance de este trabajo, aparte de que, aunque nos lo propusiéramos, es dudoso que lo consiguiéramos, pues es pronto para hacerlo y aún están por decidir muchas cosas.
Lo que nos interesa resaltar aquí es el hecho claro, indudable, de que toda la actividad político-militar que realizan el Partido y los GRAPO así como las organizaciones de masas vinculadas durante el período que trata, si bien es cierto que tiene muchos rasgos comunes con la que desarrollaron los sandinistas en la etapa previa a la toma del poder en Nicaragua, esa ofensiva nuestra no se inscribía, como él afirma, en un proceso insurreccional, por lo que los llamamientos a la huelga general que se hicieron entonces no podían perseguir como fin inmediato, esa insurrección de la que habla.
EL PCE(r) hizo ese llamamiento, por lo menos, en otras dos ocasiones sin que se propusiera con ello aquel fin: la primera llamada a la huelga general fue hecha con motivo de los fusilamientos de septiembre de 1975; la segunda la hizo el PCE(r) cuando los acontecimientos de Vitoria de 1976, y la tercera, efectivamente, con motivo de la ofensiva político-militar desarrollada contra la farsa del referéndum con el que se pretendía institucionalizar el régimen nacido de la sublevación militar fascista. En todas estas ocasiones se daba en el país una situación de grave crisis política y de efervescencia revolucionaria; en todas estas ocasiones el Partido acompañó sus llamadas a las masas a una lucha decidida con actuaciones revolucionarias resueltas, y si se hicieron todos estos llamamientos, la razón no es otra sino porque nosotros, el PCE(r), nunca hemos concebido ni concebiremos el movimiento revolucionario y la lucha militar como algo que debe darse separado e independientemente del movimiento de masas. Así, las actuaciones político-militares y los llamamientos a la huelga general -en la concepción del Partido- no hacen sino apuntar en el sentido que debe marchar en el futuro el movimiento obrero y popular. Pero de ahí a considerar que ya están dadas todas las condiciones para la insurrección general, media un abismo.
La lucha del nuevo movimiento revolucionario que surge con fuerza en España se inició de una forma consciente y organizada en el verano de 1974 y prosiguió con mucha más fuerza e intensidad durante 1975 y los años siguientes. El PCE(r) fue creado en ese mismo año de 1975, y poco más tarde, saldrían a la luz los GRAPO, organización armada de carácter antifascista. Al principio éramos una fuerza revolucionaria débil, con escasa experiencia y poco arraigo entre las masas; pero con una línea clara de actuación y una voluntad a toda prueba para llevarla a cabo. Esto explica que en el Congreso apenas sí se hicieran algunas referencias a la lucha armada. ¿Cómo podía el Partido, en tales condiciones, pretender encabezar y dirigir un levantamiento armado general? Por el contrario, el Partido era muy consciente de sus limitaciones y siempre sostuvo que en aquella coyuntura política, nuestro deber consistía en denunciar la farsa reformista del suarismo, el intento hecho por la oligarquía financiera para prolongar el régimen fascista (camuflándolo bajo la apariencia de un sistema parlamentario) más allá de la vida de Franco, aprovechando para ello la labor de zapa y de desmovilización de las masas obreras y populares que venían realizando los carrillistas y otros grupos de politicastros.
Nuestro deber, de comunistas consistía en aquel momento, dado el estado de nuestras fuerzas organizadas, en denunciar por todos los medios posibles a nuestro alcance esta ruin maniobra y tratar de despertar y movilizar a los trabajadores. Esta denuncia y la actividad militar realizada en torno a la misma permitirían, al mismo tiempo, ir preparando mejor a las masas, a sus organizaciones representativas y al propio Partido, para librar en el futuro batallas aún más decisivas. Pues bien, creemos que, como siempre sucede cada vez que hace su aparición un nuevo movimiento, también esta vez la práctica se ha encargado de demostrar el acierto de estos planteamientos.
Esta batalla que venimos librando podemos dividirla en tres fases: la primera de estas tres fases se inicia en el verano de 1974, y culmina con el desenlace -desfavorable para la guerrilla- que tuvo la Operación Cromo. No obstante este desenlace, se puede considerar con toda razón que los resultados de esta primera fase fueron, en su conjunto, favorables a la causa popular, ya que se cubrieron con creces todos los objetivos políticos que se habían marcado en un principio: la denuncia pública de la mascarada política del régimen y el colaboracionismo de los partidos socialfascistas fue puesto en evidencia ante todo el mundo, pudiéndose decir que a raíz de ello el movimiento obrero y popular fue tomando conciencia de la situación y se puso de nuevo en marcha. Así, 1978 señala el más alto nivel de huelgas obreras que se conocen en la historia de nuestro país. El movimiento de solidaridad con los presos antifascistas y patriotas tomó a partir de entonces un nuevo impulso. Las fuerzas revolucionarias tuvieron que pagar por estos nuevos éxitos indudables un alto precio.
Pero aquellos resultados favorables habrían de permitir una rápida recuperación de las heridas inferidas por el enemigo. En cambio, éste ya no logrará recuperarse de sus primeras derrotas, viendo cada día más y más reducida su capacidad de maniobra. De manera que la iniciativa a que se refiere Peña en su escrito, si alguna vez la tuvo la oligarquía durante ese período que tratamos, fue mínima y desde luego bastante efímera.
Es en este contexto donde se inicia la segunda fase. El PCE(r) era consciente de las nuevas condiciones en que habría de proseguir sus actividades. La relativa ventaja con que había contado al principio (al coger desprevenidas a las fuerzas represivas del Estado, al Gobierno y a toda la cohorte farandulesca de los partidos políticos) ya no se volvería a repetir. El Gobierno había conseguido desplegar todas sus fuerzas, se dotó de un nuevo arsenal de leyes, cárceles y cuerpos represivos para llevar a cabo con toda impunidad detenciones masivas y el empleo sistemático de la tortura. No obstante, todo esto obraba a favor del movimiento revolucionario, puesto que venía a confirmar con hechos prácticos, nuestras denuncias acerca del verdadero carácter de la reforma en marcha.
Es esta nueva situación la que analizan los GRAPO en el folleto que ya hemos citado y, que por lo que se ve, no ha llamado la atención de Peña. Veamos a continuación qué decían los GRAPO en relación con este problema que venimos tratando en fecha ya tan lejana como el 78:
Pero no sólo está cambiando de forma muy favorable la situación, además de eso se debe tener en cuenta, y quizás sea esto el aspecto menos favorable para nosotros, que el enemigo ha aprendido y tiene muchos más conocimientos de nosotros que cuando empezamos. Por eso se hace necesario analizar esta experiencia pero ya se puede decir que durante un largo período vamos a tener que movernos en estas condiciones, favorables desde el punto de vista político pero relativamente desfavorables en el aspecto de la organización de nuestro movimiento.
En este medio, la recuperación de las fuerzas armadas y políticas de la resistencia se hace lenta y exige enormes sacrificios. Para favorecerlas, el Partido hace la propuesta del Programa de los Cinco Puntos, en torno al cual se han ido polarizando las posturas de un sector cada vez más numeroso de nuestra sociedad. Es entonces cuando se produce la fuga de Zamora, con la que se inicia la tercera fase que aún está por concluir. En esta tercera fase del proceso que venimos describiendo se reemprende de nuevo la actividad armada guerrillera y se reponen las fuerzas del Partido al tiempo que la UCD, el partido del gobierno de la reforma, ya no va a conseguir recuperarse.
En medio de la crisis de gobierno y de la agravación de todas las contradicciones y tensiones sociales, agudizada además por el amplio boicot de las masas a las elecciones locales y autonómicas, y por las actuaciones armadas de la guerrilla, se produce la intentona golpista del 23-F, lo que viene a suponer el fin de la era reformista inaugurada años antes por Suárez. La llegada a la presidencia del Gobierno de Calvo Sotelo supone un intento de apaciguar al ejército golpista, pero no es capaz de taponar la grieta abierta por la resistencia cada vez más activa de las masas y por la guerrilla con sus acciones (de mayo de 1981) que vuelven a repetirse con más decisión todavía. La crisis de la UCD y del gobierno de Calvo Sotelo imponen la celebración de elecciones generales anticipadas el 28 de octubre de 1982. Estas elecciones llevan al poder a los psoístas, pero este gobierno (apenas hace falta decirlo) no es más fuerte que los anteriores; se halla bajo la vigilancia de los mismos poderes fácticos que descabalgaron a Suárez y sirve sólo y exclusivamente a los intereses de estos mismos sectores. Por otra parte los votos que han obtenido, se puede decir, que suponen una exigencia por parte de las masas para que acometa la realización de verdaderas reformas y de las medidas que viene exigiendo con su lucha el movimiento de resistencia. Todo esto, por su propia naturaleza, entra en abierta contradicción con la política pro-fascista-monopolista que están llevando a cabo los psoístas, lo que está quedando cada día que pasa más claro e impulsa a las masas a una lucha resuelta.
Por si aún quedaba alguna duda, ahí tenemos de nuevo en pie al movimiento huelguístico de tipo revolucionario de las masas obreras y de otros sectores de la población dispuestos a dar la batalla al gobierno socialista. Este resurgimiento del movimiento obrero y popular confluye con el movimiento de solidaridad con los presos antifascistas y patriotas y otros movimientos ciudadanos que están tomando un nuevo auge en todo el país y a cuyo frente se halla, esta vez de una forma clara, el movimiento de resistencia organizado.
Peña no quiere saber nada de esta parte de la historia. Y se comprende ya que un somero análisis de la misma tiraría por tierra su fabuloso invento del cerco.
De manera que por nuestra parte podemos decir, para concluir, que en lugar de esas fantasiosas campañas de cerco y aniquilamiento (que, a decir de Peña, se habrían saldado con una victoria aplastante, realmente aniquiladora, de parte de las fuerzas fascistas, lo que por otro lado, impondría una revisión a fondo en el sentido que apunta Peña de la estrategia de lucha seguida por las fuerzas populares), en lugar de eso, lo que en realidad se ha dado y se sigue dando es una prolongada batalla de la lucha de clases en la que la fuerzas político-militares de la revolución han sido cercadas, ciertamente, por las fuerzas reaccionarias, pero dada la prolongación de esta gran batalla en la que estamos empeñados y la imposibilidad -ya suficientemente demostrada- de que el enemigo nos inflija una derrota, todos estos factores están creando a su vez un amplio y cada vez más estrecho cerco en torno al gobierno y al partido que le sostiene, en torno a su ejército fantoche y golpista, en torno a su policía terrorista y torturadora, en torno a los partidos colaboracionistas; y este cerco, o por mejor decir, contracerco que han tendido la guerrilla y las masas obreras y populares en torno a sus enemigos jurados de hoy y de siempre, les obligará a debilitar su presión, primero, para pasar después a una posición defensiva.
(1) V.I. Lenin: Ejército revolucionario, gobierno revolucionario.
(2) V.I.Lenin: «La guerra de guerrillas», en Obras Completas, tomo 14, pg.2.
(3) V.I. Lenin: Aventurerismo revolucionario.
El trabajo Entre dos fuegos fue terminado de redactar por nuestro Secretario General el 6 abril de 1983, en la prisión de alta seguridad de Herrera de la Mancha. En él se recogían en forma polémica las tesis que viene defendiendo el PCE(r) en relación al problema de la estrategia de la lucha armada en España y sobre la organización de la insurrección armada popular.
Sobre este particular se han escrito varios artículos y folletos que resumen las experiencias de la lucha obtenida por el PCE(r) en el curso de los últimos años, pero en ninguno de esos trabajos, como era lógico, podían abordarse esos temas de forma tan completa y sistemática. Fue precisa una lucha prolongada, mil veces dura y de una complejidad extraordinaria, para poder ver con toda claridad y dejar bien sentadas toda una serie de ideas que antes sólo habían podido ser apuntadas. De este modo, la práctica vino a corroborar, en unos casos, y a enriquecen y matizar, en otros, lo que en un principio no era más que una aproximación teórica al tema realizada en base a los clásicos del marxismo-leninismo y a una experiencia política limitada.
La Respuesta a una crítica acerca de la guerra revolucionaria, redactada por el camarada Peña, despertó un enorme interés en el seno del Partido por cuanto recogía, de forma seria y razonada, una de las pocas críticas de este tipo que se hicieron a las posiciones teóricas y a toda la trayectoria política y práctica del Partido y del movimiento de resistencia. El escrito de Peña se presentaba como una respuesta a la crítica hecha al folleto que lleva el titulo La guerra revolucionaria que nos fue remitida por el camarada Lari, y si bien es justo reconocer que en la primera parte de su respuesta, Peña sale al paso de los argumentos que esgrime Lari contra las tesis expuestas en el referido folleto, el resto de su trabajo -más de las dos terceras partes- se puede decir que no tienen otra finalidad que refutar las mismas tesis que al principio parece defender, y proponer, a cambio de éstas, las suyas propias. De manera que nos hallamos ante un fuego cruzado: de una parte la critica de Lari, de otra la de Peña. En esta discusión, ¿de qué parte está la razón: de parte del camarada Lari, de la de Peña o de la nuestra? Es lo que vamos a comprobar.
Toda la crítica del camarada Lari se puede resumir en unas pocas palabras: su empeño está puesto en demostrar la ausencia de leyes en las guerras modernas, en general, y en las guerras revolucionarias en particular: Comenzando, pues, por Clausewitz, hay que decir que lo verdaderamente importante en él es el principio de que la guerra es la continuación de la política por, otros medios, precisamente por los medios violentos. Aparte de esto, Lari no concede mayor importancia a la teoría de la guerra, e incluso ese mismo principio clausewitziano lo interpreta de un modo restrictivo, puesto que, viene a decir, dada la complejidad de las guerras y la frecuencia con que éstas se transforman en política y la política en guerras es absurdo, en nuestros días, pretender establecer ningún principio o ley que permita al Partido arrojar, siquiera sea, un poco de luz sobre ese caos, intentar descifrar lo indescifrable y poder conducir así, en el menor tiempo y costo humano posible, ese fenómeno que es la guerra.
Hoy -afirma Lari- la interacción recíproca entre guerra y política hace que la misma noción de guerra se encuentre difuminada, ya que las guerras no se inician con una declaración formal de las mismas ni terminan con la firma de los acuerdos de paz, ya que éstos ni existen muchas veces. De ahí a considerar que lo que no existe realmente es la guerra como tal, no hay más que un paso. Pero como resulta que la guerra, con todos sus horrores, está ahí, es un hecho cotidiano que transforma la vida de los pueblos y sacude la conciencia de centenas de millones de trabajadores, necesita ser explicada, siquiera sea en sus leyes más generales, y eso en interés de esos mismos trabajadores y como condición indispensable para poner fin a todas ellas. Precisamente, esa interacción recíproca que hoy se observa con toda nitidez entre guerra y política, el hecho de que éstas no comiencen ni acaben con declaraciones formales, sólo demuestra una cosa, a saber: que la mayor parte de las guerras de nuestros días, sea la del Líbano, la de Namibia o la del Salvador, no pueden ser catalogadas ni medidas por los viejos patrones. De manera que si enfocamos la cuestión desde este punto de vista, inmediatamente caeremos en la cuenta de que lo único que aparece realmente difuminado es la vieja noción de guerra. Efectivamente, la noción de guerra no parece estática, sino que, al igual que todas las cosas y fenómenos, se desarrolla y transforma a medida que van apareciendo nuevos tipos de guerras. Con arreglo a esto es lógico también que nazca y se desarrolle una nueva concepción de la guerra y una nueva estrategia. Para nosotros, esta nueva estrategia no es otra que la Guerra Popular Prolongada, que es lo que trata de negar en su escrito el camarada Lari.
¿Destruyeron las intervenciones yanquis en Nicaragua y Guatemala las fuerzas revolucionarias? -pregunta con una candidez estremecedora- ¿lograron la paz realmente o únicamente prolongaron la guerra bajo nuevas formas? Lo mismo podemos decir de la Guerra Nacional Revolucionaria en España: no trajo la paz ni la destrucción de las fuerzas revolucionarias, ya que la lucha prosiguió en forma de guerrilla hasta mediados de los años sesenta en que aparece y se generaliza nuevamente bajo la forma de guerrilla urbana. Y bien, ¿qué viene a demostrar Lari con esta larga perorata? Como acabamos de ver, justo lo contrario de lo que pretendía, o sea, la existencia de una Guerra Popular Prolongada en todos esos países que ha mencionado, incluida España. De sus mismas palabras se desprende que, no obstante la considerable superioridad de fuerzas con que cuentan el imperialismo y la reacción, no han podido ni podrán derrotar a las fuerzas revolucionarias populares si éstas persisten en la lucha armada y que, al final (como ha ocurrido ya en Vietnam, en Nicaragua y en tantos y tantos países), las fuerzas imperialistas y reaccionarias serán derrotadas por la lucha armada que le oponen los pueblos sublevados. Esta es la tendencia general que se observa hoy día en todo el mundo. Pero para eso habrá que seguir acumulando fuerzas y debilitando las del enemigo mediante la estrategia de la guerra de guerrillas y la Guerra Popular Prolongada. Mientras no se produzca un cambio en la correlación de fuerzas netamente favorable, mientras persista la debilidad de la guerrilla, no se podrá infligir una derrota definitiva a las fuerzas reaccionarias. De ahí que la guerra se prolongue en el tiempo, hasta tanto no cambie esta relación. Son estos dos factores, que se entrelazan y se condicionan mutuamente: por un lado, el relativo poderío con que aún cuenta la reacción y el imperialismo y, por otra parte, la debilidad, también relativa, de las fuerzas revolucionarias, los que determinan el carácter prolongado de la lucha. No nos detendremos a analizar todos los aspectos que intervienen en la Guerra Popular Prolongada. Bástenos, por el momento, constatar el reconocimiento -aunque inconsciente del camarada Lari-, de que esa realidad objetiva que denominamos Guerra Popular Prolongada que hoy se da en numerosos países y zonas del mundo.
Apostamos por el futuro
Sigamos con la exposición de las ideas del camarada Lari: Pero el mayor error del trabajo a mi juicio, consiste en la institucionalización de la Guerra Popular Prolongada como fundamento universal de la revolución, lo que a su vez proviene del error de estimar que hasta Mao no se desarrolló una teoría acabada de la revolución. Esto es falso -prosigue- ya que Lenin estableció los principios generales de esa teoría, incluso de la teoría guerrillera y sus principios. Lo que ocurre es que Mao generalizó estos principios para aquellos países en los que no existe en absoluto posibilidad de trabajo entre las masas proletarias, tal y como se puede dar en los países capitalistas. Aquí, evidentemente, se confunden dos cosas diferentes, como son la teoría de la revolución válida para los países capitalistas y para un período histórico determinado, -que, por cierto, sólo a un necio se le puede ocurrir pensar que saliera acabada de una vez para siempre (como Minerva de la cabeza de Júpiter), como el mismo Lenin no se cansaba de repetir-, y la teoría de la Guerra Popular Prolongada, que si bien es cierto que estuvo estrechamente vinculada a una etapa del desarrollo de la revolución popular de China y sus principios son generalizables a aquellos países que se encuentran en parecidas condiciones, no es una teoría completa ni siquiera de la revolución de aquel país, por lo que difícilmente podía ser considerada por nosotros como el fundamento universal. Como veremos eso es algo que nos ha atribuido gratuitamente el camarada Lari para poder hacernos luego responsables también de muchos otros errores.
Qué duda cabe que Lenin estableció una teoría general de la revolución proletaria, pero no es menos cierto, y existen declaraciones de él que apuntan en ese sentido, que en lo que respecta al terreno de la guerra, a las cuestiones militares, lo dejó casi todo por hacer.
Ha sido a Mao a quién ha correspondido llenar esta laguna de la teoría marxista. Esto se explica porque a Lenin le correspondió dirigir la primera Gran Revolución Socialista en la que los problemas de la guerra y su estrategia ocuparon un lugar muy secundario respecto a los problemas relativos a la lucha política de las masas y a su táctica, en un país y en una época en que el desarrollo de la revolución no dependen del desarrollo de la lucha armada y la organización militar, a excepción de algunos cortos períodos. Y esto porque, efectivamente, existía un proletariado numeroso y la posibilidad de desplegar un trabajo político, sindical y parlamentario, pero también porque Rusia se hallaba entonces en vísperas de una revolución democrático-burguesa que ofrecía posibilidades de desarrollo del capitalismo. En los países donde no se dan esas condiciones, y tal es el caso de los países semifeudales y coloniales (y allí donde domina una dictadura fascista), la lucha de clases ha tendido a adoptar la forma de lucha armada de liberación nacional-revolucionaria, en que la lucha por los derechos y la salvación nacional se ha vinculado de forma muy estrecha a la lucha por la realización de las transformaciones democráticas y socialistas. En todos estos casos la lucha armada que han librado y siguen librando los pueblos ha tomado la forma de una guerra de guerrillas y de Guerra Popular Prolongada.
Mao, al que correspondió dirigir la más importante de estas revoluciones, ha generalizado las experiencias fundamentales de estas luchas y formulado una teoría de la estrategia de la guerra de guerrillas y de la Guerra Popular Prolongada que tiene un valor tan universal como la lucha revolucionaria que se libra hoy en día en todo el mundo, sin excluir a Europa Occidental. Por esta razón, no se puede salir ahora, tal como hace el camarada Lari, con las enseñanzas de la insurrección de Moscú de 1905, y menos aún tratar de contraponer esas enseñanzas a las que se desprenden de las innumerables revoluciones que posteriormente han tenido lugar en los cinco continentes. Lenin analizó aquellas experiencias, y las tesis que extrajo de ellas siguen siendo válidas, pero son insuficientes, no reflejan la compleja realidad del proceso revolucionario que se opera en nuestros días en toda una serie de países. La tarea asignada por Lenin a los destacamentos guerrilleros de proclamar la insurrección, dar a las masas una dirección militar... crear puntos de apoyo para la plena libertad de las masas, propagar la insurrección a las zonas cercanas, asegurar la plena libertad política -aunque sólo sea por el momento en una pequeña parte del país-, iniciar la transformación revolucionaria del corrompido orden autocrático (1), son funciones que se corresponden a un movimiento de tipo insurreccional, limitado, por tanto, a un espacio de tiempo relativamente corto, y se basan en una estrategia ofensiva y de dirección inmediata de las masas en el terreno político-militar. Muchos de estos planteamientos siguen siendo válidos, sobre todo para la última fase de la Guerra Popular, pero no hay que dejarse deslumbrar por ellos. Hoy día no es posible sorprender, salvo en raras excepciones, a ningún gobierno con un movimiento insurreccional que estallara en un momento dado y se extendiera rápidamente por todo el país. Y para probar este aserto, basta con referirnos a la Doctrina de la Seguridad Nacional, y a las leyes de emergencia, a las leyes antiterroristas y a todo ese arsenal de instituciones y aparatos represivos de que se han dotado los Estados capitalistas. Por todo ello, las guerras revolucionarias que se vienen librando (en medio de las crisis y la bancarrota del sistema capitalista) desde hace ya bastante tiempo en toda una serie de países, esas guerras atraviesan por distintas fases bien delimitadas -según las condiciones y la fase de desarrollo en que se encuentran en cada país- y en ninguna de ellas, salvo que las masas populares estén ya a punto de tomar el poder tras un largo proceso de resistencia y de acumulación de fuerzas, puede ser adoptada la ofensiva como principio estratégico, so pena de exponerse a recibir, casi con toda seguridad, muy serios reveses. Esta realidad, que ha terminado por imponerse, ha modificado profundamente la concepción marxista-leninista del arte de hacer la guerra, recuperando del olvido las teorías clausewitzianas que demuestran la superioridad de la defensiva estratégica y de otros importantes factores como el ideológico, el apoyo de las masas del pueblo, etc.
El camarada Lari nos recuerda que Lenin escribió que la guerrilla es una forma de lucha engendrada por un determinado período histórico, para decir a continuación que esta tesis de Lenin no puede circunscribirse a las colonias ni a las luchas de liberación nacional ya que las raíces se hunden en el capitalismo monopolista, en el imperialismo, y tiene toda la razón del mundo al hacer esta afirmación, pero no podemos aceptar el abuso que él hace de esa tesis de Lenin, ya que, interpretada de esa manera, viene a decir, tal como puede verse a simple vista, que incluso en las colonias y en las luchas de liberación nacional, la guerrilla es engendrada sólo en determinado período histórico, lo cual es a todas luces falso. Es indudable que Lenin, al escribir aquella frase, estaba pensando en los países capitalistas y sólo para éstos, como la experiencia ha demostrado, eran absolutamente justas hasta entonces. Pero si se emplean en un sentido más amplio, es decir, entendiendo el fenómeno de la guerrilla como algo que surge en el período histórico en que el capitalismo hace tiempo que ha alcanzado la última fase de su desarrollo (el monopolismo) y se halla en acelerado proceso de descomposición, entonces no tenemos nada que objetar. Pero en tal caso, Lari tendría que aceptar también como válida esta misma tesis para los países capitalistas, y no sólo para las colonias. Sólo así la idea de que las raíces de la guerrilla se hallan en el capitalismo monopolista, en el imperialismo, adquieren todo su significado.
Por nuestra parte, no tenemos la menor intención de retirar este argumento que el camarada Lari ha tratado de esgrimir contra nuestra concepción y con el que, tal como acabamos de ver, no ha conseguido otra cosa sino reforzarla, ratificarnos aún más en ella.
Desde que Lenin formulara sus tesis acerca de la guerrilla y la lucha insurreccional ha corrido mucha agua bajo los puentes, y si hoy cabe decir algo acerca de sus ideas al respecto, es que dichas ideas sí que no tienen, ni podían tener, un carácter absoluto, que fueron formuladas en unas condiciones muy concretas y para una etapa dada del desarrollo social, y que hoy día lo correcto es hablar de Guerra Popular Prolongada como concepto estratégico básico, fundamental, válido para todos los países del área capitalista. Es en este sentido como debemos entender las siguientes palabras de Lenin que cita el camarada Lari: Intentar admitir o rechazar el método concreto de lucha sin sin examinar detenidamente la situación concreta del movimiento de que se trate, en el grado de desarrollo que haya alcanzado, significa abandonar por completo el terreno del marxismo (2). No hace falta insistir mucho para darse cuenta de que eso mismo, salirse del terreno del marxismo, es lo que hace el camarada Lari cuando interpreta de manera tan torcida y harto limitada estas claras ideas de Lenin: Estamos por el futuro y no nos aferramos exclusivamente a las formas pretéritas del movimiento. Preferimos un trabajo largo y difícil para lograr lo que promete el futuro, en vez de la fácil repetición de lo que ya ha sido condenado por el pasado (3). A nosotros no nos cabe duda de que esa apuesta por el futuro a que hace Lenin referencia no es otra cosa que la nueva estrategia de Guerra Popular Prolongada, el trabajo largo y difícil para lograr lo que promete futuro, y no la estrategia insurreccional, la fácil repetición de lo que ya ha sido condenado por el pasado.
La guerra particular de Peña
Encargamos a Peña -ya que se había mostrado muy interesado en el tema- que defendiera las tesis del Partido ante las críticas de que ha sido objeto por parte del camarada Lari, y se levanta airado contra la acusación lanzada contra nosotros por Lari de pretender institucionalizar, como fundamento universal de la revolución la Guerra Popular Prolongada. Asegura por su parte que no se trata de buscar la piedra filosofal sino de aceptar o no que ya estamos viviendo un proceso de Guerra Popular Prolongada y de lo que se trata es, al fin y al cabo, de que el factor subjetivo aprehenda esta realidad para adecuar los planes y la actividad revolucionaria a ella, evitando de esta manera caer en errores irreparables. Queda claro que el subjetivismo de Peña no se propone institucionalizar ningún fundamento universal, sino algo tan simple y humano como sin duda lo es ofrecernos las soluciones que nos permitan adecuar los planes para que de esa manera podamos evitar caer en errores irreparables. Con este sano propósito revela en su escrito, además de los errores, toda una serie de leyes o cualidades en la estrategia de la Guerra Popular Prolongada (que por lo visto habían pasado desapercibidos para nosotros) que la convierten de hecho, por arte de su magia, en una auténtica panacea. Como es natural, para conseguir este producto milagroso de su exclusiva invención, ha tenido que manipular algunos datos, ocultar cosas esenciales y mezclar en la retorta elementos tan incompatibles como son el nacionalismo pequeño burgués y la ideología proletaria.
Peña nos defiende -es cierto- contra la acusación de querer convertir la Guerra Popular Prolongada en fundamento universal, asegurando por su parte que nosotros no defendemos esta estrategia en el sentido de que sea aplicable a todos los países por igual, para pasar a continuación a enumerar toda una serie de particularidades (la importancia del campesinado, el papel de la guerrilla rural, la táctica del cerco a las ciudades) propias del movimiento revolucionario de los países semifeudales y coloniales que no se dan en los países capitalistas y que él rechaza tanto como nosotros. Pero evita mencionar otras, esto es, no quiere reconocer como otras tantas peculiaridades de aquellos países las que se refieren a los métodos casi exclusivamente militares de lucha y organización, así como la que determina el carácter democrático, unas veces, y nacional-liberador, otras, que tienen allí las revoluciones.
La razón de que no mencione en esta parte de su trabajo estas peculiaridades tan esenciales, determinantes, en muchos aspectos, no es otra sino porque Peña va a convertirlas, como tendremos ocasión de comprobar más adelante, en el fundamento mismo de su concepción militarista y nacionalista de la Guerra Popular Prolongada.
Este planteamiento de la cuestión Peña lo va a extraer de un pasaje, que cita extensamente, de Problemas de la guerra y la estrategia, obra escrita por Mao en 1938. En este trabajo se narran las diferencias entre la estrategia de la lucha que se debía aplicar en los países capitalistas -cuando éstos no son fascistas, matiza Mao- en los que el partido del proletariado debería educar a los obreros, acumular fuerzas a través de un largo proceso de lucha legal, y prepararse así para el derrocamiento final del capitalismo, en tanto que, en los países semifeudales y coloniales, como China, donde no existe un proletariado numeroso ni instituciones democráticas y que, además se hallan bajo la dominación del imperialismo, la forma principal de lucha es la guerra, y la forma principal de organización es el ejército. Obsérvese que Mao analiza esta cuestión situando en el primer plano el problema de la acumulación de fuerzas revolucionarias, o sea, desde el punto de vista de las condiciones en que ha de tener lugar la preparación de las masas obreras y populares para el derrocamiento final del capitalismo. Pero, por lo que se ve, este pequeño detalle no ha merecido la atención de Peña, preocupado como está en resaltar el objetivo de la toma del poder sin llegar a comprender que de esa forma, con sólo proclamarlo, si no se buscan los mecanismos y las vías que habrán de llevarnos hasta él, no se dará jamás ni un sólo paso efectivo en esa dirección. Esto es lo que le ha desorientado por completo, hasta el punto de convertir la guerra y la organización militar, no en las principales formas de lucha y organización, como aparecen en Mao, sino en las únicas posibles. Sobre esta base va a erigir Peña su teoría de la Guerra Popular Prolongada.
Para ello, como es lógico, se ve obligado a tener que hacer abstracción de las condiciones reales, objetivas, en que se desarrolla actualmente la lucha de clases en la mayor parte de los países capitalistas en que aparece el nuevo movimiento revolucionario.
Una fantasmada
Así de serio y así de claro lo ha escrito Peña, negro sobre blanco: El nuevo fantasma atravesó la frontera del Estado español de la mano de las organizaciones ETA y FRAP-PCE(m-l). Fueron estas dos organizaciones las pioneras del nuevo movimiento revolucionario. La primera todavía continúa en la brecha, convertida en la vanguardia del proletariado revolucionario vasco. En cuanto a que ETA sea la vanguardia del proletariado revolucionario, no se sabe tampoco muy bien de dónde lo ha sacado Peña; de los propios militantes de ETA es seguro que no. Y si no, que vaya a preguntárselo. Otra cuestión, que no vamos a entrar a discutir ahora, es si ETA ha jugado el papel de vanguardia en la lucha del pueblo vasco por sus legítimos derechos nacionales y por qué lo ha venido jugando, en ausencia de un verdadero destacamento de vanguardia del proletariado vasco. La mente de Peña está demasiado saturada de nacionalismo para poder atender siquiera estos simples razonamientos. Es por los mismos motivos por los que se ve precisado a considerar al FRAP como a la pionera del nuevo movimiento, con una sola salvedad: en el caso del FRAP, a diferencia de ETA, la pequeña burguesía española se vestía con el ropaje del marxismo-leninismo y, lucha amada en ristre, se lanzaba a liberar a su nación de la opresión extranjera. Esto se hacía al tiempo que se negaba a las naciones oprimidas dentro de su Estado, el derecho a independizarse y constituirse en Estado libre, concediéndoles únicamente el derecho a federarse como recompensa generosa a su participación en la liberación de España. Así destila su odio un nacionalista pequeño burgués contra otro nacionalista no menos burgués, es cierto -y hasta imperialista-, que el anterior. Pero dejemos este aspecto de la cuestión, ya que la mezquindad y estrechez de miras de tales argumentos es tan evidente que se denuncian por sí solos.
Como ha podido apreciarse, la única preocupación de Peña, y lo que le lleva a descalificar al FRAP como vanguardia del proletariado revolucionario, no es otra cosa, en realidad, que su no aceptación de la independencia de las nacionalidades oprimidas y su pretensión de imponerles la federación. ETA, en cambio, es un modelo que Peña llama a imitar por muy diversas razones, pero sobre todo porque no acepta las posiciones del Partido en relación con el problema nacional y menos aún, como tendremos ocasión de comprobar más adelante, el proyecto de unidad, de creación de un Partido único de todo el proletariado revolucionario de España. Por eso ha organizado Peña esta mascarada sacando a relucir a ETA y FRAP, para tratar de establecer un paralelismo de signo negativo en el que aparezcan enfrentados, por un lado ETA y su proyecto nacionalista-militarista (cosa que, por lo demás, es bastante coherente), y por el otro lado, el FRAP y todos los que no estamos dispuestos a aceptar su planteamiento. Peña, en realidad, no hace distinción alguna entre las posiciones del FRAP -organización que él no duda en calificar de pequeño burguesa y nacionalista- y las posiciones del PCE(r), y de la misma manera que acusa a esos nacionalistas de pretender utilizar a los pueblos de las nacionalidades oprimidas para liberar a su nación de la opresión extranjera a cambio de las migajas del derecho a federarse, acusa al Partido, aunque no lo diga abiertamente, de querer hacer algo parecido, sólo que en nuestro caso lo que vamos a ofrecer -ya lo venimos haciendo, de ahí su oposición cerrada- a cambio de esa ayuda que recibimos para liberarnos de la explotación y la opresión capitalista, no va a ser el derecho a federarse, sino algo aún peor para la clase cuyos intereses representa Peña en estos momentos: vamos a ofrecer a los obreros y a todos los trabajadores de Galicia (campesinos, marineros, etc.) el derecho a autodeterminarse no sólo de nuestro Estado, sino también de la tutela que pretende imponerle su propia burguesía, pues sólo de esta manera es como se podrá unir a los trabajadores de las distintas nacionalidades, derrocar al Estado explotador y opresor y edificar una sociedad verdaderamente libre y socialista de la que será erradicado todo vestigio de explotación y opresión social y nacional.
Peña enmascara sus temores y la profunda desconfianza que le inspira este proyecto comunista, proponiendo por su parte un plan de lucha y organización descabellado. Él no puede ignorar que el fracaso del FRAP y de otros grupos políticos afines no reside tanto en sus posiciones políticas e ideológicas nacionalistas, en su negativa a conceder el derecho a la autodeterminación (y que nos disculpe Peña si le corregirnos, aunque sólo sea de paso, en este punto), como en el de pretender fundamentar su estrategia en una alianza del proletariado con una burguesía nacional inexistente en España (al menos como clase políticamente diferenciada de la gran burguesía financiera monopolista), proyecto de alianza que los fraperos han tratado de hacer extensivo a todo el Estado. La posibilidad de esta alianza del proletariado con ese sector de la burguesía fue posible en otra época, en la época en que aún seguían pendientes de realización en España una serie de importantes transformaciones en el orden económico, político y cultural de tipo democrático-burgués.
Pero esa época ya pasó. La guerra del 36 al 39 y el subsiguiente desarrollo industrial y monopolista la han enterrado para siempre, y con ella al sector de la burguesía que se hallaba más identificada con aquella etapa democrática. Es cierto que el desarrollo del capitalismo nos ha dejado en herencia un buen cúmulo de problemas por resolver, entre ellos el problema nacional. Pero este problema, por las razones que ya hemos indicado, no corresponde resolverlo hoy más que al proletariado, que es verdaderamente la única clase interesada y que puede resolverlo en conformidad con la voluntad y las aspiraciones de todos los pueblos. Por eso, debilitar al proletariado, escindirlo según su nacionalidad, no sólo supone una traición a la causa nacionalista, sino también a la causa nacional popular en España.
Debe quedar claro que cuando digo España, me estoy refiriendo al Estado como una entidad que existe realmente, independientemente de que numerosos ciudadanos deseen o no pertenecer a ella. Esta entidad aparece en la historia integrada por cuatro naciones y, entre ellas, una de las cuatro, la que está formada por los territorios y las poblaciones de lengua castellana, viene imponiendo a las demás una política explotadora y opresora en nombre -hoy día- y con el consenso de la clase explotadora de todas las nacionalidades. Los más perjudicados por esta política -apenas hace falta decirlo- es el proletariado y otras extensas capas de trabajadores de todas las nacionalidades que integran el Estado.
El proletariado no puede defender ningún exclusivismo, ningún privilegio nacional de su nación respecto a otras naciones, y por lo mismo tampoco puede estar junto a su burguesía en la opresión que ésta ejerce sobre los pueblos de otras naciones, por la sencilla razón de que con ello contribuiría a perpetuar su propia opresión.
Por todo esto, al igual que por muchas otras razones, siempre nos hemos opuesto y hemos denunciado las absurdas pretensiones de los fraperos de concederles a esos pueblos el derecho a federarse; y todo esto lo sabe Peña tan bien como nosotros. Sin embargo, en honor a la verdad, hemos de decir que también para los del FRAP España es un Estado -eso sí, con peculiaridades nacionales- pero un Estado que se ha convertido (o lo han convertido) en una colonia del imperialismo yanqui; de manera que, desde este punto de vista y en su perspectiva política, los congéneres del FRAP de las otras nacionalidades, para ser coherentes, tendrían que plantearse muy seriamente sus proposiciones, ya que no les queda más que esta elección: seguir bajo la bota de los dos imperios, o la de uno sólo. Como se ve, el ofrecimiento del FRAP no puede ser más generoso. Claro, que tales ofrecimientos, al igual que su proyectada revolución nacional, habrían de tropezar con un escollo imposible de salvar: el nuevo movimiento revolucionario de la clase obrera en España, que en todas partes se viene enfrentando resueltamente, aunque no con la misma intensidad, a la burguesía pequeña, media y grande en la perspectiva de la revolución socialista. Este enfrentamiento ha hecho imposible la reconciliación del proletariado con la llamada burguesía nacional de cualquiera de las nacionalidades, y es lo que ha tirado por tierra una y otra vez los coqueteos y los vanos intentos de los fraperos y otros grupos por poner en pie sus fantasmales montajes. El hecho de que ETA haya encontrado un terreno más propicio no cambia esencialmente el fondo del asunto que tratamos, dado que tanto unos como otros parten de los mismos presupuestos políticos e ideológicos y están, por tanto, condenados a sufrir, más tarde o más temprano, el mismo fracaso. Pero Peña no lo entiende de este modo y por eso quiere repetir la experiencia. Muy bien, no nos oponernos. Sólo deseamos que no imite a los fraperos en los rabiosos ataques que dirigen contra el Partido.
Peña, para presentar a las organizaciones nacionalistas pequeño burguesas como pioneras del nuevo movimiento revolucionario, ha tenido que distorsionar muchas cosas, pero antes de nada ha debido escamotear la tesis del Partido según la cual los precursores del actual movimiento revolucionario, de los cuales nosotros nos sentimos -y así lo hemos proclamado- sus herederos y continuadores, fueron el Partido Comunista que encabezara José Díaz y el movimiento guerrillero de los años 44-50, que traicionara Carrillo y su pandilla.
Así pues, no podemos aceptar, por todo lo que venimos diciendo y porque es una completa falsedad fácilmente demostrable en todos los demás aspectos, que esa corriente nacionalista pequeño-burguesa que se ha abierto paso aprovechándose de las momentáneas dificultades por que atraviesa la organización revolucionaria del proletariado, no podemos aceptar que pueda ser considerada por ningún miembro del Partido como la pionera en ningún terreno de la actividad encaminada a la revolución socialista; y no lo aceptamos, además, porque el movimiento revolucionario organizado surge y se abre paso, entre otras cosas, en lucha contra esa corriente. No verlo así sólo puede llevar -y es lo que hace Peña- a hacer del PCE(r) una lamentable caricatura, un comparsa de esa mascarada que él ha montado; y para ello tiene que presentarnos como si no hubiéramos hecho otra cosa en los últimos años que ir a remolque de aquellos grupos en un proceso que se nos escapa de las manos y del que no hemos cosechado nada más que fracasos. Hasta el momento -escribe- llevamos perdidos un buen número de valiosísimos cuadros dirigentes [en] un proceso en el que poco a poco se fueron sacando importantes conclusiones. He ahí la valoración que le merece a Peña la labor realizada, el fruto amargo de toda la actividad, amplia y multifacética, que ha llevado a cabo el Partido en los últimos años; los camaradas que llevamos perdidos y sus conclusiones. Veamos a continuación cómo se las ingenia en esto de sacar importantes conclusiones.
La línea masista y la lucha del Partido por la conquista de las masas
En junio de 1975 -escribe Peña- se celebra el Congreso Reconstitutivo donde se decide que: por consiguiente: el trabajo de masas, ir hacia ellas, pasa a ser la tarea central de todo el trabajo del Partido en la etapa que se abre tras el Congreso, y prosigue: No sería hasta el III Pleno del Comité Central, celebrado en noviembre de 1976, cuando se plantea teóricamente la cuestión de la lucha armada de una manera firme... En aquel Pleno Arenas presenta un Informe donde plantea que: En España los problemas no pueden solucionarse ya mediante votos, y es en el terreno militar donde se plantea inevitablemente el combate y la victoria.
Salta a la vista en esos párrafos transcritos del trabajo de Peña, sus esfuerzos en presentar como algo contradictorio la resolución aprobada en el I Congreso del Partido, tendente a orientar toda su labor hacia el trabajo de masas y el Informe presentado por Arenas al III Pleno del Comité Central, Informe donde, ciertamente, por primera vez se hizo un planteamiento teórico firme de la cuestión de la lucha armada. Claro que él no menciona las consideraciones que llevaron al I Congreso a adoptar aquella importante resolución y no otra; no habla de la labor realizada por la OMLE durante un largo período encaminada a echar las bases ideológicas, políticas y orgánicas, así como que el Congreso consideró que ya habían sido creadas, en lo esencial, las condiciones internas que garantizaban la existencia del Partido, lo que en buena lógica tenía que traducirse, a partir del Congreso, en el trabajo de masas, en ir hacia ellas, y de ahí también que esto se convirtiera, en la etapa que se abre tras el Congreso, en la tarea central del Partido.
Peña deja en la sombra todas estas consideraciones para que aquel por consiguiente pueda ser interpretado como mejor cuadre a sus concepciones. Pero no le vamos a dar esa oportunidad, porque si bien es cierto que en el Informe se plantea muy claramente la necesidad e importancia de la lucha armada, dadas las condiciones económicas y políticas imperantes en España, ni en ese importante documento programático del Partido, ni en ningún otro, se ha afirmado nunca, ni siquiera dejado entrever, que el trabajo de masas del Partido entre en ningún momento en contradicción con la lucha armada.
Sucede, como tendremos ocasión de comprobar más adelante, que el Partido viene sosteniendo justamente lo contrario, o sea, que la actividad desplegada por nuestras organizaciones y militantes dentro del movimiento revolucionario de masas y la lucha armada guerrillera se complementan y se apoyan mutuamente. Y esto aparece tan claramente expuesto en el Informe que cuesta trabajo creer, que haya pasado desapercibido para Peña. Porque, vamos a ver, amigo Peña, el que en España los problemas no puedan solucionarse ya mediante votos, no quiere decir que se vayan a resolver sin la actuación de las masas, éstas jueguen el papel fundamental y decisivo; y si bien es cierto que es en el terreno militar donde se plantea inevitablemente el combate y la victoria, no creo que a nadie mínimamente sensato se le pueda ocurrir la brillante idea de plantear este combate y disponerse a alcanzar esa victoria prescindiendo de las masas obreras y populares, sin plantearse al mismo tiempo un trabajo serio y persistente para ganar a las masas y llevarlas a la lucha más resuelta contra el Estado capitalista.
Si Peña hubiera dejado de pensar por un momento en sus fantasmas, hubiera puesto los pies en la tierra y se hubiera interesado en leer atentamente el Informe de Arenas que cita, se habría encontrado con más de una sorpresa; habría leído cosas tan interesantes como éstas:
En los últimos años la clase obrera no sólo ha recibido el plomo fascista y ha vertido decenas de veces su sangre, sino que también, con todos los medios a su alcance, ha combatido y hostilizado a las fuerzas represivas, les ha ocasionado numerosos muertos y heridos, les ha opuesto barricadas y todas las formas de lucha violenta. Eso ha venido acompañado de la imposición abierta de las asambleas, de comisiones de delegados, de la formación de piquetes y de otras muchas formas de lucha democráticas de verdad, del tipo más avanzado al margen y en contra de todo tinglado reformista y oficial. Por este motivo, un Partido que se esfuerce en dirigirla por este camino sin regatear esfuerzos ni sacrificios, que dote a las masas de una organización y unas fuerzas capaces de hacer la lucha más efectiva y de llevarla a un levantamiento armado general, podemos estar seguros de que no se aislará de ellas. Es más, estamos convencidos por una larga experiencia de que, en las condiciones de nuestro país, la única forma posible de forjar la unidad del pueblo, de crear organizaciones políticas de masas y de impulsar el movimiento de resistencia antifascista, pasa por el quebrantamiento del aparato represivo del fascismo, por la demostración de su gran vulnerabilidad; pasa por eliminar hasta los últimos vestigios del miedo y el terror que trata inspirar.
En otro apartado de este mismo Informe también se dice:
Al fascismo sólo puede vencerlo y destruirlo completamente un movimiento de masas que sea verdaderamente revolucionario. Organizar este movimiento es la labor más importante que tiene que acometer en estos momentos nuestro Partido. Sabemos que, en las condiciones de nuestro país, eso no resulta fácil. Tendremos que trabajar duro, desplegar una gran energía y mantenernos en todo momento unidos a las masas. Pero ante todo, para conseguir los objetivos propuestos necesitamos aplicar una táctica y unos métodos justos de lucha, acordes con la realidad política y con la correlación de fuerzas que determina la base económica de nuestra sociedad.
En otro trabajo de Arenas, titulado El nuevo movimiento revolucionario y sus métodos de lucha, que cita Peña en un intento de apuntalar sus tambaleantes posiciones, también se dice:
El recurso a la lucha armada es una de las características principales del movimiento revolucionario en nuestros días, en la época de la decadencia del sistema capitalista y de la revolución proletaria. Esta forma de lucha se destaca cada vez más como la principal, y a ellas se deben subordinar todas las demás.
Peña trata de deducir de esa cita que ya no es necesario prestar atención al trabajo de masas. De manera que de una de las características principales, que tiende cada vez más a destacar como la principal, él hace la única ya definitivamente establecida. Así cierra toda perspectiva al trabajo de masas del Partido.
Por lo que se ve, Peña tampoco ha leído hasta el final el trabajo que cita, si lo hubiera leído se hubiera encontrado con una desagradable sorpresa:
Desde ahora debemos ir familiarizándonos con estos dos conceptos: movimiento político de resistencia y lucha de guerrillas. Estos son conceptos que no nos hemos inventado nosotros, sino que designan dos partes complementarias de una misma realidad. Por movimiento político de resistencia entendemos el conjunto de huelgas, protestas, manifestaciones y otras acciones que se producen a millares todos los días y en todos los lugares de manera semiespontánea que escapan a todo control por parte de las autoridades y los partidos domesticados. De este vasto movimiento forman parte, como su punta de lanza, las actuaciones guerrilleras. Estas acciones no se producirían con la regularidad con que lo vienen haciendo y los grupos que las llevan a cabo no podrían mantenerse por mucho tiempo, no podrían resistir la represión, ni renovarse, si no se diera ese amplio movimiento político de resistencia y, por otra parte, es indudable que dicho movimiento de resistencia habría sucumbido hace tiempo a la represión o víctima de la desmoralización que crea la misma, si no encontrara en las organizaciones guerrilleras y en el tipo de lucha que practican una resistencia aún más firme, si no hallaran las fuerzas represivas y el gobierno que las manda una respuesta continua ante sus crímenes y si, en definitiva, la lucha armada no ofreciera al conjunto del movimiento de resistencia de las amplias masas populares la única salida que realmente le queda. En pocas palabras: el movimiento de resistencia de las amplias masas populares ha dado vida y nutre continuamente a la guerrilla, y ésta a su vez mantiene en pie y facilita el continuo desarrollo del movimiento popular de resistencia al sistema capitalista.
Tal es la concepción que ha forjado el Partido respecto a la lucha armada y su relación con el movimiento de masas. Este movimiento, como hemos podido ver y vemos todos los días en España, presta apoyo y nutre a la guerrilla y, ésta, a su vez, le allana el camino y lo estimula a seguir adelante. Juntos, guerrilla y movimiento de masas, forman un todo indisoluble, puesto que el uno sin el otro no podrían existir por separado. Esta relación es lo más importante del nuevo movimiento revolucionario que se desarrolla en España, lo que le dota de una característica nueva, totalmente desconocida en otras épocas, y que nosotros hemos denominado Movimiento de Resistencia Popular.
La vanguardia y la fuerza principal del Movimiento de Resistencia Popular está constituida por la clase obrera y, dentro de ella, el PCE(r) viene jugando el papel dirigente y animador de todo el Movimiento, que no es, como acabamos de ver, ni exclusivamente pacífico o legal, ni exclusivamente militar, sino que se da en el mismo una original combinación de los dos tipos de lucha: militar y legal, pacífica y armada. A largo plazo, ¿cuál de las dos formas de lucha prevalecerá? Esto va a depender de una serie de circunstancias, pero lo más probable es que termine por imponerse la lucha armada y que a ella se incorporen las grandes masas. Sin embargo, no debemos descartar la otra posibilidad, siempre que nos dispongamos y preparemos a las masas para afrontar y salir victoriosas con la primera.
Vista la cuestión desde este punto de vista, la guerra popular en España va a tener -está teniendo ya- un carácter prolongado. En este sentido esta guerra que venimos librando junto a las masas tiene que pasar por varias fases o etapas, pudiéndose decir que aún no hemos rebasado la primera. Para el Partido, en esta primera fase se trata, ante todo, de ganar a las masas, y para eso tiene que ir a ellas y tratar de organizarlas a fin de proseguir con más ímpetu la lucha. Para eso necesitamos ir a las masas, y vamos a ellas por la vía que ya nos hemos trazado, y de ninguna otra manera.
Peña no comprende esta relación o no quiere comprenderla; no distingue entre trabajo masista, seguidista, reformista, y el trabajo que debe realizar un partido revolucionario en las condiciones de nuestro país para atraerse a las masas, ligarse estrechamente a ellas y llevarlas a hacer la revolución, y esta incomprensión le hace decir los mayores disparates imaginables. Dice, refiriéndose a las discusiones que se vienen manteniendo en el seno del Partido en relación con la distribución de las fuerzas disponibles: El desenlace de esta pequeña batalla político-ideológica todavía está por ver, en lo que a nuestro Partido se refiere, pues en la situación de debilidad que padecemos, hay camaradas que añoran los viejos tiempos de la ODEA, el Socorro Rojo, los Círculos Obreros y otras organizaciones de masas que fueron barridas en los últimos años por la inevitable necesidad de reponer las fuerzas militares, de atender a la forma principal de lucha.
Peña no quiere decir por quién fueron barridas esas organizaciones, dejando la puerta abierta a la interpretación de que ha sido exclusivamente la necesidad de reponer las fuerzas militares. Dicho así, habría que concluir que también el Partido ha sido barrido por esa misma necesidad, puesto que, como es bien sabido, la organización armada (los GRAPO) se han venido nutriendo tanto de esas organizaciones de masas como del Partido. ¿Habrá que barrer, liquidar, también el Partido? Esta pregunta en modo alguna es gratuita. Se desprende directamente de la afirmación que hace Peña a continuación del párrafo que hemos transcrito más arriba: Estos camaradas (?) no comprenden que el error no consistió en liquidar aquellas organizaciones de masas, sino en haberlo hecho a regañadientes, saboteando, consciente o inconscientemente, el desarrollo de la actividad militar.
Detengámonos unos instantes en este problema, pues se trata de uno de los más importantes a que nos venimos enfrentando, y de su justo tratamiento van a depender muchas cosas para el futuro. Sabotaje y saboteadores Que padecemos una gran debilidad, acentuada además, por las grandes responsabilidades que hemos echado sobre nuestros hombros cuando apenas se había dado a luz al Partido, esto es algo que nunca hemos negado. También es verdad que siempre hemos mantenido que el Partido se crea y habrá de fortalecerse en el fuego de la lucha y no en un invernadero.
Así es como viene sucediendo, sin rehuir en ningún momento por nuestra parte los requerimientos de la lucha de clases. Esta posición nuestra nos ha acarreado numerosos problemas y la pérdida de numerosos cuadros dirigentes que han pagado con su vida la osadía de levantarse contra los enemigos de clase. De estas dolorosas pérdidas no nos vanagloriamos. ¿Pero es justo hablar, como lo hace Peña, de la entrega generosa de estos camaradas (¡de nuestros mártires!) hombres y mujeres, como si se tratase de algo inútil? No pretendemos tocar aquí la fibra sentimental o sensible de nadie, pero creemos legítima y plenamente justificada la indignación que se apodera de todos nosotros cuando Peña habla de estas muertes atribuyéndolas a unos supuestos errores que en todo caso serían atribuibles a los caídos. ¿En qué ha consistido ese error? Peña no nos lo explica ni queda aclarado a todo lo largo de su escrito; puesto que su caballo de batalla no es otro que la lucha armada que, según él, el Partido ha debilitado o no ha prestado toda la atención que merecía, cabe suponer que esas muertes, producidas, en su mayor parte, en el campo de batalla son atribuibles a esos mismos cuadros dirigentes que lo estaban dirigiendo desde la primera línea de fuego. Como se comprenderá, las opiniones de Peña no pueden ser más contradictorias. Pero no, el hecho claro, indiscutible, es que contamos con escasas fuerzas organizadas en relación con las grandes tareas que hemos tenido que asumir, de manera que si ha habido algún error, éste ha consistido en haber tomado el camino de la lucha y no el de la claudicación (tal como han hecho tantos y tantos partidos comunistas como pululan hoy por España); en esto ha consistido el error histórico cometido por el PCE(r): tomar el camino más difícil, el más escabroso, el que impone mayores sacrificios... pero también, estamos seguros, el único que puede abrir, y ya lo está haciendo, las puertas de un futuro luminoso y feliz a todos los trabajadores.
Detenciones, asesinatos, torturas, persecuciones sin fin, largos años de encarcelamiento en las peores condiciones imaginables... Todo lo hemos soportado con la mayor entereza (y Peña con nosotros, también hay que decirlo); y eso ¿por qué?: porque estamos profundamente convencidos de que nos hallamos en el camino justo y de que es ése, precisamente, el precio que tenemos que pagar, el precio que impone siempre toda revolución. Si no estuviéramos convencidos de todo esto, si fuera cierto lo de los errores a que alude Peña, qué duda cabe que hace ya mucho tiempo que se habría quebrado nuestra resistencia, la voluntad firme de lucha que nos anima a todos, y se habría producido más de una escisión. Pero nada de esto ha ocurrido hasta el momento presente (y todos sabemos cómo ha especulado el gobierno con esta posibilidad). Ahora bien, esto no quiere decir que no haya habido y siga habiendo lucha ideológica en el seno del Partido; pero que nosotros sepamos esa lucha jamás ha revestido el carácter de enfrentamiento, de lucha de tendencias, enfrentadas entre sí, que Peña se esfuerza en presentar.
Junto a nosotros, numerosos simpatizantes del Partido y otros demócratas han padecido también en su propia carne y en diverso grado los efectos de la represión. La mayor parte de estas personas se hallaban encuadradas en distintas organizaciones muy próximas al Partido, pero que no eran, propiamente dicho, organizaciones partidistas. Eran lo que llamamos organizaciones de masas. Estas organizaciones de masas se han venido abajo una tras otra a consecuencia de los golpes repetidos que ha dirigido contra ellas la represión. Esto era lógico suponer que sucediera, pues carecían de la ideología, de la estructura y la disciplina capaces de resistir las embestidas furiosas de la reacción, y que sólo en un partido proletario y aguerrido como el nuestro puede darse.
Además, hay que tener en cuenta que una de las tácticas utilizadas por la policía ha consistido, precisamente, en someter a los miembros de esas organizaciones a todo tipo de presiones, detenciones y chantajes, al objeto de restar apoyo a la guerrilla y tratar de aislarla, por lo que difícilmente podía el Partido, ni ninguno de sus militantes, secundar la labor represiva de la policía -como propone Peña- liquidando cuanto antes aquellas organizaciones de masas. Lejos de eso, el deber del Partido era -y sigue siendo- prestar apoyo a las organizaciones de masas de carácter democrático y antifascista, ligarse a ellas y hacer que se fortalezcan lo más posible, ya que ello no supone ningún obstáculo, sino que, por el contrario, supone una condición indispensable, precisamente, para el desarrollo de la actividad militar. Peña, como vemos, no puede andar más descarriado en este punto, al igual. que en todos los demás. ¿Se habrían mantenido las organizaciones armadas sin el apoyo que le han venido prestando las organizaciones de masas? ¿No es cierto que de estas últimas han salido un buen número de combatientes antifascistas? Es cierto también que esta incorporación a la guerrilla de los hombres y mujeres más decididos y destacados procedentes de las organizaciones de masas las fue debilitando, pero ha sido la represión policial la que realmente las ha liquidado (aunque no totalmente ni por mucho tiempo, tal como demuestra la experiencia, pues éstas surgen por otro lado y en las formas más diversas).
Todos estos factores, la debilidad numérica del Partido, la desarticulación por la policía de las organizaciones de masas vinculadas a nosotros, y la necesidad de proseguir el combate por el logro de nuestros objetivos a corto y más largo plazo, todo eso es lo que ha dado como resultado el barrido a que se refiere Peña.
Esto ha ido creando una contradicción entre la creciente demanda de militantes para llenar los huecos producidos por la represión, y la necesidad de proseguir realizando el trabajo de masas. Así, en numerosas ocasiones la Dirección del Partido se ha visto obligada a tener que tirar de militantes de base y de cuadros cuando éstos realizaban un trabajo de masas que prometía; ha tenido que elegir entre seguir prestando apoyo decidido a la lucha amada o centrar su atención en el trabajo de masas; y la decisión en la mayoría de los casos, no se ha hecho esperar: por encima de todo la lucha de resistencia, el combate contra el fascismo y sus secuaces, ya que de este combate ha dependido y sigue dependiendo el porvenir de todo el movimiento obrero y popular en España. Estas decisiones justas, absolutamente necesarias, han repercutido en el desarrollo del Partido. Todo ello ha venido a agravar (y a añadir otras nuevas) las dificultades a que nos veníamos enfrentando. No es nada extraño, pues, que en el seno del Partido se traten todos estos problemas, se discuta sobre ellos, a fin de hallar la mejor solución a los mismos desde nuestras posiciones de principios.
Pero sólo un ciego no puede ver lo que es evidente: que con nuestro trabajo, realizado en medio de enormes dificultades, y venciéndolas poco a poco, vamos creando las condiciones generales que habrán de permitirnos dar un gran salto en toda nuestra actividad: a nuestro trabajo entre las masas, en las tareas de apoyo a la lucha armada y un desarrollo y mayor consolidación del Partido. Estas son cosas que ya hoy las estamos palpando.
El precio que hemos tenido que pagar ha sido, ciertamente, muy alto; pero los frutos están ahí: tres gobiernos con sus respectivos presidentes y un buen número de ministros de la represión han caído por los suelos en muy corto período de tiempo, y no creo que haya dudas acerca del futuro que les espera a los Felipe González, Peces Barba y Guerra. El estercolero de la Historia les espera. La bancarrota de la política socialfascista de los psoístas está a la vuelta de la esquina. El partido carrillista y sus socios menores -los que no se han disuelto- son un cero a la izquierda. Se agrava la crisis económica y social; los problemas que sufren las masas obreras y campesinas, los estudiantes, las mujeres, las naciones oprimidas, etc., ya está muy claro que no hallarán solución mientras no sea demolido hasta los cimientos el régimen político y económico de la oligarquía, y las masas se están levantando en todas partes contra el gobierno y los grandes patronos. Todas estas luchas están siendo encabezadas por la clase obrera y en ello, qué duda cabe, está recibiendo el apoyo y el estímulo de la lucha guerrillera (en continuo aumento) y el ejemplo y las ideas de resistencia que le brinda el PCE(r).
En este marco general, el Partido y todas las organizaciones de masas de los obreros, los campesinos e intelectuales progresistas, etc., van a tener un nuevo auge y el Partido va a poder desarrollar ampliamente entre ellas su labor; va a extender enormemente su influencia y a consolidarse. De todo esto podemos estar completamente seguros. De manera que esa situación de debilidad y de graves problemas a que nos hemos estado enfrentando a lo largo de los últimos años cambiará. Al final también ocurrirá con nosotros lo que en la fábula china del viejo tonto que removió las montañas: el cielo se apiadará de nosotros y acudirá a prestarnos ayuda. Con ello terminarán también en el Partido las discusiones a que se refiere Peña en su escrito, las cuales no son otra cosa, en realidad, sino un reflejo en él mismo de esa situación que venimos atravesando.
Una ley y un decantamiento
Peña se niega a reconocer que el Movimiento de Resistencia Popular que se viene desarrollando en España desde hace muchos años es ya, en su primera fase, esa Guerra Popular Prolongada, algunas de cuyas características hemos esbozado. Pero aún nos queda por tratar el problema específico de la estrategia y la táctica militar, de su plan de organización, y va a ser en este punto donde Peña habrá de realizar sus más transcendentales y originales descubrimientos. También en este campo, como ya es costumbre, su voluntad no es otra que la de corregir el error que venimos cometiendo; lo que a decir de él proviene de no haber puesto suficiente atención (se entiende que ha sido el Partido quién ha cometido tamaño error) al trabajo militar, de seguir aferrándonos a la vieja concepción de la insurrección bolchevique, al trabajo de masas, etc. Para corroborar estas afirmaciones, Peña remite al folleto de los GRAPO Experiencias de tres años de lucha armada publicado en 1978, del que extrae el siguiente párrafo: Tanto por las condiciones como por el contenido popular de la lucha que llevamos a cabo, ésta tiene un carácter de guerra popular prolongada. Peña utiliza esta cita de comodín para introducirnos inmediatamente a los cuatro principios generales que definen su estrategia y su plan de organización. Pasemos, pues, antes de seguir adelante, a conocer dichos cuatro principios.
— Primer principio:
La guerra es la forma principal de lucha a la que se supeditan todas las demás. De ahí que el ejército sea la principal forma de organización de los revolucionarios.
— Segundo principio:
En la guerra las fuerzas revolucionarias parten de la debilidad pero llevan en sí el germen de la fuerza. Las del enemigo parten de una posición de superioridad militar, económica, etc. pero llevan en sí el germen de la debilidad [...] De ahí que la guerra tenga necesariamente un carácter prolongado.
— Tercer principio:
La guerra popular prolongada pasa inevitablemente por las fases de defensiva estratégica, equilibrio y ofensiva estratégica. Sin pasar por estas tres fases, independientemente de la duración de cada una, es inconcebible el final victorioso de la guerra revolucionaria.
— Cuarto principio:
Desde el punto de vista de los objetivos estratégico-políticos la Guerra Popular Prolongada puede adoptar la forma de guerra civil revolucionaria (guerra de clases) o de guerra nacional revolucionaria (guerra de liberación nacional) o las dos formas (sucesivamente o simultáneamente).
Estos cuatro principios, en los que lo único verdaderamente original es el añadido de la simultaneidad -ahora veremos a qué obedece-, Peña los ilustra con otras originales ideas de su propia cosecha entre las que destacan, de forma particular, las referentes a la necesaria supeditación a lo militar de todas las formas de lucha y organización, así como las que versan sobre el carácter nacional de la lucha, dado el peso específico que tienen las naciones oprimidas en el concierto estatal, la tendencia, con la incorporación de las masas a la lucha política (nacional), al desarrollo y florecimiento de la conciencia nacional. Es esto lo que, finalmente, le lleva a establecer nada menos que una ley específica de la Guerra Popular Prolongada en el Estado español, culminación, por lo que se ve, de todos sus desvelos y preocupaciones. La dicha ley, establecida por Peña según todas las reglas del método científico determinaría que por un período más o menos largo de tiempo no habrá un único centro de poder dirigente de las fuerzas revolucionarias. Verdaderamente, éste es uno de los casos en que el viaje merecía haber cargado las alforjas. Pero continuemos adelante, que aún nos tiene reservadas alguna que otra sorpresa. Peña remacha esa ley dictada por él asegurando que pretender organizar una insurrección clásica bolchevique o una guerra revolucionaria de corta duración, para lo que sería necesario antes unir al proletariado de todo el Estado (o por lo menos al peninsular) antes de decidirse a la lucha abierta por el poder, es utópico; nos conduce a la pasividad, nos aleja de la realidad y las masas populares y nos conduce inevitablemente al reformismo.
La palabra fatídica (reformismo) ha sido pronunciada. Ahora podemos entender mejor la insistencia con que repite en su escrito la frase: ¡lucha por el poder! Ahora podemos comprender también la premeditación y la alevosía con que viene procediendo Peña. Todo lo que no suponga aceptar el descabellado proyecto que nos presenta es reformismo, puesto que de una u otra manera conduce inevitablemente a él. Gracias a dios que nosotros tenemos una apreciación bastante distinta sobre las vías que conducen al reformismo de las que, desde luego, no está excluido ese izquierdismo rabioso, desmesurado, de que está haciendo gala Peña últimamente. Una línea de ‘izquierda’ -suelen decir los comunistas chinos- puede encubrir otra de derechas. Y así es, creo yo en este caso.
Guerra, organización militar, supeditación de todo a la organización militar, carácter nacionalista de la lucha... Tal es el esquema estratégico-político que nos ofrece Peña; algo muy simple, como puede comprobarse fácilmente, una vez despojado de todos los ornamentos; lo demás, los cuatro famosos principios, que ha calcado de Mao, no son más que el camuflaje con el que trata de introducir de matute en el Partido esas baratijas pseudo-revolucionarias.
Ya está claro que para Peña no son sólo las organizaciones de masas, sino, ante todo, el Partido de la clase obrera lo que está de más, lo que había que haber barrido antes que nada, pues supone el principal obstáculo que encuentra para su proyecto de crear esa organización militar de los revolucionarios a la que ha de ser sacrificado todo. Esto concuerda perfectamente con su concepción militarista, nacionalista y explica, por otra parte, ese desprecio con que trata a todos aquellos camaradas gallegos que no se muestran conformes con sus posiciones y critican resueltamente ese galleguismo estrecho y ramplón a que nos tiene acostumbrados. De ahí también esa ferviente admiración por ETA (de quien jamás se le ha oído hacer el menor comentario crítico): todo lo que hace ETA está bien, en cambio los GRAPO y el PCE(r)...
No dudamos, siguiendo el hilo de las ideas de Peña, de que, en ese sentido, éste tiene razón: una vez barridas las organizaciones de masas -de lo cual él se felicita-, ya sólo queda por dinamitar el Partido. Eso darla paso a la lucha armada como forma exclusiva -no sólo principal- y a la supeditación de todo el movimiento obrero y popular a la organización militarista nacionalista-pequeño-burguesa. El planteamiento no puede ser más coherente. Pero claro, para hacer que triunfe esta concepción -o al menos que llegue a confundir a algún incauto- Peña tiene que complementar su tarea con ataques a la línea y a la actuación del Partido y tachar de inútiles y utópicos los intentos de establecer una dirección única, centralizada del movimiento revolucionario en España. ¿A quién puede beneficiar todo esto? Está claro que a la clase obrera y al movimiento nacional democrático de Galicia no.
Peña, muy asentado en su línea de pensamiento, especula con lo que él llama dispersión de las fuerzas revolucionarias. Para él, el problema de la dispersión no es un problema, en realidad, sino una cosa natural en las condiciones del capitalismo, a la que hay que sobreponerse. Constituye la clave de su plan estratégico-político, lo que explica y sirve de base a esa ley de la que nos ha estado hablando más arriba. Por esta razón está obligado a defenderla y tiene que consagrarla dentro de sus principios generales. Está ya suficientemente probado que sin esa dispersión y sin la escisión del Partido que él prepara, no sería viable su proyecto de crear un grupo con todas las características de la pequeña burguesía radicalizada, a partir del cual ir decantando posiciones -son sus propias palabras- limitando las diferencias y coordinando las actividades. Así es como Peña tiene pensado rematar su obra. ¿Habrá todavía entre nosotros quién piense que estoy exagerando o que me dejo llevar por el apasionamiento de la polémica? Decantarse camaradas, después de lo que llevamos leído de las ideas y los proyectos de Peña, no significa otra cosa que escindir para después limitar diferencias y llegar a una coordinación. Pero ¿decantarse respecto a quién, limitar diferencias respecto a quién, coordinar actividades con quién? ¡¿No está Peña preparando el terreno y haciendo una llamada para la escisión del Partido?!
Peña, lógicamente, suaviza sus exposiciones, utiliza un lenguaje diplomático para tratar de engatusar a algún incauto y hacernos a nosotros bajar la guardia, pues de otra manera no podrá proseguir su labor de zapa. Pero tampoco este recurso le va a dar ningún resultado.
Es lo que siempre ha tratado de hacer la burguesía de todas las latitudes: servirse de la dispersión que ella misma siembra entre los trabajadores con cualquier pretexto -y para eso también sirve el de la nacionalidad- para confundirnos, profundizar aún más su división, enfrentarlo a su organización de vanguardia e impedir así -y por otros medios- que se haga la revolución socialista.
La originalidad de los planteamientos de Peña se manifiesta en el hecho de que ha intentado encubrir estos mismos propósitos con todo un plan guerrero, muy en la línea de sus compadres nacionalistas vascos. Lástima que, hace ya bastante tiempo, el proletariado revolucionario de Galicia viene actuando como la verdadera vanguardia del movimiento popular nacional, ha tomado sin titubeos el camino de la revolución socialista, el camino de la unidad de su clase y de la lucha en común contra los enemigos comunes (como son la oligarquía financiera y el Estado explotador y opresor), sin dejarse seducir por los cantos de sirena de su burguesía, dando así un magnifico ejemplo de internacionalismo al proletariado de las otras nacionalidades de España. Esta es la espina que tiene clavada en su pecho la pequeña burguesía gallega, su verdadera tragedia histórica, al igual que la de todos aquellos que aún suspiran por una tercera vía para la solución del problema nacional de España, una tercera vía que les ponga a cubierto de la revolución proletaria, y que finalmente van a cobijarse bajo el ala protectora que les brinda la gran burguesía monopolista, fascista y centralista española.
Guerra de clases por la liberación social y nacional
Peña no puede ver con muy buenos ojos que la clase obrera luche al mismo tiempo contra el capitalismo y por los derechos nacionales; no puede entender, desde las posiciones nacionalistas que ocupa, que el proletariado revolucionario, al librar una guerra de clases esté al mismo tiempo librando una guerra por la liberación de su patria de toda opresión y explotación. Por eso ha querido descubrir un principio especial, peculiar, en esa simultaneidad social y nacional que adopta la lucha de clases en España. Esta peculiaridad sirve a su propósito de establecer una separación tajante dentro del movimiento obrero revolucionario entre los que, según él, vienen librando una guerra de clases y los que libran una guerra de liberación nacional.
Esta contraposición no puede ser más absurda y equivale a negar el hecho claro, evidente para todo aquél que no cierre los ojos, de que el Partido viene sosteniendo la reivindicación del derecho a la autodeterminación de las nacionalidades oprimidas por el Estado español como uno de los puntos esenciales de su programa. Lo que sí es absolutamente cierto es que nosotros no defendernos la consigna de la independencia de esas nacionalidades y eso por la sencilla razón de que tal consigna no es aplicable a nuestras condiciones, sino que corresponde más bien a los países coloniales y a una etapa de la revolución democrático-burguesa. Esto no quiere decir que nos vayamos a oponer a la separación en el caso hipotético de que los pueblos de esas nacionalidades así lo decidiesen para formar un Estado aparte. Precisamente -y esto lo hemos explicado ya muchas veces- el derecho a la autodeterminación implica tanto una cosa como la otra, o sea, la separación o la unidad en pie de absoluta igualdad.
No es misión de la clase obrera decidir, cuál de estas dos posibles soluciones será la mejor. Esto va a depender de muchas cosas, y, en todo caso, serán los pueblos, y sólo ellos, quiénes lo decidan. Nuestro deber en estos momentos consiste en hacer una defensa consecuente de ese derecho que tienen todos los pueblos a decidir su propio destino, a no permitir que sigan siendo explotados y reprimidos por nuestra burguesía, pero también a hacer todo lo que esté de nuestra parte para impedir que el lugar del Estado de nuestra burguesía no sea ocupado por otro igualmente explotador y opresor para la clase obrera. Porque, si bien es verdad que en España no existe una auténtica burguesía nacional, no se puede descartar la posibilidad de que, ante una fuerte resistencia de las masas populares, la burguesía llegue a un acuerdo para establecer una independencia formal, pero que de hecho mantenga intactos los antiguos lazos de dependencia política y económica y de manera que queden garantizadas las relaciones de explotación (el caso de Irlanda respecto a Inglaterra, y de las posiciones del IRA -en el que sin lugar a dudas se inspira ETA- es muy ilustrativo de lo que decimos).
Nuestro deber internacionalista más cercano, o que más directamente nos afecta, consiste en ayudar al proletariado de esas naciones a librarse también -y liberarse al mismo tiempo que nosotros- de la explotación a que su propia burguesía trata de someterle. Esto es tanto más necesario por cuanto existen unos lazos comunes y unos intereses que se han ido anudando a través de la historia y, sobre todo, un enemigo común inmediato al que combatir, un enemigo común que se halla en todas partes y que viene actuando también de manera unificada en contra de la clase obrera.
No tener en cuenta todo esto sólo puede debilitar nuestra lucha y contribuir al mantenimiento de la actual situación que es, en definitiva, lo que queremos y necesitamos cambiar desde su misma raíz. El mismo hecho de que las mal llamadas burguesías nacionales estén colaborando activamente con el Estado en la represión del movimiento obrero y popular y no escatimen esfuerzos para descalificarlo, debería hacer pensar a Peña acerca del futuro que espera a la lucha de ETA, lucha que, por lo demás, está jalonada, como es bien sabido, de continuas escisiones obreristas en sus filas, debidas todas ellas a idénticos motivos.
Ejemplos de guerras de liberación nacional podemos citar muchos; también son numerosos los de guerras civiles. Pero no se podrá encontrar ni uno sólo en toda la historia donde se haya producido esa simultaneidad de que nos habla Peña. La razón de ello estriba en lo que acabamos de decir: para que se dé un movimiento de liberación nacional es imprescindible que exista una burguesía nacional o una situación de clara agresión extranjera. Pero en ausencia de uno y otro de esos factores, el movimiento nacional tiene que supeditarse, inevitable y necesariamente, al movimiento social de la clase más avanzada (la clase obrera), única que, por su posición y por su peso específico en la sociedad, puede y está realmente interesada en resolver este problema; y lo hará en España, qué duda cabe, sólo que no como pretende Peña, sino con arreglo a sus propios intereses inmediatos y más a largo plazo. En este sentido podríamos poner también algún ejemplo donde la guerra revolucionaria ha adoptado ese doble carácter, pero sin que la cuestión nacional primara o hiciese retroceder a un segundo plano la cuestión social, como a fuerza de querer ser original desea Peña que suceda en España.
Nos hemos alejado mucho de nuestro tema. Pero vamos a seguir.
Obreros utópicos y burgueses realistas
Peña sabe muy bien que el PCE(r) no se propone, nunca ha pretendido, ni pretende, organizar una insurrección clásica bolchevique o una guerra revolucionaria de corta duración; pero el Partido sí cree necesario -y eso él también lo sabe- antes de decidirse a la lucha por el poder, unir a la clase obrera y a las amplias masas populares, ya que sin esa unidad aquello resultaría una aventura condenada de antemano al fracaso. Por eso trabajamos por la unidad; y desde esa unidad -ya alcanzada en la parte más avanzada- con la vanguardia del proletariado luchamos contra la dispersión que indudablemente existe todavía en el movimiento obrero y popular.
Pero esta dispersión no existe solamente entre unas nacionalidades respecto a otras, sino que se da también en el seno mismo de cada nación. La burguesía se ocupa de crearla. ¿Vamos por eso a fraccionar el Partido, a crear tantos Partidos comunistas, tantos centros de poder revolucionario (como los llama Peña, pensando sin duda en el período post-revolucionario, o sea, en la separación a que aspira) como grupos hay? ¿O debemos trabajar desde ahora, incansablemente, por la unidad, para contrarrestar la labor de dispersión y confusión que viene realizando la burguesía dentro del movimiento obrero? El Partido hace tiempo que ha dado respuesta a ese interrogante, de ahí que esté trabajando sin desfallecimiento para alcanzar la unidad en la lucha, para dotar a las fuerzas revolucionarias de un solo Estado Mayor que haga mucho más eficaz la lucha y sin el cual ésta no podrá avanzar ni alcanzar sus objetivos. Y esto le venimos haciendo desde el Partido (desarrollando el trabajo político, ideológico y organizativo de la vanguardia del proletariado, denunciando los intentos de traicionarla que realiza la burguesía), y desde el movimiento de resistencia popular (impulsando la solidaridad, la ayuda y el apoyo mutuo, las acciones conjuntas, etc.) sin esperar a que antes se haya producido la unidad que buscamos. Será el movimiento popular el que, efectivamente, va a terminar por imponer la unidad de las fuerzas revolucionarias. Pero eso no ha de suponer una renuncia por nuestra parte a trabajar por acelerarla, y menos aún, como se comprenderá, a que hagamos un canto a la dispersión.
Por lo demás, Peña sabe muy bien que este trabajo, como la misma guerra revolucionaria que planteamos y estamos llevando a cabo, se inscriben en un proceso prolongado; sabe que aquí nadie ha hablado de organizar una insurrección clásica bolchevique o una guerra revolucionaria de corta duración. Esas son cosas que él se ha sacado de la manga para poder presentar como utópicos y alejados de la realidad todos nuestros objetivos y nuestros afanes.
Para la burguesía siempre han sido utópicos los objetivos y aspiraciones más sentidos por el proletariado; siempre ha considerado alejados de la realidad sus planes y proyectos revolucionarios (destinados a cambiar la sociedad para hacerla más justa), al tiempo que hace todo lo que está en su mano para sabotearlos. Nosotros no podemos evitar que la burguesía piense y se conduzca de esta manera. Pero sí tenemos una visión algo distinta de esa misma realidad y valoramos de otra forma nuestra capacidad para cambiarla. También tenemos nuestro propio concepto de la burguesía como clase y no nos vamos a espantar por los aspavientos que hace ante cada paso que damos ni por muchas sandeces que diga.
Un esbozo y algo más
Que el Partido no ha tenido una noción clara y precisa, plenamente consciente y asumida, como dijo Peña mas atrás, de la estrategia de la guerra popular prolongada, y que sólo en 1978 apareció, en el folleto de los GRAPO que un tímido esbozo de dicha estrategia, ésas son cosas que él se ha inventado.
En el referido folleto, ciertamente, aparece expuesta la tesis que Peña se ha dignado citar haciendo caso omiso de todo lo demás: Tanto por las condiciones como por el contenido popular de la lucha que libramos, ésta tiene un carácter de guerra prolongada. Esta es una definición exacta -y no sólo un esbozo de definición- que se ajusta perfectamente a las condiciones de España, y no la que hace Peña con sus famosos cuatro principios, con los que se hace obligado tener que recortar los pies para calzarlos. Esa tesis de los GRAPO aprehende los aspectos esenciales de la lucha, o sea, su carácter de guerra popular y de guerra prolongada. El primero de estos dos aspectos, el hecho de que la guerra tenga un carácter popular, justo, es lo principal y condiciona el segundo aspecto, hace que la guerra, dada la posición de debilidad militar en que se ven obligadas a combatir las fuerzas populares, tenga un carácter prolongado, antes de que puedan cambiar las condiciones objetivas, reales, de explotación y opresión en que se hallan las masas obreras y populares en España.
Para una organización militar como los GRAPO les basta con saber eso para comenzar a desarrollar sus actividades militares. Los GRAPO no han caído en ningún momento en el subjetivismo y el esquematismo que rezuma cada página del escrito de Peña; siempre se han atenido a la realidad, han partido de ella; sus conocimientos militares -como su armamento- los han obtenido combatiendo, y sólo sobre esta sólida base (la que da la experiencia, los éxitos y también, pero sobre todo, los fracasos) es como han ido generalizando y construyendo, asistidos por el PCE(r), una teoría de la Guerra Popular Prolongada adaptada a las condiciones de España. Este método de trabajo les ha permitido sortear muchos escollos, salir airosos de las situaciones más difíciles y adaptarse a cada encrucijada de la complicada lucha de clases. Así, entre los más serios peligros que han tenido que eludir los GRAPO se encuentra el de la fácil tentación del militarismo. Por eso, ya desde el principio, se fijó como tarea fundamental el ayudar al movimiento revolucionario de masas a fin de ganar su apoyo y proseguir juntos el combate con mucha más fuerza y decisión.
Los GRAPO no se atribuyen ningún papel político-organizativo especial, sino que se constituyen en el ejército revolucionario del pueblo, en el brazo armado que precisa la clase obrera y los demás sectores populares para derrocar al Estado capitalista y expropiar a los monopolios, unir sus fuerzas en el combate, asegurar la hegemonía de la clase obrera dentro del movimiento popular y la dirección del Partido de todo el proceso revolucionario. Estos planteamientos se inscriben en la estrategia de la Guerra Popular Prolongada, de la que el Partido, contrariamente a lo que afirma Peña, ha tratado hace ya bastante tiempo.
Así, en el Informe presentado por Arenas al III Pleno del Comité Central del PCE(r), en noviembre del 76, se dice sin ningún tipo de ambigüedades a este respecto:
Nosotros consideramos que para que triunfe el pueblo es indispensable, al mismo tiempo que se fortalece el Partido de la clase obrera y se impulsa la unión popular, desarrollar las fuerzas armadas de la revolución que habrán de convertirse, llegado el momento, en un verdadero ejército popular...
La lucha que se aproxima tendrá inevitablemente un carácter prolongado, pues no sólo nos oponemos a un enemigo que cuenta con un aparato estatal ramificado y centralizado, con medios relativamente poderosos y considerable apoyo del imperialismo internacional, sino que, indudablemente, está fuera de toda posibilidad pensar en organizar y educar a las masas dentro de la legalidad [...] En nuestros días los monopolios no permitirán a las masas concentrar sus fuerzas ni organizarse, ni se dejarán sorprender por una insurrección general que estalle en un momento dado. Es más, en las condiciones de España, si hay algo que el fascismo no va a permitir, es algún tipo de organización, mínimamente independiente de la clase obrera y demás sectores populares; no va a conceder la menor oportunidad en este sentido. Por eso, aquí sólo cabe la resistencia activa armada y, por lo que se refiere a la educación y organización de las masas, sólo puede entenderse en el sentido de demostrar que la lucha armada no sólo es necesaria, sino también posible y su victoria segura.
Esto exige aplicar una estrategia encaminada a acumular fuerzas mediante golpes parciales, hasta convertirlos en una verdadera guerra de guerrillas. Si no se ceja en la lucha ni se abandonan las armas y si nos basamos en nuestras propias fuerzas, la guerra popular triunfará inevitablemente porque se trata de una guerra justa y progresista que ganará el apoyo de las fuerzas de la paz, la democracia y el socialismo en el mundo entero.
Como vemos en este largo pasaje del Informe presentado por Arenas siete años antes (¡siete!) de la fecha en que Peña hace su descubrimiento, el Partido sí tenia, incluso antes de la publicación del folleto de los GRAPO, una clara visión de la guerra que se viene librando en España e hizo un planteamiento igualmente claro y concreto de la estrategia y la táctica que se debía seguir. En realidad, los GRAPO, en este trabajo que cita Peña, no hacen otra cosa que atenerse a estos planteamientos, que son los que han orientado sus actividades militares de forma muy distinta a como lo plantea Peña. Lo que ocurre es que, en el fondo, éste no comprende que el problema fundamental que trata de resolver con esta estrategia de que tanto habla, no es otro que el de la dispersión de las fuerzas que han de hacer la revolución, de cómo acumular esas fuerzas, de cómo educarlas y organizarlas en y para el combate, que viene a ser la base del problema de la estrategia que abordó y resolvió tan brillantemente Mao Zedong después de una serie sucesiva de fracasos sufrida por la revolución en China. En la práctica quedó demostrado que la estrategia de lucha y organización que tanto éxito tuvo en Rusia no valía para un país de las características de China (y ya hemos explicado por qué); de la misma manera podemos decir que la estrategia de lucha y organización que fue aplicada a las condiciones de un país semifeudal y colonial, por muchas semejanzas que tenga con la estrategia general que nosotros venimos aplicando, tampoco puede ser válida para España.
La revolución tiene sus propias peculiaridades en cada país y eso exige de nosotros, los comunistas, los que nos proponemos organizarla, encabezarla y dirigirla, que realicemos un gran esfuerzo para descubrirlas. En este sentido nos son muy valiosas las experiencias y enseñanzas que se desprenden de las revoluciones de otros países, pero no debemos copiarlas ni imitarlas ciegamente, sin discernir entre lo que hay de válido y de rechazable para nosotros. Nada puede sustituir nuestro análisis y nuestra propia experiencia, realizadas conforme a los principios del marxismo-leninismo, de su espíritu creador y siempre vivo, no de su letra muerta.
Así, una de las características fundamentales de nuestro país es el predominio del capitalismo monopolista, la existencia de una industria desarrollada controlada por el capital financiero y, por otra parte, de un proletariado muy numeroso y que cuenta con grandes tradiciones de lucha. De acuerdo con esta característica fundamental, la revolución en España sólo puede ser socialista. Otra característica fundamental de nuestro país es la existencia de un régimen político de dictadura de la burguesía financiera y otros sectores reaccionarios que impiden la organización y la lucha pacífica de los trabajadores para la defensa de sus intereses inmediatos y futuros; esto hace que la lucha de clases transcurra por cauces revolucionarios. Otra característica fundamental es la existencia de tres naciones oprimidas y una colonia, lo que origina un continuo enfrentamiento de las masas populares de esas naciones con el Estado opresor. Finalmente, otra característica fundamental consiste en que en España no existe una burguesía democrática o nacional que esté interesada en un cambio profundo y radical de la sociedad. Sólo quedan remanentes de esa burguesía y sectores y capas pequeño burguesas en acelerado proceso de ruina y progresiva proletarización. Desde este punto de vista, en la perspectiva de sus intereses futuros, todos esos sectores están objetivamente interesados en la revolución socialista, pero tienen miedo y vacilan continuamente entre las posiciones consecuentemente democráticas y revolucionarias del proletariado y el reformismo burgués. Entre estos sectores, los más próximos al proletariado son los pequeños campesinos semiproletarios cargados de deudas por los bancos; también los pueblos de las nacionalidades, los intelectuales, etc., están próximos al proletariado.
El proletariado es la clase más numerosa de la población y, por ello mismo, además de ser la clase llamada a dirigir, constituye la principal fuerza motriz de nuestra revolución. Junto a la clase obrera, en determinadas condiciones, todos aquellos sectores (o la mayor parte de ellos), pueden tomar parte activa en la lucha por el derrocamiento del capitalismo u observar una posición de neutralidad. Esto va a depender, en buena medida, de la labor que realice el Partido, de su justa línea política, de su táctica y la claridad con que plantee los objetivos en cada fase del proceso revolucionario, así como su decisión en la lucha.
El Partido orienta la mayor parte de sus fuerzas a trabajar dentro de la clase obrera. No me voy aquí a detener a detallar los distintos aspectos de este trabajo ni de la línea política del Partido (cosa que ya hemos hecho en un sinfín de artículos, folletos y documentos). Para nuestro objeto, lo que interesa destacar es que esta fuerza principal de nuestra revolución se encuentra radicada en las ciudades, donde padece todos los problemas y lacras sociales que crea el capitalismo en la época de su crisis general y su descomposición (paro, miseria, drogas, prostitución, etc.), y es ahí, en las ciudades, donde se enfrenta todos los días, a cada hora, a este sistema y a las múltiples formas de represión que genera -principalmente a la física o más directa-, organizándose de mil maneras, desde las formas de organización más elementales, como son las sindicales, en las fábricas, en las asociaciones de vecinos, pasando por las culturales, hasta llegar a las de defensa activa y a la guerrilla. Es lo que hemos denominado muchas veces el Movimiento de Resistencia.
Por todas estas características, por la propia organización social en que están insertas las masas, así como por la configuración del terreno y el tipo de problemas a que se vienen enfrentando (no se trata aquí de realizar una revolución agraria), las formas de lucha y de organización no son ni pueden ser en España, principalmente militares. De manera que, aunque no le guste a Peña, la acumulación de fuerzas revolucionarias, su educación y encuadramiento, a diferencia de como se hizo en China y en otro países agrarios, aquí se tiene que realizar de un modo diferente, o sea, de la forma que ya ha sido definida: mediante el Movimiento de Resistencia Popular, en el que se combina la lucha política de las masas, las huelgas, las manifestaciones, etc., con la lucha armada guerrillera practicada por pequeños grupos, todo ello organizado y dirigido por el Partido proletario. De manera que, junto a la lucha y a la organización de las masas (lucha y organización que no tiene por qué ser pacifica y legal en todos los casos) tenemos la lucha militar y la organización militar.
Va a ser en el proceso de lucha prolongada del Movimiento de Resistencia, como se tiene que dar la confluencia, el fortalecimiento la acumulación de fuerzas organizadas, la incorporación de las grandes masas a la lucha abierta por el poder. Esa confluencia se producirá en la última fase de la lucha. Entonces la estrategia de la Guerra Popular Prolongada, en la forma que veníamos describiendo, adoptará todas las formas de una insurrección al modo bolchevique; cuando llegue ese momento -que llegará, qué duda cabe, si algún milagroso acontecimiento no lo evita antes- la consigna clásica de ¡audacia, audacia y siempre audacia!, que orientaron las dos grandes insurrecciones populares de la historia, y que traducida a un lenguaje más inteligible o común para nosotros quiere decir: ¡ofensiva, ofensiva y nada más que ofensiva!; sólo entonces esa estrategia adquirirá todo su grandioso significado. Pero antes de que llegue ese preciso momento, es absolutamente necesario aplicar una estrategia de guerra defensiva, de resistencia, estrategia que, en sus líneas más generales, se asemeja a la que fue aplicada en la revolución china.
He ahí la original combinación que se deduce de las dos estrategias, de la aplicación de la teoría militar marxista-leninista a las condiciones específicas de la revolución en España.
Estrategia defensiva y táctica ofensiva
En cuanto al problema concreto de la estrategia y la táctica de la lucha y el combate militar, el Partido también le ha prestado la atención que merece y, por cierto, que lo ha hecho con bastante antelación a aquel feliz año 78 en que fue publicado el folleto de los GRAPO con el que trata ahora de sorprendernos Peña.
Veamos ahora lo que decía Bandera Roja, órgano central del PCE(r), en relación con este problema en un trabajo de Arenas publicado en los números de enero, febrero y marzo de 1977:
Lenin, basado en las ideas de Marx y Engels, analizó las experiencias de la insurrección de Moscú de 1905 y desarrolló genialmente la teoría general del marxismo a este respecto: ‘La técnica militar -apuntó Lenin- no es hoy la misma que a mediados del siglo XIX. Sería una necedad oponer la muchedumbre a la artillería y defender las barricadas a tiros de revólver. Kautsky tenía razón al escribir que ya era hora, después de Moscú, de revisar las conclusiones de Engels y que Moscú ha hecho surgir una nueva táctica de barricadas. Esta táctica -prosigue Lenin- era la guerra de guerrillas. La organización que dicha táctica imponía eran los destacamentos móviles y extraordinariamente pequeños, grupos de 10, 3 e incluso 2 hombres’.
Para Lenin, como este mismo trabajo de Arenas se preocupa en destacar, las experiencias de la insurrección de Moscú supusieron una grandiosa conquista histórica del movimiento revolucionario mundial, ya que con ella se puso de manifiesto que la guerrilla, el terror de las masas... contribuirá indudablemente a enseñarles (a los obreros) la táctica acertada para el momento de la insurrección. Como vemos, Lenin se refiere aquí sólo al momento de la insurrección, lo que resulta perfectamente justo en unas condiciones históricas en que todavía era posible en la mayor parte de los países capitalistas utilizar las instituciones burguesas contra las instituciones burguesas mismas, según la acertada estrategia política definida por Engels, educar y organizar a las masas mediante métodos pacíficos y legales, acumular y concentrar las fuerzas revolucionarias y disponerlas ideológicamente para que estuvieran preparadas a fin de librar el combate decisivo en el momento preciso. Esto, tal como hemos visto a lo largo de este trabajo, hoy día ya es imposible hacerlo de aquella manera, por eso se hace necesario también revisar las conclusiones de Lenin incorporando a ellas la nueva adquisición que supuso (para la estrategia y la técnica militar proletaria) la guerra revolucionaria de China, la estrategia de la Guerra Popular Prolongada.
En el trabajo publicado en Bandera Roja a que nos venimos remitiendo, Arenas analiza, además, las experiencias fundamentales de nuestra Guerra Nacional Revolucionaria de 1936-1939: Los gobiernos de la República no abordaron en profundidad el problema de la guerra y su estrategia -afirma-, no tuvieron en cuenta que se trataba, ante todo, de una guerra popular, que debía basarse en las masas y aplicar sus propias leyes. Analiza también las experiencias de las luchas de clase posteriores, para llegar a la conclusión de que no existe otra forma de combatir al fascismo que no sea con la lucha armada combinada con el movimiento de masas. Los que se impusieron con las armas y se mantienen en el poder con el sólo ejercicio de la violencia, sólo por la fuerza de las armas pueden ser derrotados.
Esta conclusión tiene por base el análisis de todo el proceso histórico, de las experiencias de la lucha de clases en nuestro país y su relación con las nuevas condiciones de crisis general por la que atraviesa el capitalismo, en que se produce un nuevo ascenso del movimiento revolucionario de masas. Ya Lenin habría de desarrollar en esta dirección sus ideas extraídas de la insurrección de Moscú de 1905 cuando, un año después, escribió en su trabajo sobre La guerra de guerrillas:
La lucha guerrillera es una forma inevitable en tiempos en que el movimiento de masas ha llegado ya, de hecho, hasta la misma insurrección y en que se abren intervalos más o menos grandes entre las grandes batallas de la guerra civil. La agudización de la crisis política, hasta llegar a la lucha armada y, en particular, la agudización de la penuria, el hambre y el paro forzoso en el campo y en la ciudad se destacan con gran fuerza entre las causas determinantes de la lucha que hemos descrito.
Y en esta situación estamos. Así puede decir Arenas en ese mismo trabajo que estamos citando:
A diferencia de los años 30, hoy el fascismo no podrá derrotar en el campo de batalla ni en ninguna otra parte a las fuerzas amadas del pueblo; no podrá derrotarlas porque esta vez no las va a tener a tiro de su artillería ni de su aviación: el ejército fascista se encontrará ante un ejército invisible; será el pueblo trabajador armado y organizado militarmente el que le va a combatir en todas partes. Como se comprenderá, a un enemigo como éste es imposible derrotarlo. Es cierto que el fascismo cometerá, tal como lo ha venido haciendo, numerosos crímenes y todo tipo de fechorías contra las masas, contra los combatientes de vanguardia y sus familias. Mas de ese modo sólo conseguirá ampliar el frente de lucha popular, sólo conseguirá avivar el odio y las llamas de la lucha, hacerla más radical y extensa.
En lugar de ser el fascismo quién tenga la iniciativa y conduzca la guerra conforme a sus planes, tendrá que hacerlo siempre en el terreno que elijan las fuerzas armadas populares. Esto no quiere decir, en modo alguno, que el ejército se encuentre ya acorralado, ni que esté defendiéndose en el terreno estratégico. Por el contrario, la lucha que ellos libran va a tener, por mucho tiempo, un carácter ofensivo estratégico, mientras que de parte de las fuerzas armadas populares la guerra será, también durante un largo período, una guerra de estrategia defensiva. Esta relación estratégica entre las fuerzas armadas revolucionarias y las fuerzas armadas reaccionarias viene determinada, esencialmente, por la enorme desproporción de fuerzas que actualmente existe entre ellas. Así pues, las fuerzas armadas del fascismo atacan y tratarán de aniquilar a las fuerzas armadas populares en el menor tiempo posible. Esto sucede en un plano general o estratégico. Pero en cada combate particular serán las fuerzas armadas populares las que ataquen y las fuerzas armadas fascistas las que tendrán que defenderse. De esta manera, las fuerzas populares transformarán su desventaja estratégica en ventaja táctica, irán logrando su objetivo de acumular fuerzas y debilitarán poco a poco las del enemigo. Tal estrategia de la guerra popular conducirá a un cambio de la correlación de fuerzas. Cuando la relación de fuerzas sea favorable al pueblo, entonces habrá llegado el momento de cambiar la orientación estratégica. El fascismo se colocará a la defensiva y nosotros atacaremos. Les asestaremos golpes de todo tipo y calibre. No sólo se combatirá en pequeños grupos, con pequeños comandos, sino que incluso se podrá enfrentar a las fuerzas principales del enemigo con fuerzas superiores y serán aniquilados. Cuando llegue ese momento ya se habrá creado un poderoso ejército de los trabajadores, las amplias masas dirigidas por el Partido y por otras organizaciones verdaderamente democráticas se unirán en el combate y derrotaremos para siempre al odiado régimen. En líneas generales, éste será el camino que siga la lucha armada revolucionaria popular en España.
Hasta aquí la concepción de la estrategia y la táctica militar que ha ido elaborando el Partido. No aparece expuesta ahí, sino en muy grandes líneas, la cuestión de las fases a que se refiere Peña en su escrito, o sea, la fase de la defensiva, la fase del equilibrio y la de la ofensiva. Se comprende que no se establezca esta división del proceso revolucionario ya que este proceso y las distintas fases o etapas en que se divide también tienen en España, como es lógico suponer, sus propias características, las cuales resultan muy difícil de determinar ahora, a no ser que nos arriesguemos a caer en los mismos tópicos en que con harta frecuencia suele caer Peña.
La transformación de la guerra prolongada en insurrección general
No obstante, al llegar a este punto de nuestra exposición hemos de reconocer la parte de razón que asiste al camarada Lari -del que ya nos habíamos olvidado casi por completo- cuando, después de prevenirnos de la catástrofe que nos espera de seguir la estrategia de la guerra prolongada y, una vez sentado que sin embargo hay que decir, y Lenin insistió en ello, que la guerrilla es una forma de lucha engendrada por un determinado período histórico, afirma a renglón seguido: Pero de aquí no se deduce que sea correcto hablar [...] que la guerrilla deba atravesar necesariamente por las tres fases de las que habla Mao. Por el contrario pienso que sólo se va a dar la primera fase, la fase de la defensiva estratégica, ya que cuando la guerrilla sea capaz de nivelar militarmente sus fuerzas, los demás factores harán que la balanza se incline rápidamente de su lado. Esos factores (políticos, económicos, morales, etc.) harán impensable una etapa larga caracterizada por la guerra de movimientos, la formación de columnas y unidades regulares, etc. Cuando militarmente se llegue al equilibrio de fuerzas será el momento de la insurrección y se deberán dar los preparativos necesarios para la misma.
Claro que el camarada Lari no nos sabe explicar cómo se llegará a alcanzar ese equilibrio de fuerzas militares ni cómo habrán de darse, para entonces, todos los preparativos necesarios para la insurrección, de ahí que naufrague en su propia hipótesis.
Para acercarnos tan sólo a la elucidación de este problema capital, tenemos que centrar nuestra atención en el mismo proceso de guerra civil prolongada que estamos viviendo, uno de cuyos primeros y más prolongados períodos ha sido ya atravesado, bastante largo, para entrar en otro enteramente nuevo, que será también, probablemente, bastante largo, aunque no tanto como el anterior. Es en este nuevo período que hemos entrado, en la fase final del mismo, donde se nivelarán las fuerzas militares en pugna, se crearán las condiciones y se harán todos los preparativos (políticos, ideológicos y organizativos entre las amplias masas populares), para la fase o etapa final, para la insurrección general que habrá de producirse en las ciudades industriales más importantes, ya que la guerrilla no cuenta, ni podrá contar por mucho tiempo, con bases de apoyo o zonas liberadas en el campo, donde poder concentrar una importante fuerza militar estratégica. Esta fuerza, ya lo hemos dicho, se encuentra en las ciudades, la forma el proletariado industrial, y cuando éste se levante, cuando se produzca la insurrección general de las masas trabajadoras, cuando caigan las ciudades, hay fundados motivos para pensar que, efectivamente, el asalto al poder se habrá cumplido.
De ahí que la misión de la guerrilla no puede consistir en estos momentos en limpiar territorios de enemigos para asentarse y retenerlos durante más o menos tiempo, sino que consiste en desarrollar sus actividades en las ciudades y centros industriales (en combinación con el movimiento huelguístico y la lucha revolucionaria de las masas, así como con el trabajo político, ideológico y organizativo del Partido), a fin de ir creando las condiciones para la insurrección armada general y el propio fortalecimiento de la guerrilla. De modo que, en lugar de tres etapas de la lucha, nos encontramos con dos: una primera (en la que estamos), caracterizada por la lucha del movimiento de resistencia popular dirigido centra el fascismo y la explotación monopolista interior y foránea. En el plano militar, esta lucha de resistencia se orienta por la estrategia defensiva y la táctica ofensiva, los golpes contundentes, rápidos y certeros de los pequeños grupos de combate. El movimiento político de resistencia popular combinado con la lucha militar de estrategia defensiva, irán creando las condiciones para un cambio radical en la relación de fuerzas actualmente existente entre el enemigo y nosotros, lo que hará posible y necesario pasar a una segunda etapa de la lucha, a la etapa insurreccional o de ofensiva estratégica, cuya duración no podemos ahora precisar.
En esta primera etapa, dada su larga duración, serán inevitables algunos intervalos más o menos cortos de treguas entre batallas grandes y medianas. Esto puede ocurrir por dos razones principales: primera, bien porque las fuerzas populares han sufrido una dura derrota, pero no han sido aniquiladas, ni pueden serlo jamás (tal fue lo que ocurrió en 1939); y segunda, o bien porque las fuerzas fascistas van perdiendo terreno, se sienten débiles y a punto de zozobrar, quieren ganar tiempo para prepararse mejor, etc., y por otra parte, las fuerzas populares tampoco se hallan en condiciones para asestar el golpe definitivo, necesitan también ganar tiempo para seguir acumulando fuerzas y prepararse mejor a fin de dar, con el máximo de garantías de éxito, las últimas batallas. En el siguiente apartado nos ocuparemos de este aspecto de la cuestión.
Las guerras revolucionarias de muchos países, y más concretamente las revoluciones latinoamericanas, parecen confirmar esta teoría de las dos fases de la guerra revolucionaria en las condiciones de países con una alta concentración urbana de población, y en los cuales la sublevación de las masas en las ciudades, en combinación con la guerrilla, han sido el factor decisivo de la victoria, inclinando la balanza de fuerzas definitivamente a favor de las fuerzas militares revolucionarias. Con ello han hecho triunfar en un plazo relativamente corto la revolución en todo el país.
Es lo que se desprende, de una manera muy clara, de las declaraciones hechas por Humberto Ortega, comandante del Frente Sandinista, que cita Peña en su escrito sin llegar a entenderlas. Extractemos nosotros, por nuestra parte, esa declaración:
La insurrección armada y popular sandinista es parte de todo un proceso de guerra revolucionaria a partir de la integración del proceso revolucionario de los años 30 [...] Para realizar estas acciones ofensivas fue necesario que nos desprendiéramos en nuestra conducta de determinado conservadurismo que nuestro movimiento mantenía en la práctica que lo llevaba a realizar una política de acumulación de fuerzas de manera pasiva [...] Entiendo por política de acumulación de fuerzas pasiva, la política de no participar en la coyuntura, de acumular en frío. Pasiva en la política de alianzas, pasiva en el sentido de pensar que se podía acumular armas, organización y recursos humanos, sin combatir al enemigo, en frío, sin hacer participar a las masas, no porque no quisiéramos hacerlo sino porque pensábamos que si sacábamos mucho las uñas nos iban a golpear y desbaratar [...] La verdad es que siempre se pensó en las masas, pero se pensó en ellas más bien como apoyo a la guerrilla, para que la guerrilla como tal pudiera quebrar a la Guardia Nacional, y no como se dio en la práctica: fue la guerrilla la que sirvió de apoyo a las masas para que éstas a través de la insurrección desbarataran al enemigo. Así pensábamos todos. Fue la práctica la que nos fue cambiando [...] Nos dimos cuenta que nuestra principal fuerza estaba en ser capaces de mantener una situación de movilización total: social, económica y política que dispersara la capacidad técnica y militar que el enemigo sí tenía organizada.
Por su parte, Cayetano Carpio, miembro de la Dirección del Frente Farabundo Martí (FMLN) y primer responsable de las Fuerzas Populares de Liberación de El Salvador, dice en unas declaraciones que también cita Peña con no mayor fortuna que la anterior declaración:
Se ha logrado combinar pequeñas y medianas acciones con campañas ofensivas periódicas. Se han combinado las acciones militares con el impulso del ánimo de las masas para las acciones insurreccionales.
Estamos convencidos de que nuestro pueblo va creando fuerzas verdaderamente poderosas. Fuerzas que van a ser capaces de dar un salto estratégico en lo militar y en lo insurreccional.
Nuestra guerra no es algo aislado. La guerra popular de liberación de El Salvador está inserta dentro de un proceso de lucha revolucionaria.
Y esta guerra la vamos ganando... según se va desarrollando, se están creando las condiciones -cada vez más favorables- para volcar en un momento dado la correlación de fuerzas a favor del pueblo, de sus fuerzas políticas y militares.
Cerco y contracerco
En la valoración política del período que venimos atravesando (período que Peña encuadra en lo que denomina campañas de cerco y aniquilamiento de nuevo tipo dirigidas por el gobierno contra nosotros) es donde éste desbarra de la manera más lamentable: Desde los tiempos de la OMLE -escribe en la última parte de su escrito- la cuestión de la lucha armada está en candelero para quienes, con el tiempo, protagonizarán la fundación del PCE(r) y los GRAPO. Sin embargo, para la OMLE, la lucha armada sólo se concibe para defender las conquistas de las masas... pero no se concibe este método de lucha como el principal ni se elabora una estrategia de Guerra Popular Prolongada. Será a partir del verano de 1975 y del 1 de Octubre de ese mismo año, prosigue Peña más adelante, cuando se realiza en el Partido el gran descubrimiento de lo mucho que puede hacer un pequeño grupo de comunistas si disponen del valor, la audacia y el talento político suficiente para servirse de la violencia revolucionaria en las condiciones del Estado español. Este importante descubrimiento se hace cuando ya se había celebrado el Congreso Reconstitutivo del Partido.
Lo cierto es que la OMLE no sólo no tenía muy clara la estrategia de la lucha armada, sino que carecía de ninguna otra estrategia; o sea, hasta que no hubimos creado el Partido (y por eso nos planteamos como tarea prioritaria la necesidad de reconstruirlo) no sólo la cuestión de la lucha armada, sino todas las cuestiones relativas a la línea política, a la estrategia y a la táctica de nuestra revolución estaban en candelero para los que, con el tiempo protagonizarán la creación del PCE(r) y los GRAPO. Era natural que no se plantearan entre nosotros todas estas cuestiones antes de comenzar realmente la lucha. Por otra parte, sólo a un idealista impenitente se le podía haber ocurrido la brillante idea de suponer que podíamos tener las ideas claras y toda una estrategia elaborada sin que mediara antes un período más o menos largo de lucha política y militar. Por este motivo, sólo después de celebrar el Congreso, y en base a las experiencias extraídas de la práctica así como el análisis de los acontecimientos políticos de la vida del país, el Partido pudo tener una concepción mucho más clara de la cuestión de la lucha armada y de otras muchas cuestiones de gran importancia; es así como pudo hacer el gran descubrimiento que no hizo ni podía haber hecho antes la OMLE.
Por lo demás, la orientación que siguió la OMLE (y los GRAPO en las primeras actuaciones) en este campo, como en todos los demás, fue esencialmente justa. Ha sido esa concepción de la lucha armada como instrumento al servicio del movimiento de masas la que han venido aplicando los GRAPO y han desarrollado conjuntamente con el PCE(r), en el curso mismo de la lucha. Ahora que, como Peña no está de acuerdo con esta concepción, no creo que haga falta insistir más en ello.
Sigamos con su exposición de los hechos: Serán los acontecimientos de Vitoria de 1976 -prosigue- los que nos llevan a dar el salto cualitativo de llamar públicamente a las masas a buscar armas y aprender su manejo. Ese año los GRAPO salen oficialmente a la luz pública mediante un comunicado que acompañaba a las acciones armadas del 18 de Julio. A partir de esa fecha el PCE(r) y los GRAPO y demás organizaciones vinculadas desencadenan una ofensiva político-militar que quita la iniciativa a la oligarquía en sus planes reformistas. Peña establece una analogía entre esta ofensiva político-militar con la estrategia insurreccional seguida por los sandinistas de la tendencia tercerista en los últimos años de la guerra revolucionaria de Nicaragua, de manera que, afirma, las más destacadas acciones militares de los GRAPO respondían a objetivos políticos de romper las maniobras del régimen e impulsar a las masas a la insurrección. Sentado esto, Peña ya puede permitirse el lujo de divagar a placer acerca del supuesto error que suponía haber lanzado semejante ofensiva insurreccional sin preparación alguna, sin contar con experiencia y con las fuerzas militares necesarias y faltando, además, sólidos lazos con las masas, lo que a decir de él, explicaría el desenlace desfavorable de aquella ofensiva que se saldaría con la recuperación de la iniciativa por parte del gobierno. Con esto se iniciará la primera campaña de cerco y aniquilamiento que culminaría con la detención del Comité Central del Partido en Benidorm en el verano de 1977. A esta primera campaña de cerco y aniquilamiento (eso sí, de nuevo tipo) seguiría otra a fines de 1977 y después otra y otra más, hasta quedar el movimiento hacia finales de 1979, prácticamente aniquilado. No obstante esta serie ininterrumpida de derrotas, el 17 de diciembre de 1979 se produce un suceso extraordinario: la fuga de Zamora que vendría a echar un jarro de agua fría sobre las ilusionadas cabezas de los capitostes del Estado; Suárez se sentiría de nuevo acorralado en el Palacio de la Moncloa. A pesar de este feliz suceso, Peña no duda en dictar su veredicto sobre la historia que nos ha contado y éste es: contra las campañas de cerco y aniquilamiento de nuevo tipo (que, por cierto, dicho sea de paso, no son sólo o exclusivamente militares, sino que comprenden otros aspectos, como los políticos y psicológicos, pero principalmente, la participación a fondo en las mismas de las cuadrillas socialfascistas de Carrillo, Felipe y demás ralea), contra tales campañas, nada puede la estrategia insurreccional. En consecuencia, la línea que viene aplicando el Partido es un fracaso completo -ya se ha visto- y por tanto habrá que sustituirla por la estrategia que propone Peña: por una estrategia que conduzca y consagre la división de los trabajadores y que no cuente con ellos nada mas que para subordinarlos a la línea de actuación militarista ya que, según explica Peña, ésta es la única manera de hacer frente a ese nuevo tipo de campañas de cerco y aniquilamiento que sólo se dan en su mente calenturienta.
Ya se ha hablado de las verdaderas concepciones que alumbraron esta ofensiva a que se refiere Peña en su escrito (y a otras muchas que la guerrilla popular ha llevado a cabo posteriormente) las cuales fueron expuestas en los trabajos publicados en Bandera Roja con anterioridad a las mismas, con lo que no nos vamos a detener en refutar, una vez más, las falacias de Peña. Tampoco nos proponemos hacer aquí un análisis detallado de todas las experiencias de luchas habidas en los últimos años. Eso es algo que escapa al alcance de este trabajo, aparte de que, aunque nos lo propusiéramos, es dudoso que lo consiguiéramos, pues es pronto para hacerlo y aún están por decidir muchas cosas.
Lo que nos interesa resaltar aquí es el hecho claro, indudable, de que toda la actividad político-militar que realizan el Partido y los GRAPO así como las organizaciones de masas vinculadas durante el período que trata, si bien es cierto que tiene muchos rasgos comunes con la que desarrollaron los sandinistas en la etapa previa a la toma del poder en Nicaragua, esa ofensiva nuestra no se inscribía, como él afirma, en un proceso insurreccional, por lo que los llamamientos a la huelga general que se hicieron entonces no podían perseguir como fin inmediato, esa insurrección de la que habla.
EL PCE(r) hizo ese llamamiento, por lo menos, en otras dos ocasiones sin que se propusiera con ello aquel fin: la primera llamada a la huelga general fue hecha con motivo de los fusilamientos de septiembre de 1975; la segunda la hizo el PCE(r) cuando los acontecimientos de Vitoria de 1976, y la tercera, efectivamente, con motivo de la ofensiva político-militar desarrollada contra la farsa del referéndum con el que se pretendía institucionalizar el régimen nacido de la sublevación militar fascista. En todas estas ocasiones se daba en el país una situación de grave crisis política y de efervescencia revolucionaria; en todas estas ocasiones el Partido acompañó sus llamadas a las masas a una lucha decidida con actuaciones revolucionarias resueltas, y si se hicieron todos estos llamamientos, la razón no es otra sino porque nosotros, el PCE(r), nunca hemos concebido ni concebiremos el movimiento revolucionario y la lucha militar como algo que debe darse separado e independientemente del movimiento de masas. Así, las actuaciones político-militares y los llamamientos a la huelga general -en la concepción del Partido- no hacen sino apuntar en el sentido que debe marchar en el futuro el movimiento obrero y popular. Pero de ahí a considerar que ya están dadas todas las condiciones para la insurrección general, media un abismo.
La lucha del nuevo movimiento revolucionario que surge con fuerza en España se inició de una forma consciente y organizada en el verano de 1974 y prosiguió con mucha más fuerza e intensidad durante 1975 y los años siguientes. El PCE(r) fue creado en ese mismo año de 1975, y poco más tarde, saldrían a la luz los GRAPO, organización armada de carácter antifascista. Al principio éramos una fuerza revolucionaria débil, con escasa experiencia y poco arraigo entre las masas; pero con una línea clara de actuación y una voluntad a toda prueba para llevarla a cabo. Esto explica que en el Congreso apenas sí se hicieran algunas referencias a la lucha armada. ¿Cómo podía el Partido, en tales condiciones, pretender encabezar y dirigir un levantamiento armado general? Por el contrario, el Partido era muy consciente de sus limitaciones y siempre sostuvo que en aquella coyuntura política, nuestro deber consistía en denunciar la farsa reformista del suarismo, el intento hecho por la oligarquía financiera para prolongar el régimen fascista (camuflándolo bajo la apariencia de un sistema parlamentario) más allá de la vida de Franco, aprovechando para ello la labor de zapa y de desmovilización de las masas obreras y populares que venían realizando los carrillistas y otros grupos de politicastros.
Nuestro deber, de comunistas consistía en aquel momento, dado el estado de nuestras fuerzas organizadas, en denunciar por todos los medios posibles a nuestro alcance esta ruin maniobra y tratar de despertar y movilizar a los trabajadores. Esta denuncia y la actividad militar realizada en torno a la misma permitirían, al mismo tiempo, ir preparando mejor a las masas, a sus organizaciones representativas y al propio Partido, para librar en el futuro batallas aún más decisivas. Pues bien, creemos que, como siempre sucede cada vez que hace su aparición un nuevo movimiento, también esta vez la práctica se ha encargado de demostrar el acierto de estos planteamientos.
Esta batalla que venimos librando podemos dividirla en tres fases: la primera de estas tres fases se inicia en el verano de 1974, y culmina con el desenlace -desfavorable para la guerrilla- que tuvo la Operación Cromo. No obstante este desenlace, se puede considerar con toda razón que los resultados de esta primera fase fueron, en su conjunto, favorables a la causa popular, ya que se cubrieron con creces todos los objetivos políticos que se habían marcado en un principio: la denuncia pública de la mascarada política del régimen y el colaboracionismo de los partidos socialfascistas fue puesto en evidencia ante todo el mundo, pudiéndose decir que a raíz de ello el movimiento obrero y popular fue tomando conciencia de la situación y se puso de nuevo en marcha. Así, 1978 señala el más alto nivel de huelgas obreras que se conocen en la historia de nuestro país. El movimiento de solidaridad con los presos antifascistas y patriotas tomó a partir de entonces un nuevo impulso. Las fuerzas revolucionarias tuvieron que pagar por estos nuevos éxitos indudables un alto precio.
Pero aquellos resultados favorables habrían de permitir una rápida recuperación de las heridas inferidas por el enemigo. En cambio, éste ya no logrará recuperarse de sus primeras derrotas, viendo cada día más y más reducida su capacidad de maniobra. De manera que la iniciativa a que se refiere Peña en su escrito, si alguna vez la tuvo la oligarquía durante ese período que tratamos, fue mínima y desde luego bastante efímera.
Es en este contexto donde se inicia la segunda fase. El PCE(r) era consciente de las nuevas condiciones en que habría de proseguir sus actividades. La relativa ventaja con que había contado al principio (al coger desprevenidas a las fuerzas represivas del Estado, al Gobierno y a toda la cohorte farandulesca de los partidos políticos) ya no se volvería a repetir. El Gobierno había conseguido desplegar todas sus fuerzas, se dotó de un nuevo arsenal de leyes, cárceles y cuerpos represivos para llevar a cabo con toda impunidad detenciones masivas y el empleo sistemático de la tortura. No obstante, todo esto obraba a favor del movimiento revolucionario, puesto que venía a confirmar con hechos prácticos, nuestras denuncias acerca del verdadero carácter de la reforma en marcha.
Es esta nueva situación la que analizan los GRAPO en el folleto que ya hemos citado y, que por lo que se ve, no ha llamado la atención de Peña. Veamos a continuación qué decían los GRAPO en relación con este problema que venimos tratando en fecha ya tan lejana como el 78:
Pero no sólo está cambiando de forma muy favorable la situación, además de eso se debe tener en cuenta, y quizás sea esto el aspecto menos favorable para nosotros, que el enemigo ha aprendido y tiene muchos más conocimientos de nosotros que cuando empezamos. Por eso se hace necesario analizar esta experiencia pero ya se puede decir que durante un largo período vamos a tener que movernos en estas condiciones, favorables desde el punto de vista político pero relativamente desfavorables en el aspecto de la organización de nuestro movimiento.
En este medio, la recuperación de las fuerzas armadas y políticas de la resistencia se hace lenta y exige enormes sacrificios. Para favorecerlas, el Partido hace la propuesta del Programa de los Cinco Puntos, en torno al cual se han ido polarizando las posturas de un sector cada vez más numeroso de nuestra sociedad. Es entonces cuando se produce la fuga de Zamora, con la que se inicia la tercera fase que aún está por concluir. En esta tercera fase del proceso que venimos describiendo se reemprende de nuevo la actividad armada guerrillera y se reponen las fuerzas del Partido al tiempo que la UCD, el partido del gobierno de la reforma, ya no va a conseguir recuperarse.
En medio de la crisis de gobierno y de la agravación de todas las contradicciones y tensiones sociales, agudizada además por el amplio boicot de las masas a las elecciones locales y autonómicas, y por las actuaciones armadas de la guerrilla, se produce la intentona golpista del 23-F, lo que viene a suponer el fin de la era reformista inaugurada años antes por Suárez. La llegada a la presidencia del Gobierno de Calvo Sotelo supone un intento de apaciguar al ejército golpista, pero no es capaz de taponar la grieta abierta por la resistencia cada vez más activa de las masas y por la guerrilla con sus acciones (de mayo de 1981) que vuelven a repetirse con más decisión todavía. La crisis de la UCD y del gobierno de Calvo Sotelo imponen la celebración de elecciones generales anticipadas el 28 de octubre de 1982. Estas elecciones llevan al poder a los psoístas, pero este gobierno (apenas hace falta decirlo) no es más fuerte que los anteriores; se halla bajo la vigilancia de los mismos poderes fácticos que descabalgaron a Suárez y sirve sólo y exclusivamente a los intereses de estos mismos sectores. Por otra parte los votos que han obtenido, se puede decir, que suponen una exigencia por parte de las masas para que acometa la realización de verdaderas reformas y de las medidas que viene exigiendo con su lucha el movimiento de resistencia. Todo esto, por su propia naturaleza, entra en abierta contradicción con la política pro-fascista-monopolista que están llevando a cabo los psoístas, lo que está quedando cada día que pasa más claro e impulsa a las masas a una lucha resuelta.
Por si aún quedaba alguna duda, ahí tenemos de nuevo en pie al movimiento huelguístico de tipo revolucionario de las masas obreras y de otros sectores de la población dispuestos a dar la batalla al gobierno socialista. Este resurgimiento del movimiento obrero y popular confluye con el movimiento de solidaridad con los presos antifascistas y patriotas y otros movimientos ciudadanos que están tomando un nuevo auge en todo el país y a cuyo frente se halla, esta vez de una forma clara, el movimiento de resistencia organizado.
Peña no quiere saber nada de esta parte de la historia. Y se comprende ya que un somero análisis de la misma tiraría por tierra su fabuloso invento del cerco.
De manera que por nuestra parte podemos decir, para concluir, que en lugar de esas fantasiosas campañas de cerco y aniquilamiento (que, a decir de Peña, se habrían saldado con una victoria aplastante, realmente aniquiladora, de parte de las fuerzas fascistas, lo que por otro lado, impondría una revisión a fondo en el sentido que apunta Peña de la estrategia de lucha seguida por las fuerzas populares), en lugar de eso, lo que en realidad se ha dado y se sigue dando es una prolongada batalla de la lucha de clases en la que la fuerzas político-militares de la revolución han sido cercadas, ciertamente, por las fuerzas reaccionarias, pero dada la prolongación de esta gran batalla en la que estamos empeñados y la imposibilidad -ya suficientemente demostrada- de que el enemigo nos inflija una derrota, todos estos factores están creando a su vez un amplio y cada vez más estrecho cerco en torno al gobierno y al partido que le sostiene, en torno a su ejército fantoche y golpista, en torno a su policía terrorista y torturadora, en torno a los partidos colaboracionistas; y este cerco, o por mejor decir, contracerco que han tendido la guerrilla y las masas obreras y populares en torno a sus enemigos jurados de hoy y de siempre, les obligará a debilitar su presión, primero, para pasar después a una posición defensiva.
(1) V.I. Lenin: Ejército revolucionario, gobierno revolucionario.
(2) V.I.Lenin: «La guerra de guerrillas», en Obras Completas, tomo 14, pg.2.
(3) V.I. Lenin: Aventurerismo revolucionario.
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